sábado, 30 de agosto de 2014

El Dios ignorado


   Hay una vieja leyenda eslava que cuenta la historia de un monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol.

   El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente.

   Pero a mitad de camino, se encontró a un herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin detenerse, le explicó que no podía parase, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que atardeciese. Le prometió que volvería en cuanto atendiese a Dios. Y continuó su precipitada marcha.

   Horas más arde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña y desde allí sus ojos se pusieron a buscar a Dios.

   Pero Dios no estaba. Dios se había ido a ayudar al herido que horas antes él se cruzó por la carretera.

   Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda


  

   Siempre hay alguna montaña que nos separa del Dios que queremos encontrar, pero lo más raro es que, cuando llegamos donde creemos que nos esperaba Dios, resulta que El aguarda a la vera del camino, en la persona herida, enferma, necesitada. No le reconocimos, porque estaba escondido, disfrazado. Y este Dios necesitaba el calor humano, un pedazo de cielo, un poco de ternura y de luz. Ante los gritos de angustia del que se encuentra destrozado, Dios encuentra rechazo y desprecios. ¡Es muy difícil reconocerle!

   En cada persona que nos rodea hay un Dios escondido e ignorado, que espera a que le descubramos para revelarse tal como es El. Sólo le podremos encontrar a través de los ojos de la fe y es entonces cuando se caminará en la verdad, en el amor, en el “reino de la luz” (Jn.2.10) y de la vida.” (Jn 3,14).


“¡Ay de aquellos
que sólo ven en el pobre una mano mendiga,
y no una dignidad indestructible que busca justicia:
que sólo ven en los numerosos niños marginados una plaga,
y no una esperanza para todos que hay que cultivar;
que sólo escuchan en los gritos de los pobres caos y peligros,
y no oyen la protesta de Dios contra los fuertes;
que sólo contemplan lo bello, sano y poderoso,
y no esperan salvación de lo más bajo y humillado…
porque no podrán contemplar la salvación
que brota en el Jesús encarnado desde abajo!”


(B.Gz.Buelta).

sábado, 16 de agosto de 2014

Flotar es no tener miedo.



   ¿Cuál es el mayor enemigo de la Iluminación?

   El miedo.

   ¿Y de dónde proviene el miedo?

   Del engaño.

   ¿Y en qué consiste el engaño?

   En pensar que las flores que hay a tu alrededor son serpientes venenosas.

   ¿Cómo puedo yo alcanzar la Iluminación?

   Abre los ojos y ve.

   ¿Qué es lo que debo ver?

   Que no hay una sola serpiente a tu alrededor.


   Anthony de Mello



   “Si yo tuviera que predicar sólo un sermón, sería un sermón contra el temor” (G.Chesterton). Las sombras del miedo nos cercan y nos impiden abrir los ojos, poder ver, confiar en Dios y conocernos.

   ¿Cómo superar el temor y el miedo?

   Nadar es muy sencillo, sin embargo hay mucha gente que no aprende, porque el miedo no les deja flotar, y se hunden. Y para flotar no hay que hacer nada, simplemente permitir que el agua te sostenga, porque ésta tiene fuerza poderosa para aligerar cualquier peso, como si fuera una pluma de ave.

   El Señor, también nos puede sostener en sus manos. El es pastor, báculo, roca. Camina con nosotros y no hay ninguna razón para temer, pues con su compañía podemos coger serpientes en las manos y beber el veneno, sin que nos haga daño. El miedo, casi siempre, es falta de confianza, y producto de una herida del pecado.


   “No estén agitados; fíense de Dios y fíense de mí” (Jn. 14.1). Los discípulos también tenían miedo, pues habían oído a Jesús decir que el valiente Pedro le negaría. “Fíense de Dios y fíense de mí”. Juan usa las palabras de confiar, tener fe, fiarse, palabras que reflejan una actitud y que abarcan a toda la persona. La fe nos dice: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal.22.4).

viernes, 1 de agosto de 2014

¿Por qué no probar con Dios?




   Días tras día, el discípulo hacía la misma pregunta: ¿Cómo puedo encontrar a Dios?

   Y día tras día recibía la misma y misteriosa respuesta: A través del deseo.

   Pero ¿acaso no deseo yo a Dios con todo mi corazón? Entonces, ¿por qué no lo he encontrado?

   Un día, mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole por la cabeza y así le mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse.

   Al día siguiente fue el Maestro quien inició la conversación: ¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenía yo sujeto bajo el agua?

   Porque quería respirar.

   El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día le habrás encontrado.


Anthony de Mello



   Día tras día mucha gente se hace la misma pregunta: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? La respuesta es clara: buscándolo. Pero, ¿cómo y por qué buscar? Preguntamos, y a medida que nos van respondiendo, hacemos nuevas preguntas. Surgen por curiosidad y por deseo de encontrar la verdad; pero también se hacen por falta “de deseo”, o por motivación. Cuando estamos bien motivados, no preguntamos, sino que actuamos. El que se está ahogando no filosofa a ver de qué está compuesto el agua, por dónde le entra, y qué cantidad. No. La necesidad le lleva a ponerse en movimiento, a actuar.

   San Juan de la Cruz fue un buscador infatigable de Dios, porque antes había sentido la necesidad, había sido “llagado” profundamente con este deseo. El nos habla de cómo ha de ser la búsqueda: apasionada y de total entrega.

   El amor que siente la persona es tan grande, con tanta vehemencia, ansias y fuerza que, como “la leona y osa (que) va a buscar a sus cachorros cuando se los han quitado y no los halla (2 Re.17.8; Os 13.8), así anda esta herida alma a buscar a su Dios” (Noche Oscura, Lib. 2. Cáp.13 nº 8). Tras de Dios va el alma, sin descansar, sin cesar, en todas las cosas busca al Amado, en todo cuanto piensa y habla, todo su cuidado es el Amado (Noche Oscura, Lib.1, Cáp. 19. nº 2). En esta búsqueda va el alma adquiriendo: humildad, ánimo, fuerzas, constancia, capacidad de sufrimiento; sin desfallecer corre y “vuela ligero”, como un ciervo sediento y alado.

   Ha de buscar el alma a Dios con toda la fuerza, con todo el deseo, con todo el tesón de que es capaz, porque “si le buscare el alma (a Dios) como el dinero, le hallará (Cántico Espiritual, 11.1).


   Mary Pickfor  escribió un libro titulado: ¿Por qué no probar con Dios? La prueba no resultará. Será una experiencia más cuando le falte un verdadero deseo de búsqueda que ha de ir acompañado de una fe viva, de una esperanza firme y de un “inflamado” amor.