sábado, 25 de abril de 2015

En busca de la libertad.


            Un hombre quería vivir con el mayor bienestar y liberarse de la presión de la ciudad donde vivía y trabajaba. Compró una casa de descanso en el campo cercano para pasar ahí las veladas, los fines de semana y largas vacaciones. Pero con el tiempo echaba de menos la variedad a que estaba acostumbrado, y se aburría.

            Entonces compró para la casa equipos refinados de música, de televisión, y se suscribió a libros y revistas de su agrado. Compró también el último modelo de automóvil rápido para tener mayor libertad de movimiento. Pero todos esos gastos habían sido excesivos, y tuvo que pedir un préstamo, y entonces vivía constantemente preocupado por su presupuesto y gastos.

            Buscando una variedad y libertad de la que antes no había gozado, emprendió varias aventuras amorosas extramatrimoniales. Pero vivía condicionado por las medidas que tenía que tomar para que su esposa no lo supiera; con ella trataba de actuar con la mayor naturalidad, y eso le producía continua tensión.

            Por fin, decepcionado, dejó sus aventuras, vendió su casa de campo y las comodidades con que la había llenado, y se volvió a su vida y trabajo habitual de la ciudad.


Segundo Galilea



               Buscamos la libertad, aunque muchas veces no lo intentemos por el camino verdadero. Se nos dificulta ser libres por el ambiente que nos rodea, por el afán y por el deseo desmedido que hay de poseer, de tener y de gozar. Valoramos a las personas por su poder y su dinero. La sociedad, a su vez, promete el cielo en el consumo, y lo que logra es que cada día haya mayor número de esclavos. El valor supremo del mundo es tener más y más para consumir más y más.

            Ante el afán de consumismo que engendra ansiedad y angustia en los ciudadanos, el departamento de Salud de los Estados Unidos, hizo el siguiente comunicado:

            “Hasta donde se sabe ninguna ave ha tratado de construir más nidos que sus vecinos. Ninguna zorra se ha irritado porque sólo haya tenido una guarida donde esconderse. Ninguna  ardilla se ha muerto de ansiedad al pensar en los rigores del invierno. Ningún perro ha perdido su sueño pensando que no tendrá huesos para los días que están por delante.”

            Sin embargo el ser humano se afana, se irrita, sufre de insomnio, se pone tenso al no encontrar la libertad y felicidad en los equipos refinados, en las aventuras amorosas y en las comodidades añoradas y soñadas. Busca incesantemente la libertad, pero no halla el método adecuado para dar con el verdadero camino.


  “¡Oh!, lo qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece” (Santa Teresa, vida, 9.8).

sábado, 18 de abril de 2015

Atajo estrecho.





            Unos turistas querían llegar pronto a un castillo, en la ladera de una montaña. Había varios caminos, todos ellos bastante largos, salvo uno, que era un atajo muy corto, aunque extremadamente duro y empinado. No había manera de detenerse a comer o descansar, y la soledad era muy grande, porque casi nadie lo recorría.

            Todos, menos uno, eligieron los caminos largos y fáciles. Pero eran tan largos que se aburrieron y se volvieron, sin llegar a su destino. Otros se instalaban a la sombra, a dormitar y conversar, y se quedaron ahí indefinidamente.

            El que subió sólo, por el atajo, pasó toda suerte de penurias, y en el momento en que le pareció que no podía más, se encontró ya en el castillo. Fue el único que llegó.


Segundo Galilea




            Somos ciudadanos del cielo. Para llegar allí, a la cima si queremos conseguirlo rápidamente, tenemos que escoger “el atajo” el camino que nos lleva directo, el mismo que eligió Jesús.

            Imitar a Cristo en este caminar, es seguir sus pasos y consiste en una renuncia a todo, ya que el mismo Maestro, ni en la vida ni en la muerte tuvo donde reclinar la cabeza. Quien elige esta senda que conduce a la vida eterna, debe abandonar las otras.

            Este camino es arduo y costoso. Quien desea ir por él necesita mucho coraje, decisión, firmeza, constancia, buenos pies y mucho ánimo. San Juan de la Cruz nos dice que “hay muchos que desean pasar adelante y con gran continuación piden a Dios los traiga y pase a este estado de perfección, y cuando Dios les quiere comenzar a llevar por los primeros trabajos y mortificaciones, según es necesario, no quieren pasar por ellas y hurtan el cuerpo, huyendo el camino angosto de la vida, buscando el ancho de su consuelo, que es el de la perdición” (Llama de Amor viva 2.27).

            A quien elige seguir los pasos de Jesús, Dios no le deja solo. El siempre va delante abriendo senderos. El lo hace todo. Pero no nos paraliza, al contrario, nos exige espíritu de lucha y que aceptemos los riesgos que se presenten. (Ex. 3.7-11). Con esta actitud de abandono, el ser humano experimentará que, al mismo tiempo que va dejando, desnudándose de todo lo relativo, va quedando sólo Dios, el libertador de toda clase de opresión.



            “La única libertad que merece este nombre, es la de buscar nuestro bien por nuestro propio camino”. (Stuart Mill).

sábado, 11 de abril de 2015

No podían volar.



            El caso de los pájaros que no podían volar:

            Había una enorme pajarera que contenía varios pájaros. Su puerta estaba abierta, a fin de que éstos pudieran salir volando y emigrar.

            Pero algunos de los pájaros estaban atados con cordeles, y no podían volar. La manera de hacerlo, era deshaciendo el nudo del cordel con el pico, pero esos pájaros no querían hacer ese esfuerzo; en cambio, tiraban del cordel tratando de volar, y el cordel se hacía más tenso y se anudaba más, y en vez de volar, se trababan más y más.

            Había otros que no tenían ninguna atadura que les impidiera volar, pero estaban fascinados con las cosas que había en la pajarera. Uno estaba pegado a un plato de comida; otro a un espejito en que podía mirarse; otro a un columpio en el que se balanceaba continuamente.

            Su fascinación por todas esas cosas, que en sí no tenían nada de malas, les hacía olvidar de dónde venían y a dónde iban, y les impedía volar y emigrar.

Segundo Galilea



            Es necesario saber de dónde se viene y a dónde se va para poder volar. Para verse libre de todas las ataduras, jaulas o cárceles, es necesario sentirse atraído por Dios; caer en la cuenta de que El es amor que libera y que da fuerza para romper todas las ligaduras.

            “Conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (Jn. 8.32), Las esclavitudes, normalmente, provienen de caminar en la mentira y de la ceguera de la conciencia.

            En determinadas ocasiones somos conscientes de lo que nos amarra, sabemos a la perfección qué grosor tiene el cordel o el hilo al que estamos sujetos; pero nos falta amor o fuerza para determinarnos a romperlo.

            Cuando sufrimos de ceguera, es peor la enfermedad, pues creyendo que estamos libres, nunca podremos liberarnos de la mentira que nos envuelve, entretenidos y fascinados por las cosas que traemos entre manos y hay en nuestra “jaula”.

            La mentira y la ceguera van juntas, y las dos impiden ver la luz, amar la verdad y poder soñar con un mundo donde se respire libertad.


            “Dios nos libre de tan malos embarazos, que tan dulces y sabrosas libertades estorban” (San Juan de la Cruz, a las Carmelitas de Beas, de 18 de noviembre de 1586).

sábado, 4 de abril de 2015

CRISTO HA RESUCITADO.


Todos tenemos experiencias de que, en momentos difíciles, de dolor, desorientación, tristeza, alguien nos ha sabido comprender, porque nos amaba, y que con su conversación, con su palabra cálida nos transmitía paz, serenidad, nueva ilusión, ganas de vivir y mejorar la propia vida, así como ayudar la existencia de los demás.
Cada día tenemos pequeñas resurrecciones y éstas ocurren cuando pasamos de horas bajas a un tiempo de esperanza, cuando aprendemos a aceptar a los otros y a nosotros mismos,  cuando, en medio de las dificultades, encontramos paz y alegría interior.
Resucitar es permitir que reine el amor en nuestra vida, y no el odio; se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte; ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo y de los demás, si es que amamos de verdad. Si Dios es amor, ¿cómo no va a ser el amor lo más fuerte? ¡A Dios no se le muere nadie! Si Dios me ama, nada ni nadie me separará de su amor; él me ama con amor eterno (Is 54,8), que traspasa los tiempos y supera las muertes.
Jesús se hace presente en medio del miedo de sus discípulos; los discípulos pensaban que los judíos les harían e ellos lo que le habían hecho a Jesús. Jesús encuentra a los apóstoles encerrados. Tiene un gran valor simbólico subrayar que estaban «con las puertas cerradas», todavía ocho días después: quiere decir que cuesta abrirle las puertas al Señor. Parece que las hemos abierto una vez, pero después las volvemos a cerrar. A pesar de que Jesús ha resucitado, cuesta desprenderse del miedo y de la tristeza.
Muchos cristianos parecen pensar –como dice Evely– que, tras la Cuaresma y la Semana Santa, los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: «¡Qué bien! Ya descansa en los cielos». Lo hemos jubilado con una pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con él. Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías? Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección, mensajeros de gozo. La fe en la resurrección lleva consigo el vivir en alegría y a aceptar a los demás como son. Esta alegría pascual impulsa al creyente a perdonar y acoger a todos los hombres, incluso a los enemigos.
Confesar a Jesús resucitado es creer que la vida vence a la muerte, que el verdugo no triunfa sobre la víctima, que lo último no es el vacío o la nada, sino la plenitud, que la muerte no conduce al absurdo, sino al hogar del Padre. Cristo seguirá resucitando cada vez que nos amamos, cada vez que compartimos con el otro, cada vez que perdonamos y disculpamos, cada vez que sembramos alegrías y esperanzas. Él quiere que tengamos su gozo, que nuestra tristeza se convierta en alegría. Si le amamos, nuestra alegría será completa.
La alegría es un fruto del espíritu y nace de creer en el Resucitado, en la fuerza de Dios, que salvó a su Hijo de quedarse en el sepulcro para siempre. Si Cristo ha resucitado, si es algo vivo, podrá llenar de alegría la existencia de todo ser humano. Él es el tesoro por el que se vende todo lo que se tiene; la causa de la alegría de todos aquellos que creen en el Amor y en la Vida.