lunes, 22 de junio de 2015

Muriendo lentamente



Soy el árbol más alto del parque. Me siento orgulloso y sano. Todos me admiran y envidian.

Los niños me llaman “el árbol grandón”.

Pero ocurre lo inesperado y sucede la desgracia: un huracán azota la ciudad. Yo soy el árbol más fuerte y más alto, pero él es aún más fuerte que yo. Me zarandea con violencia. En un instante empiezo a crujir. Una de mis ramas de desgaja. Los árboles se cobijan muy bien unos en otros. Es a mí al que azota el huracán. Mis ramas se rompen y yo, zarandeado con más y más fuerza, caigo con un fuerte crujido, al suelo. Todo ha terminado para mí.

¡Es el final!

Un hombre me ha cortado las ramas más bonitas y frondosas.

Me he enterado que han sido plantadas en el parque infantil de la ciudad y que ya son grandes árboles.

Ahora llegan los fríos.

Un hombre se acerca a mí y comienza a darme golpes con el hacha, sin piedad. Me hace pedazos.

Me lleva, poco a poco, a su casa, para calentar a su familia en los días de invierno y poder dar comida caliente a su hijo de tres años. Voy muriendo lentamente…lentamente…
Pero ahora descubro que muero feliz.


María Antonia Miguel Gómez



La vida zarandea a todos, y cada día se encarga de cortar las ramas más bonitas y frondosas.

Muchos hombres saborean las mieles del triunfo y el aplauso de la muchedumbre y de sus discípulos; pero también a ellos les llegó la hora de la purificación.

Isaías tuvo que ser purificado con un carbón encendido. (I. 6.1.11).

Una inmensa muchedumbre proclamó a Jesús como Rey; sin embargo esa misma muchedumbre pediría después su crucifixión.

Juana de Arco fue juzgada por la Inquisición francesa y condenada a muerte por los teólogos del Obispo de París.

A San Juan de la Cruz le pusieron durante nueve meses en una cárcel conventual sus propios hermanos.

Ya lo advirtió el Maestro: El siervo no es más que su Señor. “Si a mi me han perseguido, también les perseguirán a ustedes.” (Jn. 15.20).

Así como el oro se purifica, así también el cristiano tendrá que ser purificado para convertirse en hostia pura, santa y agradable a Dios: “Purifíquense de toda vieja levadura para ser masa nueva, pues son panes ázimos, porque nuestro Cordero Pascual, Cristo Jesús, ha sido inmolado” (1 Cor. 5.7).

El frío, los vientos, el hacha, poco a poco van quitando lo que nos sobra para que podamos mostrar la imagen de Dios. De esa forma podemos servir para calentar a los demás.

“Nada de cuanto sucede es malo para el hombre bueno” (Platón), “Todo lo que les ocurre es para bien de ustedes, para que la gracia les llegue más abundante y crezcan” (2 Cor. 4.15).

sábado, 13 de junio de 2015

Dios está en la cárcel.



En la cárcel común, había dos presos políticos. Uno de ellos tenía ideas religiosas muy débiles. Cavilaba, continuamente, sobre su situación injusta y nutría sus rencores y deseos de venganza. La poca fe que tenía la perdió: Dios no podía existir en un mundo malo e injusto. Vivía amargado por no estar en libertad y rápidamente, recurrió a las drogas. Se hizo un adicto, y perdió la poca dignidad y principios morales que le quedaban.

El otro preso era un cristiano fervoroso. Partió de la base que Dios también estaba en la cárcel y que esté donde esté, Dios es siempre misericordia y liberación. Se olvidó del pasado y se concentró en el presente y en lo que ahí y ahora podía hacer por los demás.

Como había estudiado leyes, pudo ayudar a otros presos en sus diligencias para acortar su condena, y varios consiguieron, así su libertad. Creó con otros presos grupos de Biblia y oración. Así encontró sentido a su estadía en la cárcel, y un significado nuevo en su vida. Se mantuvo en paz y creció más y más en libertad interior.

Segundo Galilea



¡Cuánto pasa el ser humano antes de llegar a la cárcel y después! Normalmente, las cárceles están llenas de personas que vivieron en suburbios, en barrios chinos, orfanatos, reformatorios…De alguna forma son gentes que han sido marginadas por la sociedad, o ellos mismos se han marginado. En esta marginación han sufrido con otros el dormir en la calle, el dormir con la misma ropa durante varios meses, el vivir de limosna, el ver su cuerpo llagado, el sentir el desprecio de los suyos, el pasar de largo de la gente…

Y muchos, desde la cárcel de rejas, desde un hospital, o sencillamente desde el diagnóstico de una enfermedad, quieren hacer algo por los “otros presos” comunes, políticos, religiosos o de cualquier clase.

Eso es lo que quiere Ricky, enfermo con Sida: ayudar a otros y que el mundo lo escuche. Ricky es un adolescente que ha escrito un libro sobre su lucha con el Sida. El es consciente de que posiblemente muera, pero quiere hacer algo en beneficio de los otros, para que mental y emocionalmente puedan vivir el tiempo que les queda antes del encuentro con el Padre de todos.

Dios también está en la cárcel y El es misericordia y liberación. Quien se ha encontrado con El, se libera de cualquier tipo de opresión y hace lo que puede por salvar a los otros, “por acortar la condena”, por descerrajar las rejas, por derrumbar muros, por que los pájaros y las flores puedan cantar libertad.


Carcelero, abre la puerta
que se acerca el alba.
Quita el cerrojo,
levanta el cepo,
deja que vuele el alma.


Carcelero, abre la puerta
que se acerca el alba.
Anoche soñé con claveles, rosas,
vi cercana la mañana.


Carcelero, abre la puerta
que se acerca el alba,
y voy de vuelo
con miles
de alas en el alma.

jueves, 4 de junio de 2015

LA EUCARISTÍA ES FUERZA.

Jean van Eyck, gran pintor flamenco, pintó el famoso retablo de Gante. En medio del cuadro, en el altar, aparece el Cordero de Dios, sacrificado, y corrientes de bendiciones parten de la víctima en todas las direcciones  y de todas partes acuden presurosos los pueblos, para presentar su homenaje al Cordero y apagar su sed en él.
Los mártires encontraron en el Señor la  fuerza para aguantar sus martirios. Cuentan que santa Felícitas que cuando sufría se puso a gemir y el carcelero le preguntó: « ¿Gimes ya ahora? ¿Qué harás, pues, cuando seas arrojada a las fie­ras?». Y Felícitas, confortada con el Cuerpo de Cristo, le contestó: «Ahora lo que sufro, lo sufro sola; pero enton­ces habrá en mí Alguien que sufrirá por mí, porque yo tam­bién sufro por Él».
San Ignacio  de Antioquía, cuando le llevaban al martirio, escribió siete cartas de consuelo a las igle­sias cristianas, y decía: «Hacemos la fracción de un mismo pan, esta es la medicina de la inmortalidad, el contraveneno para que no muramos, sino que vivamos eternamente en Jesucristo». «Soy trigo de Dios; es necesario que me muelan los dientes de los leones para que pueda ser puro pan sacrificio”
Somos peregrinos y para nuestro caminar necesitamos comer del Pan de Vida. Quien come este pan, vivirá eternamente (Jn. 6, 53-59). Este pan sirve, sobre todo, para cuando el cansancio se acumula. Entonces Jesús nos da la solución, venid a mí todos los que andáis agobiados que yo os aliviaré. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que somos amigos de buscar otros remedios para nuestro cansancio. Así se nos dice Jeremías que hemos abandonado a Dios que es fuente de agua viva, y hemos a fabricar aljibes rotos, que no pueden retener las aguas.Y abandonar al Señor es mala y amarga cosa (Jer. 2, 19).
De la comunión brotan fuerzas para seguir a Jesús, pase lo que  pase. El Cardenal Newman! antes de convertirse al catoli­cismo era pastor anglicano. Pocos días antes de su conversión, uno de sus amigos intentó disuadirle del paso que iba a dar:
    ¡Piensa bien lo que vas a hacer! Si te haces católico, pierdes tus ingresos considerables, cuatro mil libras al año.
Newman no contestó más que esto:
—Y ¿qué son estas cuatro mil libras en comparación con una sola comunión?