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HACER DE LOS SUEÑOS UNA REALIDAD
“Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de
fe o, dicho de otro modo, la crisis moral por la que atravesamos. Yo no lo
creo. Me temo que lo que está agonizante es la esperanza, el redescubrimiento
de las infinitas zonas luminosas que hay en las gentes y cosas que nos rodean”
(J.L. Martín Descalzo).
Nuestro mundo no marcha todo lo bien que debiera. Los
problemas que le afectan son muy antiguos: hambre, violencia, muerte, racismo y
división entre los seres humanos. Los medios de comunicación nos hablan
constantemente de guerras,
robos, paro, corrupción. Surgen nuevas esclavitudes y hay una gran pérdida de
valores. No hay pan y agua para todos. O está mal repartida, y el
pesimismo y la desesperanza se adueñan de muchos corazones.
El fundamento de esta
esperanza es Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. En Él confiamos y por
eso esperamos. La esperanza sin confianza no es nada. Esperamos en y a Dios. No
cualquier otra cosa, por buena y saludable que ésta sea. Nuestro corazón
inquieto busca desesperado, a través de todo lo que le rodea, ese rostro
insondable de Dios que le seduce aún cuando no le ve. Y el contenido de la
esperanza son las promesas de ese Dios que nos ha hablado con nuestro lenguaje
humano, prometiéndonos algo tan asombroso como participar de su divinidad y
vivir una vida feliz y eterna.
Dios es nuestra
esperanza en Cristo. Esperamos porque Él es la prenda de la fidelidad de Dios,
la certeza de que no nos abandona y de que estamos salvados. El testimonio de
los cristianos comprometidos se agiganta. Decía Chesterton que “cada época es
salvada por un puñado de hombres y mujeres que tienen el coraje de ser
inactuales”. Quizás lo inactual sea esperar en medio de un mundo donde tantas
cosas van mal y nos desaniman a creer y amar. Nos salvamos cuando somos capaces
de esperar mínimamente, de creer y amar. Entre los muchos testigos de la
Esperanza uno puedes ser tú, amigo lector. San Juan de la Cruz escribió: “la
esperanza tanto alcanza cuanto espera”.
La esperanza no es
sino la motivación que una y otra vez nos recuerda a quién esperamos y por qué.
Y en ese recuerdo nos moviliza a actuar, a recrear con nuestra vida un mundo
más humano y mejor, donde los problemas tengan solución y donde nadie se pueda
sentir marginado o sólo.
Si nos
abrimos a la esperanza, todo recobrará luz y color, todo se llenará de sentido.
Dios es nuestra esperanza, nuestra fuerza y, aunque, a veces nos falta el ánimo
para poder superar los baches y contrariedades; es necesario creer de verdad
que nos cuida y está presente incluso en los momentos más difíciles, tanto en
la vida como en la muerte.
“La
esperanza no es un sueño, sino una manera de hacer que los sueños sean
realidad”, afirmaba el cardenal Suenens. Todo depende de Dios, pero también
todo depende del ser humano. Dios nos da la semilla, pero somos nosotros los
que tenemos que sembrarla. Él se encargará de hacerla crecer, con nuestra
ayuda, claro está. No hay crecimiento sin Él.
Estamos en Adviento, es tiempo de espera y esperanza, tiempo de revestirse de Cristo, de hacer de nuestros sueños una realidad.