Santa Teresa de Jesús estuvo dotada de
muchas cualidades, pero para decirlo en dos palabras diremos que fue
profundamente humana y divina. Azorín dejó escrito que: “Teresa era humana,
profundamente humana, directa, elemental, tal como el agua pura y prístina… La
vida de Teresa, escrita por ella misma, es el libro más hondo, más denso, más
penetrante que existe en ninguna literatura europea”. Esta humanidad teresiana
que destacamos como una de sus mejores cualidades, salta constantemente como
chispa de la hoguera de sus libros. Teresa no era una “superwoman”, por el
contrario, su sencillez y transparencia eran tales, que todos podían entenderla
e identificarse con ella. Era amena, ingeniosa, graciosa, sensible…sabía lo que
era estar cansada, enferma, con dolores. Conocía desde dentro la complejidad de
los problemas cotidianos y la dificultad del trato social con gentes de todo
tipo y condición.
¿Cómo era? Para presentarla, recojo
algunos testimonios de personas que la conocieron, la trataron, la amaron o la obedecieron, y de otros que la
descubrieron al leer sus escritos. Entre todos nos dan un perfil bastante
aceptable, aunque para conocer a alguien haya que verle y escucharle en primera
persona.
María de San José,
tal vez la mejor discípula de Santa Teresa, la culta
priora del Carmelo de Sevilla, predilecta de la santa por tantos motivos,
refiere en su Libro de Recreaciones,
cómo era santa Teresa. "Era esta santa de mediana estatura, antes grande que pequeña. Tuvo
en su mocedad fama de muy hermosa, y hasta en su última edad mostraba serlo…
con ser ya de edad y muchas enfermedades, daba gran contento mirarla y oírla,
porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones…Era en todo
perfecta..."
Es esta realmente, una estupenda
descripción del físico de Teresa de Jesús que podemos completar con el retrato
hecho por fray Juan de la Miseria, aunque ella coqueta como fue siempre, dijera
al ver el resultado: “Dios te perdone fray Juan, pues ya que me has pintado, me
has pintado fea y legañosa”.
Buena discernidora de tiempos y lugares,
tenía un ‘saber estar’ envidiable. “Santa Teresa vivió siempre con los ojos
puestos en el cielo pero con los pies bien asentados en la tierra. Sus raptos
místicos, sublimes, no le impidieron vivir en la realidad del presente y
realizar la reforma del Carmelo, obra admirable de la Santa” (Joaquín Rodrigo).
Alguien dijo de ella que era “Teresa la
de la gran cabeza”, queriendo destacar
sin duda la gran capacidad para organizar que poseía, su enorme sentido común,
su tacto, su inteligencia…; pero sobre todo Teresa tenía en gran medida las
dotes de una madre. “Teresa de Jesús será, para todos, sencillamente la Madre
(Alberto Campos). Y es propio de cada madre el amar, pues “Si el amor –como
dijo la santa- consiste en perseverar con gozo y con paz en medio de las
adversidades” y en dar la vida, así lo hizo la Santa de Ávila.
Teresa tenía, como ya hemos apuntado, un
gran encanto personal, una gran simpatía, una alegría contagiosa, una gracia especial para hablar y la gente que la trataba, gozaba con ella.
Así el Licenciado Aguiar, medico que la atendió en Burgos decía: “Tenía la
santa madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el
día con ella sin sentir; y menos que con gran gusto, y las noches con la
esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su
conversación suavísima y muy grave, cuerda y llana.
Entre las gracias que tuvo, una de ellas
fue que arrastraba tras de sí a la parte
que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el
timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y
encaminarlos a la virtud”.
Alguna monja de la Encarnación decía
sutilmente que Teresa tenía la propiedad
de la seda dorada, porque venía bien con todos los matices, se hacía a las
condiciones de todos para ganarlos a todos. Y Fray Luis de León, la define como
"la piedra imán que a todos atrae".
Respecto a ser una mujer divina,
coincidimos en elogiar su sentido de Dios, su magisterio al enseñar a orar a
todos los que la rodeaban, su inspiración para hablar y escribir de los más
intrincados misterios del alma humana, y entendemos, en fin, su santidad como
hecha de fortaleza, de humildad y amor.
Otro personaje ilustre (Enrique de Ossó)
tuvo gran devoción y amor a Teresa de Jesús y la llamaba "robadora de
corazones", y dirigiéndose a la Santa la define como: "la amada de mi
corazón”. "Santa Teresa de Jesús, decía Ossó, hace amable la virtud y enciende en las almas
el espíritu de fe y de amor de Dios".
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