El sabio sirvió el té, llenó
la taza de su huésped y después continuó echando, con expresión serena y
sonriente.
El profesor miró
desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción
tan contraria a las normas de la buena crianza; pero, a un cierto punto, no
pudo contenerse más.
“¡Está llena! ¡Ya no cabe
más!”
“Como esta taza, dijo el sabio imperturbable, tú estás lleno de tu
cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y complejas. ¿Cómo puedo
hablarte de mi doctrina, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos y
abiertos, si antes no vacías la taza?” (Cuento japonés).
“¡Está llena! ¡Ya no cabe
más!”
Como la taza, así estaba
lleno el sabio de cultura, opiniones…La doctrina sólo es comprensible a los que
se vacían, a los abiertos de corazón.
Solamente los sencillos, los vacíos de todo y abiertos al Todo
pueden comprender a Dios, y aceptarlo como su tesoro. Para que Dios pueda
penetrar en la mente y el corazón del ser humano, necesita éste tres actitudes
fundamentales: humildad de corazón, escucharlo y dejar que Él actúe.
La humildad de corazón es una actitud indispensable para que Dios
pueda entrar en el corazón humano. “Dios resiste a los soberbios, y a los
humildes, en cambio, les da su gracia” (St, 4,6). La persona que abre su ser al
Señor, lo reconoce como único dueño y dador de vida, fuente de todo lo bueno,
santo y perfecto. Es el Dios que obra conforme a su beneplácito (Fl 2,13).
Dios es el Dios de los humildes. Sólo los humildes pueden llegar
hasta Él en actitud de escucha. “Escuche quien quiera escuchar” (Ex 3,27).
“Quien tenga oídos entienda” (Mt 13,9).
Dios nos habla de mil modos y maneras, pero nos habla, sobre todo,
y una vez por todas, en Cristo. “Este es mi Hijo predilecto, en el cual me
complazco. Escúchenlo” (Mt 17,5). Escuchar es estar bien alerta, atentos y
despiertos.
Dejar ser a Dios, dejarle
actuar. Cada cristiano debe dejar que Dios se manifieste libremente, que Él sea
lo que es: Luz, Fuerza, Salvación…Dios es el primero que toma la iniciativa en
la historia de la salvación y Él es el que la realiza. Él es el principal
agente y el principal amante. Dios se entrega del todo y quisiera que el ser
humano dejase paso a su obra, que colaborara con Él. El papel de la criatura es
dejar paso al Creador.
La Virgen María representa el
modelo perfecto de la persona abierta siempre a Dios, dispuesta a que Él haga
su voluntad. Ella es la oyente de la Palabra. Está siempre pronta a la escucha
y atenta al mensaje que se le da. “Hágase en mí según su palabra” (Lc 1,38), es
su respuesta. Y la Palabra se hizo carne en sus entrañas. María acogió a Dios y
le dejó que Él actuara, que fuera Él mismo.
Cristo está a la puerta de
cada corazón humano y llama (Ap 3,20) para que se le abra y Él pueda actuar
como salvador. Dios, Jesús, nos habla de mil modos y maneras. Lo hace cuando
estamos en la iglesia, en el trabajo, en la familia, cuando las cosas marchan
fenomenalmente y cuando parece que todo se empieza a torcer. Para escuchar su
voz es necesario tener todos los sentidos bien abiertos y limpios y, sobre
todo, el corazón. Quien no le busca, quien no se deja encontrar por él, quien
no le ama ni ama a los demás, nunca verá ni oirá Dios, ni en su vida ni en la
vida de los demás.
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