Soy
el árbol más alto del parque. Me siento orgulloso y sano. Todos me
admiran y envidian.
Los
niños me llaman “el árbol grandón”.
Pero
ocurre lo inesperado y sucede la desgracia: un huracán azota la
ciudad. Yo soy el árbol más fuerte y más alto, pero él es aún
más fuerte que yo. Me zarandea con violencia. En un instante empiezo
a crujir. Una de mis ramas de desgaja. Los árboles se cobijan muy
bien unos en otros. Es a mí al que azota el huracán. Mis ramas se
rompen y yo, zarandeado con más y más fuerza, caigo con un fuerte
crujido, al suelo. Todo ha terminado para mí.
¡Es
el final!
Un
hombre me ha cortado las ramas más bonitas y frondosas.
Me
he enterado que han sido plantadas en el parque infantil de la ciudad
y que ya son grandes árboles.
Ahora
llegan los fríos.
Un
hombre se acerca a mí y comienza a darme golpes con el hacha, sin
piedad. Me hace pedazos.
Me
lleva, poco a poco, a su casa, para calentar a su familia en los días
de invierno y poder dar comida caliente a su hijo de tres años. Voy
muriendo lentamente…lentamente…
Pero
ahora descubro que muero feliz.
María
Antonia Miguel Gómez
La
vida zarandea a todos, y cada día se encarga de cortar las ramas más
bonitas y frondosas.
Muchos
hombres saborean las mieles del triunfo y el aplauso de la
muchedumbre y de sus discípulos; pero también a ellos les llegó la
hora de la purificación.
Isaías
tuvo que ser purificado con un carbón encendido. (I.
6.1.11).
Una
inmensa muchedumbre proclamó a Jesús como Rey; sin embargo esa
misma muchedumbre pediría después su crucifixión.
Juana
de Arco fue juzgada por la Inquisición francesa y condenada a
muerte por los teólogos del Obispo de París.
A San
Juan de la Cruz le pusieron durante nueve meses en una cárcel
conventual sus propios hermanos.
Ya lo
advirtió el Maestro: El siervo no es más que su Señor. “Si a mi
me han perseguido, también les perseguirán a ustedes.” (Jn.
15.20).
Así
como el oro se purifica, así también el cristiano tendrá que ser
purificado para convertirse en hostia pura, santa y agradable a Dios:
“Purifíquense de toda vieja levadura para ser masa nueva, pues son
panes ázimos, porque nuestro Cordero Pascual, Cristo Jesús, ha sido
inmolado” (1 Cor. 5.7).
El
frío, los vientos, el hacha, poco a poco van quitando lo que nos
sobra para que podamos mostrar la imagen de Dios. De esa forma
podemos servir para calentar a los demás.
“Nada
de cuanto sucede es malo para el hombre bueno” (Platón),
“Todo lo que les ocurre es para bien de ustedes, para que la
gracia les llegue más abundante y crezcan” (2 Cor. 4.15).
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