En
lo más álgido de la segunda guerra mundial, cuando sobre la ciudad
de Londres, llovían las bombas alemanas, uno de los grandes diarios
editorializaba de la siguiente manera: “Hemos sido un pueblo amante
del placer, deshonrando el día del Señor, paseando, bañándonos en
el mar; ahora las playas han sido abandonadas, no hay días de campo
ni baños en el mar. Hemos preferido pasear en automóvil en lugar de
ir a la Iglesia; ahora no podemos ni aun conseguir gasolina. Hemos
cerrado nuestros oídos al toque de las campanas que nos llaman al
culto, ahora las campanas no pueden tañer, excepto para advertirnos
el peligro de la invasión. Hemos dejado los templos vacíos cuando
debieron estar llenos de adoradores, ahora se encuentran en ruinas.
Hemos desoído el mensaje acerca de los senderos de paz, ahora
estamos forzados a escuchar acerca de las incitaciones de la guerra.
Hemos negado el dinero para la obra del Señor, ahora tenemos que
entregarlo al estado para los gastos que ocasiona la guerra y los
altos precios, en todo. El alimento por el cual olvidamos dar gracias
a Dios, ahora se nos hace muy difícil obtenerlo. Los servicios que
hemos rehusado prestar al Señor, ahora se nos fuerza a prestarlos al
esfuerzo de la guerra. La vida que rehusamos poner bajo la dirección
de Dios, ahora está bajo el control de la nación”.
Miguel
Limardo
En
cualquier examen de conciencia nos damos cuenta de lo que podíamos
haber hecho y no hicimos. Hemos amado el placer, hemos cerrado los
oídos a la voz de Dios, hemos…
La
“vida que rehusamos poner bajo el servicio de Dios”, está ahora
bajo otro señor: la guerra, la muerte. Cuando esto sucede,
descubrimos el potencial del bien y de mal que hay dentro del corazón
humano.
Rubén
Darío nos habló del lobo de Gubbia, que Francisco de Asís
convirtió en animal manso y dócil. Por obediencia al santo, dejó
de dedicarse a matar; pero un día, al ver tanta maldad en la persona
humana, se sintió otra vez lobo y volvió a sembrar el miedo y la
sangre entre ganados y pastores.
Dentro
de nuestras entrañas llevamos una fiera y un ángel. Somos mitad
Dios, mitad demonio. Si dejamos que crezca Dios, es decir, el bien,
el mal se alejará definitivamente. Es necesario, pues, acoger el
llamado de Gandhi, que lo convirtió en su última oración, antes de
que las balas le acribillaran.
“Ya
te sientas fatigado o no, ¡oh hombre!, no descanses;
no
ceses en tu lucha solitaria,
sigue
adelante y no descanses…
No
pierdas la fe, no descanses…
Salta
sobre tus dificultades…
El
mundo se oscurecerá y tú verterás luz sobre él…
¡Oh
hombre!, no descanses;
procura
descanso a los demás”
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