En
la ribera del Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no
era fértil, pero labrada con tesón, producía lo necesario para
vivir con holgura y aún para guardar algo de reserva.
Iván,
uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de la Tula y compró
una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa.
Los animalitos al poco tiempo se hicieron conocidos en todos los
campos de la vega del Oka por sus continuas correrías en los que
ocasionaban destrozos en los sembrados, y las ovejas. Nicolaí,
vecino de Iván, fastidiado por las continuas molestias de los
sabuesos, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros
para que le defendieran su casa.
Al
cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó
15 perros. Se decían: “Dios mío, que sería de nosotros sin estos
valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas”
Entretanto,
la miseria se había asentado en la aldea. Un día se quejaban de su
suerte delante del hombre más viejo y sabio del lugar, y como
culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:
La
culpa la tenéis vosotros; os lamentáis de que en vuestras casas
falta el pan para vuestros hijos, que languidecen delgados y
descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y
lustrosos.
Son
los defensores de nuestros hogares.
¿Los
defensores?
¡Ciegos,
ciegos! ¿No comprendéis que los perros os defienden, a cada uno de
vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros,
no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debería
alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos y la paz y la
abundancia volverán a vuestros hogares.
Y
siguiendo el consejo del anciano, se deshicieron de sus defensores y
un año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener
las provisiones y en el rostro de sus hijos sonreía la salud y la
prosperidad.
Leon
Tolstoi
En la rivera de Oka vivían felices numerosos campesinos, aunque
tenían que labrar la tierra con tesón. Estaban tranquilos porque
nadie robaba, nadie mataba, ni necesitaban personas ni animales que
les defendieran. Cada persona tenía la mejor protección. Su propia
conciencia.
Pero
un campesino ambicioso, que soñaba ser el más importante con la
compra de dos sabuesos alteró la paz de la comunidad y de los
sembrados. Sus perros se comían el pan que pertenecía a los demás.
En
nuestra sociedad también hay muchos sabuesos que se han introducido
para defendernos de los otros. Ya no es suficiente la policía. Hay
que contratar guardianes, guardaespaldas, etc. Una guerra sorda se ha
apoderado de los parques, hogares y calles. En esta guerra se mata
por necesidad, para poder comer, por vicio, para mantener la droga; o
por pasatiempo y deporte.
Armando
Sangil Rodríguez estaba hablando por teléfono cuando Nelson
Clemente, un joven de 17 años, se le acercó por detrás y le dio
varias cuchilladas que le llegaron hasta el corazón. Nelson no
necesitaba dinero, ni mataba por venganza; solo pretendía demostrar
a sus amigos que podía tomar parte de la pandilla. Un menor de 16
años, Henry Emilio Avendano, fue asesinado de 20 tiros el fin de
semana en Carapita, barrio al oeste de Caracas, para robarle los
zapatos deportivos que calzaba, decía la prensa de Caracas del 14 de
Octubre de 1991. Y proseguía: Cada fin de semana mueren en Caracas
de 15 a 20 personas, muchas de ellas niños, víctimas de acciones
violentas protagonizadas muchas de ellas por menores de edad.
Tenemos
que deshacernos de nuestros sabuesos de hoy: armas, droga, pandillas
etc., para que la abundancia, la paz, el buen entendimiento y la
fraternidad vuelvan a nuestros hogares.
“No
matarás” (Ex.
20.13).
“Quien hiera a otro y le causa la muerte, será muerto” (Ex.
21.12).
Dios quiere y desea que tengamos vida en abundancia. “Yo vine para
que tengan vida y encuentren plenitud” (Jn.
10.10).
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