Un
día al ir a pagar sus verduras, doña Anita notó que le faltaba el
billete de 5.000 pesetas de su pensión. Por más que buscó no pudo
encontrar su billete, por lo que en la cabina del ascensor puso una
tarjetita en que anunciaba que si alguien había encontrado un
billete de 5.000 pesetas que hiciera el favor de devolvérselo.
Fue
a misa, pero no podía orar. Cuando el sacerdote comenzó el “Yo
pecador” se acordó de la viuda alegre, su vecina, que acababa de
estrenar un bolso de cuero. ¡Ahí estaban sus 5.000 pesetas!
Mientras leía el Evangelio se acordó de las dos jóvenes del
tercero, de vida muy licenciosa y recordó que aquella noche habían
llegado más tarde que de costumbre. Al recitar el ofertorio vino a
su mente el carnicero comunista su vecino del segundo. ¡En qué
habría invertido el comunista ese dinero! En la consagración le
tocó el turno a D. Fernando y hasta el final de la misa fueron
desfilando todos sus vecinos como posibles apropiadores de su dinero.
Sólo
cuando al regreso, al entrar en su piso tropezó doña Anita, y, al
caérsele el misal, salieron de él doce estampas y un billete de
5.000 pesetas se dio cuenta de su necedad.
Y
cuando se disponía a salir a hacer sus compras llamó a su puerta la
viuda alegre que la víspera había encontrado un billete de 5.000
pesetas en el ascensor. Cuando ella se fue llamaron las dos chicas
del tercero que también habían encontrado en la escalera 5.000
pesetas. Luego fue el carnicero con cinco billetes de mil que se
había encontrado. Después D. Fernando y una docena más de vecinos
más, porque - ¡hay que ver qué casualidades! – todas habían
encontrado billetes de 5.000 pesetas en la escalera.
Y
mientras doña Anita lloraba de alegría, se dio cuenta de que el
mundo era hermoso y la gente era buena, y que era ella quien
ensuciaba el mundo con sus sucios temores.
José
Luis Martín Descalzo
Pocas
cosas tenía doña Anita. Lo único que amaba y poseía de verdad era
su adorado marido que a los cuatro días de casada le había dejado
viuda. Toda la fortuna que heredó de su Paco fue: una fotografía,
unas sábanas de seda y 5.105 pesetas.
Doña
Anita era buena, a nadie hacía mal. Su camino era de la iglesia a
casa y de casa al mercado. Poco podía ayudar a los otros, pero
siempre se compadecía de los más pobres, de aquellos a quienes no
les llovía ningún tipo de pensión. Cuando se juntaba con otras
mujeres no criticaba más de lo corriente, incluso ella siempre
sabía desviar la conversación con gran astucia y habilidad, para no
herir, para no faltar, para no pensar mal de los demás. Pero un día
le llegó la prueba.
Cuando
llegó aquel día fatal en que perdió toda su fortuna del mes, se
dio cuenta de que en aquel billete que había perdido estaba toda su
vida. ¿Quién la iba a alimentar si ella no tenía a nadie y nunca
había pedido una peseta? Y el cielo se le volvió tierra y todo su
egoísmo salió fuera. Tan buenecita que parecía, se convirtió en
auténtica leona cuando la arrancan los cachorros. Fue entonces
cuando se dio cuenta de lo malos que eran sus vecinos: comunistas,
adúlteros…Y los pensamientos envenenaron su corazón. ¡Qué bien
le hubiera venido a doña Anita poner en práctica este proverbio
chino!
“Tu
no puedes impedir a los pájaros de la melancolía que vuelen sobre
tu cabeza, pero sí que hagan sus nidos en tus cabellos”.
Las
aves del dinero se adueñaron de la buena voluntad de doña Anita y
minaron la bondad de su joven corazón. Solamente la bondad de
quienes fueron juzgados malvados por ella en su momento de angustia
la hicieron darse cuenta de que la gente era buena y que era ella
quien la ensuciaba con sus sucios pensamientos.
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