Un viajero caminaba un día por la carretera, cuando pasó junto
a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y
con sangre en las manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le
peguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.
¿Quién es él? Preguntó el viajante.
Un malhechor, dijo el cabecilla del grupo.
¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?
No. Lo perseguimos para enseñarle el camino
Anthony de Mello
Dejar que los otros descubran su camino y las actitudes que deben
llevar en este caminar, es una hermosa tarea para padres y
educadores. Cada caminante hace su propio camino; pero necesita de
alguien que le ayude a abrir los ojos a todo lo bueno y bello, a
tomar decisiones personales, a ser crítico ante la vida, a aceptar
el dolor, a crecer y a madurar. Modificar cualquier comportamiento,
sanar las heridas producidas por tantos errores propios y ajenos,
será una labor ardua, paciente y dificultosa.
Dice San Juan de la Cruz en Dichos de luz y amor,3:
“Aunque el camino es llano y suave para la gente de buena voluntad,
el que camina caminará poco y con trabajo si no tiene buenos pies y
ánimo y porfía animosa en eso mismo.”
En estas palabras señala los elementos necesarios para caminar.
Presupone que se ha de tener buena voluntad, pues cuando falta esta,
todo son complicaciones y el caminar se hace interminable. Pero se
caminará poco si no se cuenta con buenos pies y mucho ánimo, porque
el camino es pedregoso, con baches constantes y el barro o lodo se
pega a los pies. Se requiere, además mucho ánimo y una “determinada
determinación” de empezar cuantas veces sea necesario.
Quien ha encontrado el verdadero camino, sabe muy bien que no se
adelanta nada con condenar a los criminales. Se consigue mucho más
amando a quienes tienen sus manos ensangrentadas, para que puedan
abandonar el camino de Caín y aceptar a quien con su sangre nos
abrió el camino de la salvación,
Cuando María Fida Moro dio un abrazo de perdón a los asesinos de
su padre afirmó que Valerio Morucci y Adriana Faranda no eran dos
monstruos, sino dos personas que se habían equivocado
Quien ama no lleva cuentas del mal. Siempre perdona.
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