sábado, 6 de febrero de 2016

La alegría del que sirve.





Hay un bonito cuento de una niña que, al pasar por un prado, ve una mariposa clavada en un espino.

La niña la libera con todo cuidado y la mariposa alza el vuelo. Luego da media vuelta y se convierte en un hada. “En premio a tu bondad, quiero concederte un deseo”, dice a la niña. Esta lo piensa un momento y responde: “Quiero ser feliz” El hada se inclina, le dice unas palabras al oído y desaparece.

A medida que la niña iba creciendo, no había en todo el lugar nadie más feliz. Cuando alguien le preguntaba el secreto de su felicidad, ella sonreía y decía: “Escuché las palabras de un hada”.

Cuando fue anciana, los vecinos temían que pudiera llevarse a la tumba su maravilloso secreto. “Cuéntanos por favor qué te dijo el hada”, le suplicaban. Y la viejecita respondió con una sonrisa: “El hada me dijo que por muy seguros de sí mismos que parecieran, todos me necesitaban”.

Todos nos necesitamos unos a otros.

Leo F. Buscaglia



Un día le preguntaron a Gerard Bessiere cómo se las arreglaba para estar siempre contento, para tener siempre la cara iluminada por la sonrisa. El remedio, contestó, es “salir de uno mismo” buscar la alegría donde está, e interesarse por los demás.

Quien renuncia a su felicidad, la encontrará duplicada en los demás. Por eso dice Jesús: “Quien pierda su vida, la ganará” (Mc 8.35).

Todos somos necesarios y todos nos necesitamos.

Bien lo han comprendido los que no sólo se dan durante la vida, sino hasta después de muertos, y donan su cuerpo, sus ojos, su corazón, su hígado…Así siguen viviendo y dando vida a otros.

Un buen ejemplo de amor y servicio lo tenemos en la madre Teresa de Calcuta. Cada día sus hijas recogen a miles de personas hijas del hambre y de la muerte, faltas de cariño y de amor. Sólo el silencio de la noche sabe la dedicación de estas personas y otras muchas que laboran en una vida oculta y entregada. Es el servicio el único afán de todos aquellos que recogieron y se adueñaron del mandato de Jesús: sirvan a todos.

Gabriela Mistral cantó magistralmente un himno al servicio:

Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.

Sé el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones y las dificultades del problema.

Hay alegría de ser sano y de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.

Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios; adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.

Aquel es el que critica; éste es el que destruye. Tú sé el que sirve. El servir no es tarea sólo de seres inferiores. Dios que da el fruto y la luz que sirve, pudiera llamarse EL QUE SIRVE.

Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol? ¿A tu amigo?¿A tu madre?

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