sábado, 30 de enero de 2016

Maestro y amigo.


Había un joven, huérfano, que por falta de educación y dirección había caído en muchos vicios. Queriendo salir de ese estado buscó maestros que lo ayudaran.

Se hizo discípulo de un primer maestro, quien le indicaba en qué tenía que cambiar, y lo motivaba: “Eso no está bien…así nunca serás un hombre de provecho…Tienes muchas cualidades, y si cambias tendrás un gran porvenir…” El joven era ambicioso y se esforzaba, pero, con todo, no progresaba lo que quería. Ese maestro no le bastaba.

Se hizo discípulo de un segundo maestro, quien le exigía los mismos cambios. Pero, además, el joven se relacionó con su maestro con un gran cariño y amistad. Pasaba temporadas viviendo con él, y, sobre todo, quería ser como él, libre de vicios y ambiciones pequeñas. Con el tiempo, la amistad íntima consiguió lo que no habían conseguido las exhortaciones, y el joven se encontró liberado.

Segundo Galilea

Algo tiene la amistad y el amor que hace cambiar al que ha probado toda clase de métodos ineficaces. De esto da testimonio aquel joven que había recibido buenos consejos de dos maestros, pero sólo el que se hizo cercano y amigo logró arrancar de su corazón todos los vicios.

Jesús fue un maestro que se hizo amigo de los discípulos y por ellos dio la vida. El es el Buen Pastor, que conoce de verdad a los suyos, importándole hasta los mínimos detalles de su existencia. Como Buen Pastor:

Da la vida por las ovejas;
va delante de ellas, abriéndolas el camino;
busca nuevos pastos;
le interesan las otras ovejas que no le conocen.

“Buscará la oveja perdida, tornaré a la descarriada, cuidaré a la herida y sanaré a la enferma” (Ez. 34.8-16).

Nosotros somos ovejas y pastores. Como ovejas tenemos que escuchar la voz de Jesús y seguirle para poder, al mismo tiempo, dejar de ser malos pastores en la familia y en la sociedad.

Los malos pastores:

Se aprovechan de los demás, los engañan, los corrompen y maltratan.

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