Había
un joven, huérfano, que por falta de educación y dirección había
caído en muchos vicios. Queriendo salir de ese estado buscó
maestros que lo ayudaran.
Se
hizo discípulo de un primer maestro, quien le indicaba en qué tenía
que cambiar, y lo motivaba: “Eso no está bien…así nunca serás
un hombre de provecho…Tienes muchas cualidades, y si cambias
tendrás un gran porvenir…” El joven era ambicioso y se
esforzaba, pero, con todo, no progresaba lo que quería. Ese maestro
no le bastaba.
Se
hizo discípulo de un segundo maestro, quien le exigía los mismos
cambios. Pero, además, el joven se relacionó con su maestro con un
gran cariño y amistad. Pasaba temporadas viviendo con él, y, sobre
todo, quería ser como él, libre de vicios y ambiciones pequeñas.
Con el tiempo, la amistad íntima consiguió lo que no habían
conseguido las exhortaciones, y el joven se encontró liberado.
Segundo
Galilea
Algo
tiene la amistad y el amor que hace cambiar al que ha probado toda
clase de métodos ineficaces. De esto da testimonio aquel joven que
había recibido buenos consejos de dos maestros, pero sólo el que se
hizo cercano y amigo logró arrancar de su corazón todos los vicios.
Jesús
fue un maestro que se hizo amigo de los discípulos y por ellos dio
la vida. El es el Buen Pastor, que conoce de verdad a los suyos,
importándole hasta los mínimos detalles de su existencia. Como Buen
Pastor:
Da
la vida por las ovejas;
va
delante de ellas, abriéndolas el camino;busca nuevos pastos;
le interesan las otras ovejas que no le conocen.
“Buscará
la oveja perdida, tornaré a la descarriada, cuidaré a la herida y
sanaré a la enferma” (Ez.
34.8-16).
Nosotros
somos ovejas y pastores. Como ovejas tenemos que escuchar la voz de
Jesús y seguirle para poder, al mismo tiempo, dejar de ser malos
pastores en la familia y en la sociedad.
Los
malos pastores:
Se
aprovechan de los demás, los engañan, los corrompen y maltratan.
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