Cuenta
P. de Marchi en su precioso libro, “Era una Señora más brillante que el Sol”,
que había pasado toda la noche oyendo confesiones. Aquello no se acababa…Ya de
día llega el último penitente. Es un joven de unos veinticinco años. Está
descalzo y parece cansado. Le confiesa, y al notar que se levanta con gran
dificultad le pregunta:
“¿Viene usted de
muy lejos?”
“Si, señor. Casi
trescientos kilómetros, ocho días de camino”. “¿Pero no lo habrá hecho usted a
pie?”
“Si, señor, todo
el viaje. Mi esposa y yo habíamos hecho una promesa y hemos venido a cumplirla.
Tenemos una niña que nació ciega. Los médicos dijeron que jamás vería, pero
empezamos una novena a la virgen para que la curase. Todas las noches poníamos
unas gotas de agua de Fátima en sus ojos…Yo doy un grito llamando a mi esposa:
“María, ven, que la niña ve, que está curada, la Virgen ha curado a nuestra
hijita”…Y aquí estamos, padre, para
agradecer a la Virgen este milagro” (P. de Marchi)
Muchos son los peregrinos que cada año van
rumbo a Fátima, Lourdes, Monte Carmelo, en busca de un encuentro de fe con
Jesús a través de la Madre para pedirle, para agradecer tantos milagros que por
su mediación maternal acontecen cada día en la vida.
María, también fue peregrina en la fe. El
Concilio dice que María “avanzó en la peregrinación de la fe y conservó
fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG 58). Vivió en condiciones de
peregrina, con confianza total se abandonó al Señor y, guiada por Él, caminó
siempre hacia delante sin saber adónde iba. En todo momento cree y espera.
Acoge a Cristo y a sus paisanos con una total disponibilidad de servicio,
porque tenía un corazón de pobre. Su prima Isabel ve en ella a la creyente y
por eso la felicita: “¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá”.
María vive unida a Cristo durante toda su
vida, hasta llegar con Él a la cruz. El dolor del hijo se hace dolor para la
madre. Está presente cuando llega la hora decisiva y, desde la cruz, colabora y
se hace madre de todos los redimidos. Dios se sirve de Ella para “hacer grandes
cosas”, para colaborar con su Hijo en la obra de la salvación.
No es de extrañar que los enfermos, los
cansados de caminar, los que necesitan una luz para sus vidas, quieran caminar
desde lejanas tierras para acercarse a estos santuarios de fe, de amor y de
paz. No es de extrañar que María, la madre de todos, en especial de los
necesitados, esté junto a las vidas rotas de tantas personas, como estuvo junto
a su Hijo. “Ella sigue con sus ojos misericordiosos” a todos los peregrinos que
acuden a ella invocándola en momentos difíciles.
https://youtu.be/mW_QVLG_Tq4
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