Unos
turistas querían llegar pronto a un castillo, en la ladera de una montaña.
Había varios caminos, todos ellos bastante largos, salvo uno, que era un atajo
muy corto, aunque extremadamente duro y empinado. No había manera de detenerse
a comer o descansar, y la soledad era muy grande, porque casi nadie lo
recorría.
Todos,
menos uno, eligieron los caminos largos y fáciles. Pero eran tan largos que se
aburrieron y se volvieron, sin llegar a su destino. Otros se instalaban a la
sombra, a dormitar y conversar, y se quedaron ahí indefinidamente.
El que
subió sólo, por el atajo, pasó toda suerte de penurias, y en el momento en que
le pareció que no podía más, se encontró ya en el castillo. Fue el único que
llegó.
Segundo Galilea
Somos ciudadanos del cielo. Para
llegar allí, a la cima si queremos conseguirlo rápidamente, tenemos que escoger
“el atajo” el camino que nos lleva directo, el mismo que eligió Jesús.
Imitar a Cristo en este caminar, es
seguir sus pasos y consiste en una renuncia a todo, ya que el mismo Maestro, ni
en la vida ni en la muerte tuvo donde reclinar la cabeza. Quien elige esta
senda que conduce a la vida eterna, debe abandonar las otras.
Este camino es arduo y costoso. Quien
desea ir por él necesita mucho coraje, decisión, firmeza, constancia, buenos
pies y mucho ánimo. San Juan de la Cruz nos dice que “hay muchos que desean
pasar adelante y con gran continuación piden a Dios los traiga y pase a este
estado de perfección, y cuando Dios les quiere comenzar a llevar por los
primeros trabajos y mortificaciones, según es necesario, no quieren pasar por
ellas y hurtan el cuerpo, huyendo el camino angosto de la vida, buscando el
ancho de su consuelo, que es el de la perdición” (Llama de Amor viva 2.27).
A quien elige seguir los pasos de
Jesús, Dios no le deja solo. El siempre va delante abriendo senderos. El lo
hace todo. Pero no nos paraliza, al contrario, nos exige espíritu de lucha y
que aceptemos los riesgos que se presenten. (Ex. 3.7-11). Con esta actitud de abandono, el ser humano
experimentará que, al mismo tiempo que va dejando, desnudándose de todo lo
relativo, va quedando sólo Dios, el libertador de toda clase de opresión.
“La única libertad que merece este
nombre, es la de buscar nuestro bien por nuestro propio camino”. (Stuart Mill).
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