Un
hombre quería vivir con el mayor bienestar y liberarse de la presión de la
ciudad donde vivía y trabajaba. Compró una casa de descanso en el campo cercano
para pasar ahí las veladas, los fines de semana y largas vacaciones. Pero con
el tiempo echaba de menos la variedad a que estaba acostumbrado, y se aburría.
Entonces
compró para la casa equipos refinados de música, de televisión, y se suscribió
a libros y revistas de su agrado. Compró también el último modelo de automóvil
rápido para tener mayor libertad de movimiento. Pero todos esos gastos habían
sido excesivos, y tuvo que pedir un préstamo, y entonces vivía constantemente
preocupado por su presupuesto y gastos.
Buscando
una variedad y libertad de la que antes no había gozado, emprendió varias
aventuras amorosas extramatrimoniales. Pero vivía condicionado por las medidas
que tenía que tomar para que su esposa no lo supiera; con ella trataba de actuar
con la mayor naturalidad, y eso le producía continua tensión.
Por fin,
decepcionado, dejó sus aventuras, vendió su casa de campo y las comodidades con
que la había llenado, y se volvió a su vida y trabajo habitual de la ciudad.
Segundo Galilea
Buscamos la libertad, aunque muchas
veces no lo intentemos por el camino verdadero. Se nos dificulta ser libres por
el ambiente que nos rodea, por el afán y por el deseo desmedido que hay de
poseer, de tener y de gozar. Valoramos a las personas por su poder y su dinero.
La sociedad, a su vez, promete el cielo en el consumo, y lo que logra es que
cada día haya mayor número de esclavos. El valor supremo del mundo es tener más
y más para consumir más y más.
Ante el afán de consumismo que
engendra ansiedad y angustia en los ciudadanos, el departamento de Salud de los
Estados Unidos, hizo el siguiente comunicado:
“Hasta donde se sabe ninguna ave ha
tratado de construir más nidos que sus vecinos. Ninguna zorra se ha irritado
porque sólo haya tenido una guarida donde esconderse. Ninguna ardilla se ha muerto de ansiedad al pensar en
los rigores del invierno. Ningún perro ha perdido su sueño pensando que no
tendrá huesos para los días que están por delante.”
Sin embargo el ser humano se afana,
se irrita, sufre de insomnio, se pone tenso al no encontrar la libertad y
felicidad en los equipos refinados, en las aventuras amorosas y en las
comodidades añoradas y soñadas. Busca incesantemente la libertad, pero no halla
el método adecuado para dar con el verdadero camino.
“¡Oh!, lo qué sufre un alma, válgame Dios,
por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos
padece” (Santa Teresa, vida, 9.8).
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