Raul Folleau solía contar una historia emocionante: visitando una
leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre
tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había
conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y
que se iluminaba con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre
tantos “cadáveres” ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba
humano. Cuando preguntó qué era lo que mantenía a este pobre
leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su
conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre
acudía al patio que rodeaba la leprosería allí esperaba. Esperaba
hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos
cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita,
que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía
él también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre,
iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva
jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente.
Era – le explicaría después el leproso – su mujer. Cuando le
arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer
le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para
continuar expresándole su amor.”Al verla cada día- comentaba el
leproso – sé que todavía vivo”.
No exageraba; vivir es saberse queridos, sentirse queridos. Por
eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se
matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les
querrá jamás. Porque ningún problema es verdadero y totalmente
grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.
José L. Martín Descalzo
El amante sigue a su amado a todas partes. En este seguimiento da y
recibe la vida un día tras otro y así todos los días. El que ama
da todo lo que tiene: besos, dinero, cosas, regalos, tiempo; pero
sobre todo, se da a sí mismo.
Cuando cesa la entrega generosa, muere el amor. Entonces surgen las
sospechas, los cálculos fríos e interesados, el ver que el otro no
tiene razón. Cuando vence el que más argumentos tiene o más voces
da, el corazón se puede echar a dormir.
Es imposible dar sin amor. Más temprano o más tarde uno cansa y
se cansa. Dar sin amor viene a ser una ofensa. Aún el más
necesitado, cuando se le da, sólo exige amor. No mira la limosna,
sino que tiene un sentido especial para ver lo que hay dentro de
ella.
“Recuerda que te será necesario mucho amor para que los pobres te
perdonen el pan que les llevas” (San Vicente de Paul), Será
necesario mucho amor para mantenerse vivo y llenar de vida a los
otros.
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