sábado, 23 de enero de 2016

Estrellas con destino.


El gran general japonés Nobunaga decidió atacar, a pesar de que sólo contaba con un soldado por cada diez enemigos. El estaba seguro de vencer, pero sus soldados abrigaban muchas dudas.

Cuando marchaban hacia el combate, se detuvieron en un santuario sintoísta. Después de orar en dicho santuario, Nobunaga salió afuera y dijo: “Ahora voy a echar una moneda al aire. Si sale cara, venceremos; si sale cruz seremos derrotados. El destino nos revelará su rostro”.

Lanzó la moneda y salió cara. Los soldados se llenaron de tal ansia de luchar que no encontraron ninguna dificultad para vencer.

Al día siguiente, un ayudante le dijo a Nobunaga: “Nadie puede cambiar el rostro del destino”:

Anthony de Mello 

Nadie puede cambiar el destino de los que aman a Dios.

“Con Dios haremos proezas” (Sal.60.14). “Todo lo puedo en aquel que me conforta” ( Flp. 4.13).

Dios favorece a los que se hacen violencia para servirle. Habrá dificultades, se tendrá que trabajar mucho, pero es menester tener altos pensamientos para esforzarse a que lo sean las obras.

Grandes pensamientos y hermosos ideales tuvieron Alvaro Iglesias, Gregorio Pérez y Ana Frank. Es posible que los dos primeros sean un tanto desconocidos. Merece la pena recordar su valor.

Alvaro Iglesias, madrileño, murió a los 21 años por salvar a tres personas para que no quedaran atrapadas por el fuego. Su mensaje caló en aquellos que a su lado vivían aturdidos y entretenidos en medio de una sociedad de consumo y con los ojos puestos en lo pasajero y caduco.

Ricardo Gregorio Pérez, cubano, murió a los 15 años, al llegar a las costas de la Florida luego de haber huído de Cuba en una balsa. El hambre, la sed y el viento no lograron enmudecer sus ilusiones. Tuvo el valor de lanzarse a lo desconocido en busca de nueva vida y nuevos horizontes. En la gran familia de exiliados cubanos, Gregorio encontró el cariño de todos los suyos y la donación de un pedazo de tierra, para seguir soñando y descansar definitivamente.

Ana Frank, niña de 15 años, cuya sangre quedó en una tierra de torturas y de guerra absurda. Su diario fue gran semilla y antorcha durante muchos años para miles de adolescentes.

Álvaro, Gregorio y Ana consiguieron a corta edad el palmarés de la amistad y del valor, dando su vida por nobles ideales. Ellos han sido, sin duda un regalo más del Dador de todos los dones. Su ejemplo es aire fresco para que nuestro mundo viva en un clima de libertad, de belleza y pueda jugar siempre a una sola cara: la del triunfo que nace del amor.

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