sábado, 16 de abril de 2016

El mutismo incomoda.


El abuelo y la abuela se habían peleado, y la abuela estaba tan enojada que no le dirigía la palabra a su marido.

Al día siguiente, el abuelo había olvidado por completo la pelea, pero la abuela seguía ignorándole y sin dirigirle la palabra. Y, por más esfuerzos que hacía, el abuelo no conseguía sacar a la abuela de su mutismo.

Al fin, el abuelo se puso a revolver armarios y cajones. Y cuando llevaba así unos minutos, la abuela no pudo contenerse y le preguntó: “¿Se puede saber que demonios estás buscando?”

“¡Gracias a Dios, ya lo he encontrado!” le respondió el abuelo con una maliciosa sonrisa. “¡Tu voz!”

Anthony de Mello



Con las peleas nacen los enojos, los resentimientos, queda herida el alma y rota la comunicación. ¡Cuántas energías y artimañas hay que emplear para restañar las cicatrices y hacer que vuelva la palabra con la fluidez y comunicación que poseía antes! Es en estos momentos, cuando más necesitamos descargar a fondo el peso del agobio. Aumenta la necesidad del diálogo, cuando habiendo intentado abrirnos humildemente, se nos cierran las puertas con un gesto, con una mala palabra, o con un sepulcral silencio. Necesitamos relacionarnos con los otros en un clima abierto, libre, espontáneo y sincero. Cuando respetamos y acogemos a los demás hacemos que se sientan libres y puedan expresarse sin miedo.

Cuando hay confianza nos presentamos tal como somos.

Es necesario velar por reforzar una educación y unos valores positivos, fijándonos más en las cualidades que en los defectos, en lo que une que en lo que separa. Sin comunicación no hay pareja, o puede resquebrajarse por los gritos, insultos, peleas o un prolongado silencio, que hace de dos personas que se comprometieron a amarse, dos extraños que duermen bajo el mismo techo.

Optar por la comunicación es elegir la libertad, la paz, el amor y la vida.

Cuando la doctora Helen Kaplan fue preguntada por tres fórmulas para hallar la solución a los problemas de la pareja humana, la afamada sicoterapeuta respondió que no había reglas mágicas fuera de la triple fórmula de: dialogar, dialogar y dialogar.

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