sábado, 2 de abril de 2016

Los disfraces del Mesías.

Recordé aquella historia de un monasterio en el que la piedad había decaído. Nadie quería ni estimaba a nadie, Un día el padre prior fue a visitar a un abad con fama de santo, quien, después de oírle y reflexionar, le dijo: “La causa, hermano es muy clara. En vuestro monasterio habéis cometido todos un gran pecado: Resulta que entre vosotros vive el Mesías camuflado, disfrazado, y ninguno de vosotros se ha dado cuenta” El buen prior regresó preocupadísimo porque no podía dudar de la sabiduría de aquel santo abad, pero no lograba imaginarse quién de entre sus compañeros podría ser ese Mesías disfrazado ¿Acaso el maestro de coro? Imposible. Era bueno, pero vanidoso. ¿Sería el maestro de los novicios? No, no. Era también un buen monje, pero era duro, irascible. ¿Y el hermano portero? ¿Y el cocinero? Repasó, uno por uno, la lista de sus monjes y a todos les encontraba llenos de defectos. Claro que- se dijo- si el Mesías estaba disfrazado, podía estar disfrazado detrás de algunos defectos aparentes, pero ser el Mesías. Al llegar a su convento, comunicó a sus monjes el diagnóstico del santo abad y todos sus compañeros se pusieron a pensar quién de ellos podía ser el Mesías disfrazado y todos, más o menos, llegaron a las mismas conclusiones que su prior. Pero, por si acaso, comenzaron a tratar todos mejor a sus compañeros, no sea que fueran a ofender al Mesías. Y, poco a poco, el convento fue llenándose de amor, porque cada uno trataba a su vecino como si su vecino fuese Dios mismo. Y todos empezaron a ser verdaderamente felices amando y sintiéndose amados.


José L. Martín Descalzo


El Mesías se encarnó disfrazado en los defectos de los mortales. Todos los que son conscientes de esta verdad, le reconocen y llegan a amarle en los defectos y virtudes de los mortales que viven a su lado.

Para llevarse bien con la gente, no hay más que ver en ella el rostro de Cristo y tratar de agradarle. ¿Cómo ofender a Cristo? Para que las relaciones perduren y no se deterioren, es preciso ser afables los unos con los otros “y mostrarles prefecta mansedumbre” (Tit.3.3), sintiendo por ellos un gran respeto. La amabilidad sirve para estar a bien con los amigos y para derrotar al enemigo más empedernido.

Después del invierno viene la primavera. Aunque haya dificultades, el amor hará florecer las flores y hasta los corazones más duros. No podemos vivir en esta tierra sin amor; no podemos pensar en un mundo donde el cariño y el afecto estén ausentes.

¿Por qué no creer más en el amor a Dios y al prójimo? Dice Santa Teresa: “Sólo estas dos cosas nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo; es en lo que debemos trabajar, guardándolas con perfección, haremos su voluntad y así estaremos unidos a El” (Moradas quintas 3.7).

Cuando en todos tratemos de encontrar al Mesías disfrazado y tratemos de agradarle, nos sucederá lo mismo que a los monjes: comenzaremos a ser verdaderamente felices amando y sintiéndonos amados.


Suelo gris
tierra agrietada,
cenizas en la noche,/se muere el alma.


Suelo gris,
llanto en caravana,
hojas secas,/muerte anunciada.


Suelo azul,
noche de estrellas,
suerte en el rancho,/paz en la tierra


Suelo verde,
cielo azul,
pesares olvidados,/nace Jesús.

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