Recordé
aquella historia de un monasterio en el que la piedad había decaído.
Nadie quería ni estimaba a nadie, Un día el padre prior fue a
visitar a un abad con fama de santo, quien, después de oírle y
reflexionar, le dijo: “La causa, hermano es muy clara. En vuestro
monasterio habéis cometido todos un gran pecado: Resulta que entre
vosotros vive el Mesías camuflado, disfrazado, y ninguno de vosotros
se ha dado cuenta” El buen prior regresó preocupadísimo porque no
podía dudar de la sabiduría de aquel santo abad, pero no lograba
imaginarse quién de entre sus compañeros podría ser ese Mesías
disfrazado ¿Acaso el maestro de coro? Imposible. Era bueno, pero
vanidoso. ¿Sería el maestro de los novicios? No, no. Era también
un buen monje, pero era duro, irascible. ¿Y el hermano portero? ¿Y
el cocinero? Repasó, uno por uno, la lista de sus monjes y a todos
les encontraba llenos de defectos. Claro que- se dijo- si el Mesías
estaba disfrazado, podía estar disfrazado detrás de algunos
defectos aparentes, pero ser el Mesías. Al llegar a su convento,
comunicó a sus monjes el diagnóstico del santo abad y todos sus
compañeros se pusieron a pensar quién de ellos podía ser el Mesías
disfrazado y todos, más o menos, llegaron a las mismas conclusiones
que su prior. Pero, por si acaso, comenzaron a tratar todos mejor a
sus compañeros, no sea que fueran a ofender al Mesías. Y, poco a
poco, el convento fue llenándose de amor, porque cada uno trataba a
su vecino como si su vecino fuese Dios mismo. Y todos empezaron a ser
verdaderamente felices amando y sintiéndose amados.
José
L. Martín Descalzo
El
Mesías se encarnó disfrazado en los defectos de los mortales. Todos
los que son conscientes de esta verdad, le reconocen y llegan a
amarle en los defectos y virtudes de los mortales que viven a su
lado.
Para
llevarse bien con la gente, no hay más que ver en ella el rostro de
Cristo y tratar de agradarle. ¿Cómo ofender a Cristo? Para que las
relaciones perduren y no se deterioren, es preciso ser afables los
unos con los otros “y mostrarles prefecta mansedumbre” (Tit.3.3),
sintiendo por ellos un gran respeto. La amabilidad sirve para estar a
bien con los amigos y para derrotar al enemigo más empedernido.
Después
del invierno viene la primavera. Aunque haya dificultades, el amor
hará florecer las flores y hasta los corazones más duros. No
podemos vivir en esta tierra sin amor; no podemos pensar en un mundo
donde el cariño y el afecto estén ausentes.
¿Por
qué no creer más en el amor a Dios y al prójimo? Dice Santa
Teresa: “Sólo estas dos cosas nos pide el Señor: amor de su
Majestad y del prójimo; es en lo que debemos trabajar, guardándolas
con perfección, haremos su voluntad y así estaremos unidos a El”
(Moradas
quintas 3.7).
Cuando
en todos tratemos de encontrar al Mesías disfrazado y tratemos de
agradarle, nos sucederá lo mismo que a los monjes: comenzaremos a
ser verdaderamente felices amando y sintiéndonos amados.
Suelo
gris
tierra
agrietada,
cenizas
en la noche,/se muere el alma.
Suelo
gris,
llanto
en caravana,
hojas
secas,/muerte anunciada.
Suelo
azul,
noche
de estrellas,
suerte
en el rancho,/paz en la tierra
Suelo
verde,
cielo
azul,
pesares
olvidados,/nace Jesús.
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