Durante
la guerra de la independencia de los Estados Unidos un hombre fue
condenado a muerte por alta traición. Un soldado que se había
señalado por sus grandes acciones heroicas se acercó a Jorge
Washington para suplicarle que perdonara a aquel hombre que estaba
condenado a morir. Washington le contestó de esta manera: Siento
mucho no condescender a la súplica que usted me hace por su amigo,
pero en esas condiciones no es posible. La traición tiene que ser
condenada a muerte. El suplicante repuso: Pero si es que yo no le
suplico por un amigo sino por un enemigo. El general reflexionó por
unos instantes y luego le dijo: ¿Me dice usted que no es su amigo
sino su enemigo? Este le contestó: Sí, es mi enemigo. Me ha
injuriado, me ha causado grandes males. Washington le dijo con voz
pausada: Esto cambia el cuadro de la situación. ¿Cómo puedo
rehusar la súplica de un hombre que tiene la nobleza de implorar el
perdón para su enemigo? Y allí mismo le concedió el perdón.
Miguel
Limardo
Es
alma grande la que ama a todos, pero en especial a los enemigos y
está dispuesta a dar la sangre por ellos. “No tenéis derecho a
verter la sangre de vuestro enemigo. Podéis verter vuestra sangre
hasta la última gota; pero la del enemigo, jamás” (Mahatma
Gandhi).
Jesús
también nos dejó un mandamiento de no violencia: el de amar como El
nos amó (Jn
13.24),
hasta el sacrificio, hasta la donación total de sí mismo. Este amor
tiene dos exigencias muy especiales: amar a todos y amarlos siempre.
“Amen a sus enemigos; hagan el bien a los que les odian; oren por
los que les calumnian” (Lc
6.28).
“Al que le hiera en una mejilla, ofrézcale también la otra; a
quien le quite el manto, no le niegue la túnica” (Lc
6.29).
Dios
es amor, y porque es amor, perdona siempre. José Luis Cortés dibujó
una viñeta en que un ángel le preguntaba a Dios: “ Y tú, que
nunca duermes, que vives desde la eternidad, ¿no te aburres? ¿Qué
haces todo el tiempo? A lo que Dios responde: “Yo…perdono”.
El
oficio de Dios es amar, perdonar. La tarea de la persona humana es
amar, perdonar siempre y a todos, incluso a los enemigos. San Pablo
invita a revestirse de la misericordia, mansedumbre, bondad y
paciencia de Dios para poder perdonar. Y quien ama, al estilo de Dios
– dice – “no busca lo suyo, todo lo espera, todo lo tolera”
(1
Cor. 13 4-8).
Cómo se llega a esa conclusión de que el oficio de Dios sea amar, perdonar? Yo solo puedo fiarme de que Jesús quizás le haga visible. Afirmarlo categóricamente no puedo sin sentir que exagere, que afirme lo que desee creer, que tema callar al respecto o negarlo...Solamente puedo confiar y en esa confianza esperar que en efecto Dios exista y perdone y que no sea falible, es decir que no necesite ser libre, ni escoger, por lo tanto juzgar y en consecuencia que solo pueda sanar y perdonar...Deseo morir en esa esperanza confiada, no preciso saber o conocer con certidumbre, ni quiero seguir a Jesús porque él resucitó y siguiéndole lealmente yo, consecuentemente, pueda resucitar. Resucitarán las flores del campo o las aves, o los peces? Si lo hacen resucitarán de gratis y por qué no debieran resucitar cuando al fin, si ocurre, Jesús se muestre en su gloria y la divinidad única se manifieste para ser contemplada cara a cara?
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