Recuerdo
una mañana en que yo había descubierto una crisálida en la corteza
de un árbol en el momento en que la mariposa rompía la envoltura y
se preparaba a salir.
Esperé
un largo rato; pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa. Nervioso,
me incliné y me puse a calentarla con mi aliento. Yo la calentaba,
impaciente, y el milagro empezó a realizarse ante mí, a un ritmo
más rápido que el natural.
La
envoltura se abrió, la mariposa salió arrastrándose, y no olvidaré
jamás el horror que experimenté entonces: sus alas no estaban
todavía desplegadas y con su pequeño cuerpo tembloroso, se
esforzaba en desplegarlas. Inclinado sobre ella, la ayudaba con mi
aliento…
En
vano.
Era
necesaria una paciente maduración y el despliegue de las alas debía
hacerse lentamente al sol; ahora era demasiado tarde, mi aliento
había obligado a la mariposa a mostrarse, completamente arrugada,
antes de hora. Se agitó desesperada, y, algunos segundos más tarde,
murió en la palma de mi mano.
Yo
creo que este pequeño cadáver es el mayor peso que tengo sobre mi
conciencia. Pues, hoy lo comprendo bien; forzar las grandes leyes es
un pecado mortal. No debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos.
Seguir con confianza el ritmo eterno.
Alexis
Zorba
“No
debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos”. La prisa, la
ansiedad, la tensión nos incapacitan para vivir el presente en paz y
poder gozar de cada acontecimiento; el paisaje y las personas pasan
desapercibidos, la mente siempre está ocupada en lo que no está
haciendo, sino en lo que va a hacer y como consecuencia surgen
sentimientos de insatisfacción, ansiedad, enojo, temor y culpa.
Vivimos
en la era de la tensión, de la enfermedad del corazón, de los
nervios y de la presión arterial. “Los hombres no mueren de
enfermedad, sino de combustión interna” (W.Muldoom)
y así se va quemando la alegría, la inocencia y la actividad
creadora.
El
Royal Bank of Canada en una de sus cartas comerciales puso este
título: “Calmémonos” Y seguía diciendo: “somos víctimas de
una creciente tensión; nos es difícil relajarnos. Inmersos en la
vorágine diaria no vivimos plenamente. Debemos recordar lo que
Carlyle llamó “la supremacía de la calma del espíritu sobre las
circunstancias”.
Necesitamos
mucha calma, mucha paciencia para respetar el proceso normal de
crecimiento de las cosas, animales y personas. El tiempo no se
detiene, pero tampoco se debe apresurar. Los minutos van uno detrás
del otro y así sucesivamente los días, los meses y los años. Hay
que darle tiempo al tiempo, porque todo se debe hacer a su debido
tiempo.
“Todo
tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su
tiempo. Hay tiempo para plantar y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de
edificar; tiempo de llorar y tiempo de reir; tiempo de lamentarse y
tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de
amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de
buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar;
tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de
hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer, tiempo de guerra y
tiempo de paz” (Ec.
3.1-8)
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