Cuenta
una bonita historieta que una mañana todo estaba triste en el jardín
del rey. Se le preguntó al roble por qué estaba triste y respondió
que la causa de su tristeza se debía a que no era tan alto como el
pino. El pino estaba descontento porque no producía apetitosas uvas
como la vid. La vid estaba desilusionada porque no podía conservarse
en forma erecta como el melocotonero. El melocotonero estaba apenado
porque no daba lindas flores como el geranio. El geranio estaba
enojado porque no tenía la fragancia de las lilas. En fin, todos
estaban tristes en el jardín. Sólo había allí una humilde
florecita que resplandecía de alegría y se sentía muy feliz. Era
nada menos que la humilde violeta. Cuando le preguntaron a qué se
debía el secreto de su alegría, respondió: “Porque estoy
contenta como soy”.
Limardo
“Estoy
contenta con lo que soy”, decía la violeta. Este es el secreto de
la felicidad: contentarse con lo que se es y con lo que se tiene.
Pero no podemos contentarnos con lo que tenemos si no hemos
descubierto lo que somos y aceptamos esa forma de ser.
¿Qué
autoimagen tengo de mi mismo?
Somos
fruto de lo que pensamos, de cómo nos vemos. Lo que recibimos de
niños, de palabra o de obras, las experiencias que tenemos, van
formando nuestra imagen. Esta puede ser de aprecio o de desprecio,
según se haya acogido o rechazado. Según sean los sentimientos,
positivos o negativos, así serán las conductas. Si quieres
“aprender a vivir jubilosamente, justipréciate y ten conciencia de
tu dignidad” (Leo
Buscaglia).
Procura transformar la imagen negativa en positiva.
Según
Maltz una imagen positiva conlleva, principalmente:
Aceptarse
a sí mismo;
poseer
una autoestima grande;
creer
en sí mismo;
poseer
un yo libre;
tener
un yo real, un yo que conozca sus cualidades y defectos.
Cuando
la autoimagen es real, segura y positiva, uno se siente alegre y
feliz; cuando es insegura, negativa, amenazada, la persona se siente
triste, infeliz e insegura.
Gran
sabiduría posee el que cambia lo que puede y acepta con serenidad y
alegría lo que no puede cambiar.
“Dios
mío, concédeme serenidad para aceptar
lo
que no puedo cambiar.
valor
para cambiar lo que puedo,
y
sabiduría para reconocer la diferencia”
Así
rezan los Alcohólicos
Anónimos.
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