sábado, 4 de junio de 2016

Aceptarse a sí mismo.


Cuenta una bonita historieta que una mañana todo estaba triste en el jardín del rey. Se le preguntó al roble por qué estaba triste y respondió que la causa de su tristeza se debía a que no era tan alto como el pino. El pino estaba descontento porque no producía apetitosas uvas como la vid. La vid estaba desilusionada porque no podía conservarse en forma erecta como el melocotonero. El melocotonero estaba apenado porque no daba lindas flores como el geranio. El geranio estaba enojado porque no tenía la fragancia de las lilas. En fin, todos estaban tristes en el jardín. Sólo había allí una humilde florecita que resplandecía de alegría y se sentía muy feliz. Era nada menos que la humilde violeta. Cuando le preguntaron a qué se debía el secreto de su alegría, respondió: “Porque estoy contenta como soy”.


Limardo



“Estoy contenta con lo que soy”, decía la violeta. Este es el secreto de la felicidad: contentarse con lo que se es y con lo que se tiene. Pero no podemos contentarnos con lo que tenemos si no hemos descubierto lo que somos y aceptamos esa forma de ser.

¿Qué autoimagen tengo de mi mismo?

Somos fruto de lo que pensamos, de cómo nos vemos. Lo que recibimos de niños, de palabra o de obras, las experiencias que tenemos, van formando nuestra imagen. Esta puede ser de aprecio o de desprecio, según se haya acogido o rechazado. Según sean los sentimientos, positivos o negativos, así serán las conductas. Si quieres “aprender a vivir jubilosamente, justipréciate y ten conciencia de tu dignidad” (Leo Buscaglia). Procura transformar la imagen negativa en positiva.

Según Maltz una imagen positiva conlleva, principalmente:

Aceptarse a sí mismo;
poseer una autoestima grande;
creer en sí mismo;
poseer un yo libre;
tener un yo real, un yo que conozca sus cualidades y defectos.


Cuando la autoimagen es real, segura y positiva, uno se siente alegre y feliz; cuando es insegura, negativa, amenazada, la persona se siente triste, infeliz e insegura.

Gran sabiduría posee el que cambia lo que puede y acepta con serenidad y alegría lo que no puede cambiar.

“Dios mío, concédeme serenidad para aceptar
lo que no puedo cambiar.
valor para cambiar lo que puedo,
y sabiduría para reconocer la diferencia”
Así rezan los Alcohólicos Anónimos.

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