Un
príncipe en la corte de Sicilia tenía a su servicio dos soldados.
Uno pasaba por muy envidioso. El otro por muy avariento. Queriendo el
príncipe ponerlos a prueba reunió a ambos y les dijo que se
proponía darle a cada uno un premio, haciéndoles observar, no
obstante, que el primer solicitante recibiría el objeto de su deseo,
y el segundo el doble del primero.
Les
concedió un poquito de tiempo para que se decidieran. Los dos
permanecieron silenciosos y meditabundos, no queriendo ninguno de
ellos adelantarse a la solicitud. El avaricioso decía: Si pido
primero me tocará sólo la mitad que a éste. Asimismo el envidioso
discurría en sus adentros. No seré el primero en pedir, pues no
consiento que a este grandísimo avariento le toque más que a mí.
El
príncipe se dirigió al envidioso y le ordenó que manifestase su
deseo: Vaciló un instante y se dijo para sí: ¿Qué pedirle? Si
pido un caballo, le tocarán dos a éste. Si pido una casa, recibirá
dos. Ya caigo en la cuenta. Le pediré un castigo para que él reciba
dos. Se volvió al príncipe y le dijo: Suplico a su majestad mande
que me saque un ojo. El príncipe lanzó una ruidosa carcajada. No
accedió a su petición, pero al menos pudo captar hasta dónde era
capaz de llegar la maldad del hombre.
Miguel
Limardo
“La
envidia es carcoma de los huesos” (Prov.
14.30).
Hay
personas que no miran el mal que se puedan hacer, con tal de que el
compañero sufra más que ellos y son capaces de sacarse un ojo para
que el vecino pierda los dos. Con razón Cervantes calificó a la
envidia de “carcoma de todas las virtudes y raiz de infinitos
males”. Todo lo que acarrea no son más que “disgustos, rencores
y rabia”.
El
que envidia no podrá disfrutar de lo que tiene, porque sus ojos
codician lo ajeno.
La
envidia puede hacer acto de presencia hasta en las cosas relacionadas
con la vida espiritual. San Juan de la Cruz lo advierte con estas
palabras: “Suelen tener movimientos de pesarles del bien espiritual
de los otros, dándoles alguna pena sensible de que les lleven
ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar, porque se
entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin
decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden,
y les crece, como dicen el ojo no hacerse con ellos otro tanto lo
cual es muy contrario a la caridad; la cual, como dice San Pablo, “se
goza de la bondad” (1
Cor. 13.6)
(Noche
Oscura lib 1, cap. 7 nº 1).
Para
disfrutar de lo que uno es y uno tiene, la persona necesita valorarse
y tomar conciencia de lo que puede llegar a ser. Conocerse a sí
mismo, ser realista, es caer en la cuenta de que no hay por qué
envidiar a otra persona.
“A
nadie tengas envidia
que
es muy triste el envidiar.
Cuando
veas a otro ganar
a
estorbarlo no te metas:
cada
lechón en su teta
es
el modo de mamar”
(Martín
Fierro)
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