Cuentan
de un famoso sabio alemán que, al tener que ampliar su gabinete de
investigaciones, fue a alquilar una casa que colindaba con un
convento de carmelitas. Y pensó: ¡Qué maravilla, aquí tendré un
permanente silencio! Y con el paso de los días comprobó que,
efectivamente, el silencio rodeaba su casa…salvo en las horas de
recreo. Entonces en el patio vecino estallaban surtidores de risa.
¿De qué se reían si eran pobres? ¿Por qué eran felices si nada
de lo que alegra a este mundo era suyo? ¿Cómo podía llenarles la
oración, el silencio? ¿Tanto valía la sola amistad? ¿Qué había
en el fondo de sus ojos que les hacía brillar de tal manera?
Aquel
sabio alemán no tenía fe. No podía entender que aquello, que para
él eran puras ficciones, llenara un alma. Menos aún que pudiera
alegrarla hasta tal extremo.
Y
comenzó a obsesionarse. Tenía que haber “algo” que él no
entendía, un misterio que le desbordaba. Aquellas mujeres, pensaba,
no conocían el amor, ni el lujo, ni el placer, ni la diversión ¿Qué
tenían?
Un
día se decidió a hablar con la priora y ésta le dio una sola
razón:
Es
que somos esposas de Cristo.
Pero,
arguyó el científico, Cristo murió hace dos mil años.
Ahora
creció la sonrisa de la religiosa y el sabio volvió a ver en sus
ojos aquel brillo que tanto le intrigaba.
Se
equivoca, dijo la religiosa; lo que pasó hace tantos años fue que,
venciendo a la muerte, resucitó.
¿Y
por eso son felices?
Sí.
Nosotras somos los testigos de su resurrección.
José
L. Martín Descalzo.
La
alegría es una de las virtudes más características de los hijos e
hijas de Santa Teresa. Quienes se dedican a tratar con Dios, están
contentos, pues saben que “sólo Dios basta” para llenar el
corazón humano.
Dios
es alegre y joven, canta una canción. Dios es alegría y siempre que
El se revela lo hace así. Al encontrarse con los pecadores, invita a
alegrarse, porque ha encontrado lo que estaba perdido: “la oveja,
la dracma, el hijo” (Lc.15).
El
anuncio del nacimiento del Salvador es un pregón de alegría. Jesús
predica esta alegría:
“Les
doy mi gozo. Quiero que tengan en ustedes mi propio gozo y que su
gozo sea completo” (Jn
15.11).
“Su
tristeza se convertirá en gozo” (Jn.
16.20).
“Si
me aman tendrán que alegrarse” (Jn
14.27).
La
alegría es un fruto del espíritu y nace de creer en el Resucitado,
en la fuerza de Dios, que salvó a su Hijo de quedarse en el sepulcro
para siempre.
Si
Cristo ha resucitado, si es algo vivo, podrá llenar de alegría la
existencia de todo ser humano. El es el tesoro por el que se vende
todo lo que se tiene; la causa de la alegría de todos aquellos que
creen en el Amor y en la Vida.
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