Un ángel
ofreció a dos hombres la felicidad, pero al modo en que ellos la entendían.
El primero
pidió que, en el futuro, se cumplieran todas sus ambiciones y proyectos.
El
segundo pidió encontrar la felicidad en sus condiciones presentes.
El
primero nunca fue feliz, porque sus proyectos cambiaban y sus ambiciones
crecían, y tenía que aplazar su cumplimiento indefinidamente.
Al segundo hombre, el ángel le concedió un corazón libre,
para descubrir, en sus realidades presentes, un regalo de Dios, y fue feliz.
Segundo Galilea
Necesitamos un corazón libre para poder
descubrir en la realidad de cada día un regalo de Dios. Cuando nuestros ojos
están limpios, percibimos todo lo que nos rodea de luz, alegría y felicidad.
Todo sonríe, cuando nosotros estamos alegres. “En verdad os digo que si no
cambian y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt.18.3).
El hace nuevas todas las cosas,
cuando somos capaces de ver en un poco de agua todo el azul del firmamento.
“Cada mañana de Dios es una nueva sorpresa para El mismo” (R.Tagore) y para los que tienen el corazón de Dios: sus hijos.
Felices, pues, aquellos que
encuentran sentido a cada minuto.
Felices aquellos que son capaces de
asombrarse ante una flor.
Felices los que arriesgan todo y se
quedan con el amor.
Felices los que se mantienen alegres
con lo que tienen.
Felices los que luchan por la paz,
la justicia y la fraternidad.
Feliz aquel que posee un corazón
libre para poder ver a Dios y a los hermanos cada mañana.
En la libertad de espíritu se halla
toda la felicidad que en esta vida se puede desear. Dice Santa Teresa de las
personas que han alcanzado esta libertad:
“Ninguna cosa temen ni desean de la
tierra, ni los trabajos las turban, ni los contentos las hacen movimiento; en
fin, nadie las puede quitar la paz, porque ésta de sólo Dios depende” (Fundaciones 5.7).
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