Un joven vivía en un
internado muy estricto. Prácticamente, no tenía libertad para nada
sin pedir antes permiso.
Luchó para comprar
los libros que quisiera, y para ver la televisión algunas noches, y
lo consiguió. Pero terminó viendo televisión todas las noches y
leyendo hasta la madrugada, porque se envició con ambas cosas.
Luchó para salir
cuando quisiera, y lo consiguió. Entonces salía todas las tardes al
cine con sus amigas y perdía mucho tiempo. Consiguió la libertad de
tener licores en su habitación, y se hizo adicto al alcohol.
Consiguió también,
ser libre en elegir las materias de estudio que le interesaban, y
seguir tan sólo esos cursos, pero llegó a un punto en que ya no
asistía a ninguna clase.
El muchacho terminó
esclavo de sus libertades conquistadas, pues no se preparó a ellas
por la libertad del corazón.
Segundo Galilea
De nada sirve el tener
todos los permisos del mundo, padres, maestros, cuando no se sabe
usar de ellos. Si no se es libre y responsable, no se podrá realizar
el proyecto de vida trazado ni seguir el camino empezado.
El joven de la parábola
terminó esclavo de las libertades conquistadas. Su corazón era
esclavo de lo que había conseguido. La libertad no está en
conseguir todas las cosas con las que se sueña. No se es más señor
con más dinero, con más posesiones, sino posiblemente más esclavo,
pues “no hay en el mundo señorío como la libertad del corazón”
(Gracián).
“Hay que saber usar la
libertad, ser responsable y de voluntad robusta” “Da libertad al
hombre débil y él mismo se atará” (Dostoievski).
“Tan difícil y
peligroso es querer dar libertad al pueblo que desea vivir en la
esclavitud, como esclavizar a quien quiere ser libre” (Maquiavelo).
“La abundancia de su
gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad”
(2 Cor. 8.2).
“En la libertad de
espíritu que tienen los perfectos, se halla toda la felicidad que en
esta vida se puede desear; porque, no queriendo nada, lo poseen todo.
Ninguna cosa temen ni desean de la tierra, ni los trabajos les
turban, ni los contentos les hacen movimiento; en fin, nadie les
puede quitar la paz, porque ésta de sólo Dios depende” (Santa
Teresa de Jesús, fundaciones, 5.7).
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