Fábula del místico árabe Sa´di:
Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había
perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría
sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en
su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne
para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio
del mismo tigre. El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de
Dios y se dijo a si mismo: “Voy también yo a quedarme en un
rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto
necesito”.
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el
pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una
Voz que le decía: “¡Oh tú, que te hallas en la senda del error,
abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de
imitar al pobre zorro mutilado”.
Sa´di
Es necesario abrir los ojos para darse cuenta de que tenemos pies y
manos para poder auxiliar a los otros. Todo ha sido creado por Dios.
El mundo es “la obra de sus manos” (Ps 18.2). Su mano ha
estado siempre cercana al elegido, al necesitado, para ejercer
siempre la acción salvadora de su poder.
Por las manos nosotros damos y recibimos. Abiertas, esperan que
alguien las llene. Cerradas indican que no necesitan de nadie ni de
nada. A veces cerramos nuestro puño para gritar, golpear.
Dios no solamente escudriña los corazones, sino que parece que
también sabe leer las manos, lo que hay reflejado en ellas. Algunas
son merecedoras de queja. No le agradan las vanas ofrendas. Aparta
los ojos cuado alzan las mano, “porque están llenas de sangre”
(Is1.15). Hay que purificar y limpiar el corazón para que así
lo están las manos y se pueda orar “elevando al cielo unas manos
piadosas” (1 Tim2.8).
La mano que recibe el cuerpo de Cristo, se necesita para socorrer al
hermano necesitado se su calor y del fruto de su trabajos. Cuando
alargamos nuestras manos para ofrendar, es porque nuestro corazón no
está atrofiado. Para que éste no muera, es preciso renovarlo cada
día con firmeza e interés, pues “el amor que no está brotando
continuamente, está muriendo continuamente” (Jalil Gibran).
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