sábado, 19 de diciembre de 2015

Contagio de vida
 
 
La Anunciación a Maria de Paul Claudel, presenta la historia de una muchacha feliz, Violeta, que vive un sueño de amor con su prometido, Santiago. Hay un solo recuerdo amargo: Pedro de Craón ha querido violarla siendo niña. Cuando está olvidándolo y a punto de casarse con Santiago, regresa Pedro, que ha contraído la lepra y es rehuido por todos. Y Violeta, en un arranque de caridad le saluda con un beso en la frente.
Mara, la hermana envidiosa y enamorada también de Santiago, correrá para contar que ha visto a Violeta "besándose" con Pedro. Y aun cuando éste no quiere creerlo, la prueba está ahí: también Violeta ha quedado contagiada por la lepra. Tendrá que recluirse en una gruta en la montaña como los leprosos de la época hacían.
Han pasado los años. Violeta es ya un cadáver viviente. La lepra ha comido hasta sus preciosos ojos azules. Mara, mientras tanto, se ha casado con Santiago y tienen una preciosa pequeña de ojos negros. Y un día, Mara encuentra muerta a su hija. Es el día de Navidad. Corre entonces a la montaña para exigir a su hermana que resucite a su hija.
Violeta toma el cadáver de la pequeña en sus brazos, lo cubre con su manto andrajoso. Suenan las campanas de la Navidad. Todo huele a Belén y a nacimiento. Y en las manos de Violeta algo se mueve, bajo el manto.
Cuando Mara recupera el cuerpo, ya vivo de su hija, descubre que los milagros son dos: su hija ha resucitado, pero lo ha hecho con los ojos azules. Porque ahora la verdadera madre de su alma no es ya ella, sino Violeta, que ha sido, así, fecunda con su corazón
 
José L. Martín Descalzo
 
 
 
"Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3.14). Efectivamente, quien ama, engendra vida y vive; quien no ama, comunica muerte y no vive. Ya que "El dio la vida por nosotros, así debemos dar la vida por nuestros hermanos" (1 Jn.3.16).Amar es estar dispuesto a perder, a desgastarse, a morir, a dar la vida. Amar es cargar con los defectos, los pecados, la lepra ajena, como lo hizo Jesús.


Por eso, quien ama, defiende y lucha porque haya vida, ya que ésta la recibe de Jesús. Cuando en la vida no reina Dios, sino el mal, hay un gran desprecio y odio por ella. Empezará a destruir y a desesperarse. "El desengaño de la vida lo condujo al odio a la vida" (Erich Fromm). El amor a la vida, contagia más vida.


El amor consiste en que "Dios nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn. 4.10).


Dios nos sigue amando y de alguna forma sigue entregando su vida, a través de aquellos que la dan cada día con coraje y desinteresadamente.


"¡No haya ningún cobarde!
¡Aventuremos la vida!
pues no hay quien mejor la guarde
que quien la da por perdida"


(Santa Teresa de Jesús en la poesía titulada: Ya no durmáis, no durmáis)

sábado, 12 de diciembre de 2015

Todos somos necesarios.


Hay que tener “valor” para matar a su padre, ¿no? ¿Se puede esperar algo de una persona así? Purgó su pecado. Soñó, eso si, con la libertad, con una vida de suerte y comodidades…Pero, ¡ay!, una vez libre se carece de libertad para vivir como uno quiere, y a veces hasta para vivir “a secas”. No tenía amigos, no encontraba trabajo, su salud estaba quebrantada. ¿A rodar por las calles, a mendigar o asaltar? “¿Para esto pasar lo que pasé en la cárcel? ¿Para esto esperar…tanto? La vida no valía la pena para él, y decidió quitársela. Allí yacía, bañado en sangre, hasta con “mala suerte” para eso… ¡No murió! Un ángel de su persona y de la sociedad, un joven, como si averiguara lo que podría llegar a ser ese suicida, le llevó a un cura, al abbé Pierre, célebre por su dedicación a los marginados. Este, sin más medios de ayuda que su corazón y su debilidad, se limitó a decirle esta frase cariñosa: “Mire, amigo, no le puedo dar nada, no tengo nada; estoy enfermo y me dedico a cuidar ancianos, abandonados, madres solteras…apenas tengo quien me ayude… ¿Por qué no me echa usted una mano?” Aquel suicida llegó a ser el cofundador, con el abbé Pierre, de los Traperos de Emaús, extendidos por todo el mundo, arreglando problemas de los más abandonados con los desechos (trapos, chatarra…) de nuestra sociedad…


Alfonso Francia



Nadie es inútil en esta vida. Todos somos necesarios. A veces las caídas más aparatosas, el verse hundido y sin salvación, es lo que salva a mucha gente de vivir condenada a una rutina infructífera. La conversión llega, a veces, desde el estiércol del olvido y de la frustración. Y desde la muerte surgen miles de espigas, que sin aquel grano de trigo hubieran quedado sin vida y sin fruto.

Para convertirse, para cambiar, es necesario escuchar. Escuchar es algo más que oír. Es estar atento a la llamada de Dios y a la llamada de los hermanos. Requiere una labor continua, limpiar, espabilar el oído mañana tras mañana, como buen discípulo y poder decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3.10). Saber escuchar a Dios cada día, educa el oído para escuchar a los demás y viceversa.

Es necesario ver en los otros y en uno mismo la obra de Dios, amarse, valorarse, sentirse feliz y descubrir el valor de la vida. La persona tiene que sentirse feliz de ser ella misma y dar gracias a Dios por su existencia y por ser tal como es. Cada persona “representa algo nuevo, algo que antes nunca existió, algo original y único. La tarea prevista de cada persona es la actualización de ese carácter único, de sus potencialidades, nunca antes dadas” (Martín Buber).

Al perder el sentido de la vida, el valor de sí mismo, al no reconocerse uno como obra maestra de Dios y no escuchar las voces de quienes nos piden que les echemos una mano, se cae fácilmente en el tedio y la rutina, en la depresión y en la desesperación, llegando a poner en duda el valor mismo de la vida. Descubrir que todos somos necesarios en este caminar, llena de alegría el corazón y envuelve a toda la persona en un gran deseo de gastar las fuerzas por la construcción de un mundo mejor.

“Nadie es inútil en el mundo mientras pueda aliviar la carga de sus semejantes” (Charles Dickens), mientras pueda aligerar el peso del otro, mitigar sus necesidades, consolar al triste, acompañar al solitario y vendar corazones desgarrados.

Dios es el que consuela, venda, sana, convierte, cambia, da la vida, fe, amor, esperanza. El es el único que puede hacer los imposible; pero cada persona puede ayudar a Dios a hacer que todo lo que el hace, sea a través del canal y pobre instrumento humano. En este sentido, todos somos necesarios.

sábado, 5 de diciembre de 2015

No cambies. Te quiero.




Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era.

Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara.

Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara.

Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.

Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte”.

Aquellas palabras sonaron a mis oídos como música: “No cambies, No cambies. No cambies…Te quiero.”

Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡Oh maravilla!, cambié.

Anthony de Mello



“No cambies…Te quiero tal como eres”. Es una gran dicha escuchar estas palabras en la boca de alguien, porque normalmente lo que tratamos de hacer es que el otro se amolde a nuestra imagen y a nuestra forma de pensar.

Aceptarnos a nosotros mismos y aceptar a los demás como son, son dos actitudes básicas para cualquier convivencia. Cambiar a los demás por razonamientos y a la fuerza, es imposible. Es más fácil ajustarse al caminar del otro. Esto sí está en nuestras manos. Al aclimatarme al ambiente, a las circunstancias, estoy preparado para encajar el pasado tal como nos lo presentaron y mirar el futuro con optimismo. El pasado y el futuro nos ayudan a no evadirnos, a centrarnos en el presente, descubriendo el sentido de la vida en el hoy.

Dos cosas le hicieron sobrevivir a Victor Frankle en el campo de concentración: el deseo de reencontrarse con sus familiares y el de publicar un libro.

Una sola cosa nos mantiene vivos: saber que hay alguien que nos ama, que nos comprende y nos acepta tal como somos y que no necesita que cambiemos para que nos siga queriendo.

¡Qué hermoso es tener un amigo en quien apoyarse!


“Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo” (Ef 2.4-5).

sábado, 28 de noviembre de 2015

El valor de una rosa roja.


Un joven estudiante deseaba bailar con una joven muy bella, pero necesitaba una rosa roja para poder realizar sus sueños. No la encontraba, mas un ruiseñor que sabía de sus deseos se prestó voluntariamente a conseguirla a cambio de su corazón.

El ruiseñor voló al rosal de rosas blancas y colocó su pecho contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón, y el sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor más impetuoso salía su canto, porque cantaba al amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

Y una rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir.

Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna que le oyó, olvidándose de la aurora, se detuvo en el cielo.

La rosa roja lo oyó. Tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.

Mira, mira, gritó el rosal, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto en las altas hierbas con el corazón traspasado de espinas.

Y el estudiante pudo gozar de la rosa roja y llevársela a su amor.

Pero la joven la despreció, porque había recibido unas joyas.


Oscar Wilde



Un ruiseñor rubricó con su sangre el amor que sentía por el joven. Su vida cambió el color de la rosa.

Amar y ser amado es una necesidad muy profunda de cualquier ser humano. Cuando amamos, no solamente cambiamos el color de los demás, sino que les ayudamos a crecer, a desarrollarse, a realizarse.

El verdadero amor se da, se entrega, no se guarda para sí mismo. Quien ama sabe que no puede existir un servicio generoso sin sacrificio de la misma vida.

En el corazón humano hay grandes tesoros. Es necesario descubrirlos. El mayor de todos, sin duda, es el del amor, pero hay que aprender a amar. “O los hombres aprenden a amarse, y el hombre se decide a vivir para el hombre, o perecerán todos. Todos juntos. A nuestro mundo no le queda otra alternativa: amarse o desaparecer. Hay que elegir de inmediato y para siempre” (R. Follereau).

Vivimos en un mundo fascinante y aterrador al mismo tiempo. Progresamos científicamente, pero nuestros corazones envejecen y no sienten. Necesitan un transplante divino que nos haga más humanos, parecidos al corazón del ruiseñor.

“Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mi como un chubasco de misericordia.

Cuando la gracia de la vida me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones.

Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un más allá, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego.

Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mí con la ceremonia de un rey.

Cuando el deseo ciegue mi entendimiento con polvo y engaño, ¡vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!” (R. Tagore).

sábado, 21 de noviembre de 2015

Mi vocación es el amor.


Una vez decidió Dios visitar la tierra y envió a un ángel para que inspeccionara la situación antes de su visita.
Y el ángel regresó diciendo; “La mayoría de ellos carece de comida; la mayoría de ellos carece también de empleo”

Y Dijo Dios: “Entones voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos y en forma de trabajo para los parados”


Anthony de Mello



Dios decidió encarnarse en forma de comida para los hambrientos y en horma de trabajo para los desempleados. Se acomodó a las necesidades de cada uno porque amaba a todos; y sigue visitando y quedándose con el indigente de cualquier clase, porque siempre ama. “su voluntad es el amor”

“El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa” (San Juan de la Cruz, Dichos del luz y amor 101)

El amor es descanso, es vida, es ilusión y fuerza para vivir. La falta de amor nos pone tensos y produce cansancio y hastío. Nos agota el tener que vivir sin nada ni nadie. Nos fatiga y hastía lo que nos queda por andar.


El amor no harta, no se desgasta. Engendra todo lo bueno que se pueda desear, puesto que nos hace semejantes a Dios: Bondadoso, misericordiosos comprensivos, fuertes.


El amor dio la clave de la vocación a Santa Teresita del Niño Jesús a través de él comprendió: “Que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor”


Qué ponía en movimiento a toda la iglesia.
Que el amor “encerraba todas las vocaciones” Que el amor lo era todo. Que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares, en una palabra. Que el amor es eterno.


Con gran alegría Teresita exclamó: Por fin, he hallado mi vocación, ‘Mi vocación es el AMOR.


“Dormí y soñé que la vida era gozar.

Desperté y comprendí que la vida era servir

Serví y comprobé que vivir es gozar (R. Tagore)

https://www.youtube.com/watch?v=P2klCBcZiFk

sábado, 14 de noviembre de 2015

El amor es la mayor riqueza.


El marido: ¿Sabes, querida? Voy a trabajar duro y algún día seremos ricos.

La Mujer: Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero.


Se trabaja muy duro, pero tanto los que trabajan más de ocho horas, como los que desearían hacerlo pero no pueden, ponen la meta en conseguir dinero. Creen que con dinero, poder y placer ya son ricos y no necesitan de nada más.

Nuestra mayor riqueza está en conocernos y valorar lo que somos. No nos estimamos. Despreciamos lo que somos y tenemos. En el momento que cambiemos la visión de las cosas y las miremos de forma positiva, nos sucederá tal como pensamos.

Es vital que se renuncie a una idea falsa de felicidad y de riqueza, para poder ser verdaderamente felices y ricos. El descubrir lo que Dios nos ha dado, que El camina con nosotros, que nos quiere felices y que nos amemos de verdad, es la mayor riqueza que podemos tener.


Al final del camino me dirán:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Camino de vida.




Un viajero caminaba un día por la carretera, cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos.

Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le peguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.

¿Quién es él? Preguntó el viajante.

Un malhechor, dijo el cabecilla del grupo.

¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?

No. Lo perseguimos para enseñarle el camino


Anthony de Mello



Dejar que los otros descubran su camino y las actitudes que deben llevar en este caminar, es una hermosa tarea para padres y educadores. Cada caminante hace su propio camino; pero necesita de alguien que le ayude a abrir los ojos a todo lo bueno y bello, a tomar decisiones personales, a ser crítico ante la vida, a aceptar el dolor, a crecer y a madurar. Modificar cualquier comportamiento, sanar las heridas producidas por tantos errores propios y ajenos, será una labor ardua, paciente y dificultosa.

Dice San Juan de la Cruz en Dichos de luz y amor,3:

“Aunque el camino es llano y suave para la gente de buena voluntad, el que camina caminará poco y con trabajo si no tiene buenos pies y ánimo y porfía animosa en eso mismo.”

En estas palabras señala los elementos necesarios para caminar. Presupone que se ha de tener buena voluntad, pues cuando falta esta, todo son complicaciones y el caminar se hace interminable. Pero se caminará poco si no se cuenta con buenos pies y mucho ánimo, porque el camino es pedregoso, con baches constantes y el barro o lodo se pega a los pies. Se requiere, además mucho ánimo y una “determinada determinación” de empezar cuantas veces sea necesario.

Quien ha encontrado el verdadero camino, sabe muy bien que no se adelanta nada con condenar a los criminales. Se consigue mucho más amando a quienes tienen sus manos ensangrentadas, para que puedan abandonar el camino de Caín y aceptar a quien con su sangre nos abrió el camino de la salvación,

Cuando María Fida Moro dio un abrazo de perdón a los asesinos de su padre afirmó que Valerio Morucci y Adriana Faranda no eran dos monstruos, sino dos personas que se habían equivocado
Quien ama no lleva cuentas del mal. Siempre perdona.

sábado, 31 de octubre de 2015

Los otros la sanaron.


Y es que, en la historia de Delizia en Lourdes, lo más importante ocurrió en su corazón. Era en 1975 una niña de once años que acudió, desde su Sicilia natal, a Lourdes, más por la voluntad de sus padres que por la propia, ya que la pequeña desconocía completamente qué enfermedad era aquella que encadenaba su pierna y le impedía jugar. Nunca había oído la palabra “osteosarcoma”, y sólo mucho más tarde sabría que es un cáncer. Por eso fue a Lourdes como a una excursión más. Y allí ni siquiera se acordó de pedirle a la Virgen su curación.

Yo veía, ha dicho a un periodista francés, a tanta gente enferma allí, que me hubiera perecido ridículo rezar por mí misma.

¿Y no rezaste pidiendo tu curación? Ha insistido el entrevistador.

No, responde con candidez la ahora adolescente; yo pedí por otros.

Y la “curación científicamente inexplicable” llegó a quien no la pedía, a esta muchacha que ahora viene durante todas sus vacaciones a trabajar de enfermera en Lourdes para ayudar a todos esos enfermos que lo necesitan más que ella. Porque el milagro, mucho antes que en su pierna, había ocurrido ya en su corazón.


José Luis Martín Descalzo


Los grandes milagros suceden en el corazón. Cuando éste cambia, todas las otras enfermedades se curan. Delizia en Lourdes aprendió a orar desde el corazón de los otros. Sus ojos veían lo que leía su corazón: había muchos enfermos que necesitaban del milagro más que ella. Le parecía ridículo orar por sí misma. Y desde aquel día no sólo va a Lourdes a orar, sino a ayudar a otros enfermos a abrir sus ojos al mundo de los demás.

Delicia recibió una gran luz. Fue como una Noche de Pascua. A la luz de Pascua “todo se hace posible” (Garaudy). Tantas luces vio Delizia en la gruta de Lourdes, que su vida se llenó de más bondad, más calor, más gracia.

Nuestro encuentro con el Resucitado, con el Salvador, tiene que ser de salvación y de vida para los otros. La luz de Pascua tiene que ayudar a entender y comprender mejor la Palabra, la mano de Dios en nuestra vida, nuestras enfermedades y fracasos: toda nuestra existencia. La luz de Pascua calentará y cambiará nuestro corazón para poder borrar todos los prejuicios y barreras que nos apartan de los otros. Cuando este milagro ocurra en nuestros corazones, las desigualdades, marginaciones, y todo tipo de enfermedad, habrán desaparecido completamente de nuestra vida.

Hace años, San Cipriano de Cartago recibió la luz de su segundo nacimiento, y en él se operó también un extraño cambio: las dudas se le aclararon, las barreras se cayeron, las tinieblas se iluminaron. El renacer de nuevo, el abandonar las obras de la carne, es obra de Dios, pues todo “lo que podemos, viene de Dios”.

sábado, 24 de octubre de 2015

El amor hace milagros.


Cierto hombre se interesó por conocer el cristianismo, porque le habían dicho que era una religión que venía de Dios. Pero tenía muchas dudas.

Fue a una Iglesia y le dieron el Evangelio para que lo leyera. Lo leyó y se impresionó, pero luego observó que cristianos que él conocía lo cumplían mal, y se quedó con sus dudas.

Volvió a la iglesia y fue invitado a participar en una liturgia muy hermosa. Participó y quedó impresionado, pero hubo muchas cosas que no entendía, y se quedó con sus dudas.

Volvió nuevamente y le dieron los documentos del último Concilio. Los leyó y se impresionó; pero como había leído también de los fallos de la Iglesia a través de la historia, tampoco se convenció.

Desconcertado, no regresó a la Iglesia por mucho tiempo. Y un buen día conoció a un santo y se familiarizó con él. Y quedó impresionado, y de golpe entendió el Evangelio, y la liturgia, y la Iglesia. Y se convirtió.


Segundo Galilea



Las doctrinas pasan, quienes las encarnan, no. Para ser santo, hay que encontrarse con el Santo de los santos: Con Dios y hacerse uno con El. A medida que se le encuentra, El “da más capacidad para seguir buscándole” (San Agustín).

Estamos llamados a la santidad, a encontrarnos con Dios a través de unas pistas o señales. El mejor camino para llegar a descubrir la Buena Noticia de Dios (Mc 1.15), es Jesucristo. “No hay que perder el tiempo buscando otros caminos, ya que el mismo camino ha venido hasta ti, ¡levántate y anda!” (San Agustín). Todo el daño, exclama Santa teresa, nos viene de no tener puestos los ojos en El, “que si no mirásemos otra cosa sino el camino, pronto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos, erramos el camino por no poner los ojos…en el verdadero camino” (Camino de Perfección 16.7).

Estas pistas, estas señales se pueden encontrar en cualquier lugar, pero se necesitan ojos que sepan descubrirlas.

Por el amor se acerca, se adentra uno en Dios y, al mismo tiempo, se pone la persona al servicio de los hermanos.

Dios mismo dará “gratuitamente del manantial del agua de la vida” (Ap. 21.6) a todos los que confíen en El, a aquellos que opten por la santidad. La única tristeza es la de no ser santo, o lo que es lo mismo, no creer en el milagro del amor.

sábado, 17 de octubre de 2015

Cuenta conmigo.


Fábula del místico árabe Sa´di:

Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.

Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a si mismo: “Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito”.

Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: “¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado”.

Sa´di

Es necesario abrir los ojos para darse cuenta de que tenemos pies y manos para poder auxiliar a los otros. Todo ha sido creado por Dios. El mundo es “la obra de sus manos” (Ps 18.2). Su mano ha estado siempre cercana al elegido, al necesitado, para ejercer siempre la acción salvadora de su poder.

Por las manos nosotros damos y recibimos. Abiertas, esperan que alguien las llene. Cerradas indican que no necesitan de nadie ni de nada. A veces cerramos nuestro puño para gritar, golpear.

Dios no solamente escudriña los corazones, sino que parece que también sabe leer las manos, lo que hay reflejado en ellas. Algunas son merecedoras de queja. No le agradan las vanas ofrendas. Aparta los ojos cuado alzan las mano, “porque están llenas de sangre” (Is1.15). Hay que purificar y limpiar el corazón para que así lo están las manos y se pueda orar “elevando al cielo unas manos piadosas” (1 Tim2.8).

La mano que recibe el cuerpo de Cristo, se necesita para socorrer al hermano necesitado se su calor y del fruto de su trabajos. Cuando alargamos nuestras manos para ofrendar, es porque nuestro corazón no está atrofiado. Para que éste no muera, es preciso renovarlo cada día con firmeza e interés, pues “el amor que no está brotando continuamente, está muriendo continuamente” (Jalil Gibran).

sábado, 10 de octubre de 2015

Un poco de sombra.


Un hombre tenía entres sus manos unas semillas. Las apretaba fuertemente entre sus puños y se decía: “son mías y las voy a retener para siempre”.

Otro hombre tenía también unas cuantas semillas y se decía: “Son mías, pero me voy a desprender de ellas”. Cavó en la tierra y las sembró.

Poco tiempo después, de las semillas sembradas aparecieron primero unos pequeños tallos, luego hojas y después espigas y granos.

El hombre que apretaba entre sus puños las semillas porque quería retenerlas, fue poco a poco perdiéndolas, hasta que al fin se quedó sin nada.


Miguel Limardo



Quien retiene en su mano la semilla de la vida, del bien, su mano se convierte en un puño y ha perdido no solamente una mano, sino todo el brazo. El desprenderse de las semillas, de los dones que se han recibido, exige tener fe y vivir de esperanza. Para recoger el fruto del trabajo se requiere mucha paciencia y generosidad, porque la mayoría de las veces, otros comerán los frutos del árbol que se sembró.

Cada uno tiene que descubrir los dones recibidos, pues cada persona es un milagro de Dios, y ponerlos al servicio de los otros.

Un ejemplo de esto lo encontramos en San Camilo. Cuentan que era un gigantón en cuerpo y en amor. Un día que caminaba con un novicio y calentaba mucho, le dijo al joven: “Hermano, yo soy muy alto. Camina detrás de mí, así te haré sombra y te libraré del sol.”

El amor no sólo calienta al otro cuando su alma está fría, sino que incluso le refresca cuando necesita aire limpio y le da ánimo en las horas de tormenta. El amor no está en la cantidad de lo que se regala; basta un poco de sombra.

sábado, 3 de octubre de 2015

El brillo de una estrella.


La leyenda dorada de los padres del desierto cuenta la historia de aquel viejo monje que todos los días debía cruzar un largo arenal para ir a recoger la leña que necesitaba para el fuego. En medio del arenal surgía un pequeño oasis en cuyo centro saltaba una fuente de agua cristalina que mitigaba los sudores y la sed del eremita. Hasta que un día el monje pensó que debía ofrecer a Dios ese sacrificio: regalaría a Dios el sufrimiento de su sed. Y al llegar la primera noche, tras su sacrificio, el monje descubrió con gozo que en el cielo había aparecido una nueva estrella. Desde aquel día el camino se le hizo más corto al monje.

Hasta que un día tocó al monje hacer su camino junto a un joven novicio. El muchacho, cargado con los pesados haces de leña, sudaba y sudaba. Y cuando vio la fuente no pudo reprimir un grito de alegría; “Mire, padre, una fuente”. Cruzaron mil imágenes por la mente del monje: si bebía, aquella noche la estrella no se encendería en su cielo: pero si no bebía, tampoco el muchacho se atrevería a hacerlo. Y, sin dudarlo un segundo, el eremita se inclinó hacia la fuente y bebió. Tras él, el novicio, gozoso, bebía y bebía también. Aquella noche Dios no estaría contento con él y no se encendería su estrella.

Y al llegar la noche el monje apenas se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo hizo, al fin, con la tristeza en el alma. Y sólo entonces vio que aquella noche en el cielo se habían encendido no una, sino dos estrellas.


José L. Martín Descalzo.



Dios ama más la misericordia que los sacrificios. Es más importante vibrar con el hermano y hacerle feliz, que todas las estrellas que puedan aparecer en el cielo.

Cuando James Calvert y sus compañeros se dirigían a las islas Fiji para llevar el evangelio a sus moradores, el capitán del barco se oponía diciéndoles: exponen su vida y las de sus compañeros yendo a vivir entre esos antropófagos. Calvert respondió: “moriremos antes de venir aquí”. Siempre que uno ama, no mira los riesgos ni mide la vida.

Vivir es compartir en un amor oblativo todo lo que se tiene: tiempo, mesa, techo, bienes. Ayudar a los otros a llevar las cargas con toda humildad, dulzura y paciencia, soportándoles y aceptándoles como son (Ef. 4.2), pues, de una vez por todas, se ha dado este precepto:

“Ama y haz lo que quieras.
Si te callas, cállate por amor.
Si hablas, habla por amor.
Si corriges, corrige por amor.
Si perdonas, perdona por amor.
Mantén en el fondo de tu corazón la raíz del amor.
De esta raiz, no puede nacer más que el bien” (San Agustín).

sábado, 26 de septiembre de 2015

Respetar y amar.


Un hombre tenía muchos deseos de hacer felices a los demás. Le pidió a Dios que le diera algo de su Poder. Dios le dio poder, y el hombre empezó a cambiar la vida de los demás. Pero ni el hombre ni los demás encontraron la felicidad.

Entonces le pidió a Dios que le diera algo de su amor. Dios le dio amor, y el hombre empezó a querer a los demás, y a respetarlos como eran. Y el hombre y los demás descubrieron la felicidad.


Segundo Galilea



Respetar y amar a los otros, aunque ellos no lo hagan. Esta parecía ser la máxima de Martin L. King. Por eso pudo decir: “Pueden hacer lo que quieran…meternos en las cárceles…lanzar bombas contra nuestras casas. Amenazar a nuestros hijos y, por difícil que sea, les amaremos también”.

Martin L. King, porque amaba a la raza humana de cualquier clase y color, soñaba con un mundo donde fuese posible el amor que él tenía. Un mundo donde reinase la fraternidad, donde cada persona respetase el valor y dignidad del otro, donde a base de fe se pudieran transformar los límites de la desesperación. Aquel día será un día glorioso, “los luceros del alba cantarán unidos y los hijos de Dios exultarán de alegría”.

King no dejó dinero, ni comodidades, ni lujos de vida, pero fue un heraldo de paz, de justicia, de amor. Trató siempre de amar a alguien de servirlo como el sabía. Su vida y su lucha no fueron inútiles, ya que se emplearon en querer a los demás “ y en respetarlos como ellos eran”.

“En esto hemos conocido lo que es el Amor: en que El dio su vida por nosotros (1 Jn.3.16).

sábado, 19 de septiembre de 2015

El amor es una sonrisa.

 

Raul Folleau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaba con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre tantos “cadáveres” ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía él también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era – le explicaría después el leproso – su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.”Al verla cada día- comentaba el leproso – sé que todavía vivo”.

No exageraba; vivir es saberse queridos, sentirse queridos. Por eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les querrá jamás. Porque ningún problema es verdadero y totalmente grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.


José L. Martín Descalzo



El amante sigue a su amado a todas partes. En este seguimiento da y recibe la vida un día tras otro y así todos los días. El que ama da todo lo que tiene: besos, dinero, cosas, regalos, tiempo; pero sobre todo, se da a sí mismo.

Cuando cesa la entrega generosa, muere el amor. Entonces surgen las sospechas, los cálculos fríos e interesados, el ver que el otro no tiene razón. Cuando vence el que más argumentos tiene o más voces da, el corazón se puede echar a dormir.

Es imposible dar sin amor. Más temprano o más tarde uno cansa y se cansa. Dar sin amor viene a ser una ofensa. Aún el más necesitado, cuando se le da, sólo exige amor. No mira la limosna, sino que tiene un sentido especial para ver lo que hay dentro de ella.

“Recuerda que te será necesario mucho amor para que los pobres te perdonen el pan que les llevas” (San Vicente de Paul), Será necesario mucho amor para mantenerse vivo y llenar de vida a los otros.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Los prismáticos de Juan XXIII.

 


El pastor anglicano Douglas Walstall visitó en cierta ocasión al papa Juan XXIII y esperaba mantener con él una “profunda” conversación ecuménica. Pero se encontró con que el pontífice de lo que tenía ganas era simplemente de “charlar” y a los pocos minutos, le confesó que allí, en el Vaticano, “se aburría un poco”, sobre todo por las tardes. Las mañanas se las llenaban las audiencias. Pero muchas tardes no sabía muy bien qué hacer. “Allá en Venecia – confesaba el papa – siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. O tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad. ¿Sabe entonces lo que hago? Tomo estos prismáticos – señaló a los que tenía sobre la mesa – y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor”

El pastor Walstall salió seguro de haber recibido la mejor lección ecuménica imaginable, porque acababa de descubrir lo que es una vida dedicada al amor.


José L. Martín Descalzo



Le resultaba fácil a Juan XXIII mirar con los prismáticos y acercarse a todos, porque poseía un gran amor.

El amor acerca a las personas y suprime todo tipo de barreras, lenguas, razas. La visión, para que sea verdadera, tiene que estar conectada con el corazón para poder enfocar bien. El desenfoque puede venir por la distancia. Dios está demasiado lejos y no le vemos, y el hermano está demasiado cerca y lo vemos demasiado. Como quiera, siempre habrá disculpas.

Nos acerca a los otros el corazón, el tener la misericordia del Padre muy dentro de nosotros, ya que todos somos hijos de Dios (Jn 4.7) y por lo tanto debemos ser hermanos. Juan XXIII era todo misericordia. Comprendía el noventa por ciento de las flaquezas de los humanos. Lo que no tenía disculpa a simple vista, se lo dejaba a Dios. Todo lo hacía desde el amor y con amor. Si hablaba, gritaba, miraba y abría la puerta de la Iglesia para los que se sentían extraños, era por su gran bondad y mansedumbre. Pasó haciendo el bien sobre la tierra, sin mirar a quién, sin tener en cuenta ideologías ni creencias. Para los de cerca y para los de lejos fue un padre: El Papa bueno. “El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente.” (Dichos de Luz y Amor, 33). Estas palabras de San Juan de la Cruz, se pueden aplicar muy bien al alma de nuestro Papa. Como era humilde, supo fijarse en los que sufrían de soledad. Como era paciente, sabía vivir el momento presente, dejando para su turno lo que tocase. Como era manso, a su lado brotaba la felicidad. Como era blando y dulce, como su enorme humanidad, en él chocaban todas las iras y los planes de los soberbios.

Al Papa Juan, le resolvían los problemas los cardenales y Dios. El sólo se preocupaba de ser cercano a todos para poder, simplemente, amar.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El amor no tiene precio.


Un turista en la India visitó un leprocomio. Allí vio a una enfermera curando las carnes podridas de un pobre leproso. Asqueado frente a lo que tenía delante le dijo a la enfermera: yo no haría eso que usted está haciendo ni por un millón de pesos. Ella le respondió: Vea usted, ni yo tampoco lo haría por un millón de pesos. Asombrado el turista le preguntó: ¿Cuánto le pagan por hacerlo? La enfermera dibujó una sonrisa de felicidad y como quien no le daba importancia a las palabras le respondió: No me pagan nada, lo hago por amor.


Miguel Limardo


“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15.13). Jesús fue el hombre para el Otro y para los otros. Vivió siempre abierto a los demás. Vino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mt 20.28). No vino a salvar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9.13). Tenía una predilección especial por los niños, los pobres, los despreciados, los enfermos y por la gente sencilla. A los enfermos los curaba, a los muertos los resucitaba. El es el camino, la verdad y la vida (Jn 44.6). Quien cree en El, tendrá vida (Jn 11.25).

Jesús amaba la naturaleza, el viento, el campo, el mar. Y porque amaba todo, era un gran soñador que hacía realidad sus sueños. Quería, y encomendó a sus seguidores creyentes, construir un mundo nuevo de amor, donde las personas se amasen de verdad, hasta dar la vida los unos por los otros (Jn 15.12); donde los más importantes fuesen los enfermos, los pequeños (Mt.20 25,28); donde se de sin esperar nada a cambio (Lc 10.35); donde no exista la venganza, sino el perdón (Mt. 18.21); donde reine Dios (1c 12.30); donde cada uno busque la felicidad de los otros (Mt 5.44).

Quien trabaja por Jesús y su causa, ama, y en su trabajo no busca paga ni salario, ni recompensa. El amor es capaz de todo, porque el verdadero amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, absolutamente todo (1 Cor. 13.7).

sábado, 29 de agosto de 2015

La fidelidad se llama Canelo.


En el cementerio de San Javier, de Murcia, hay un perro que lleva diez años durmiendo y viviendo sobre la tumba de su amo. El animal, si es que así puede llamársele, días después de la muerte de su amo, añorando su presencia, se encaminó él solo al cementerio, encontró ¿quién le guiaba?, su tumba y sobre ella se sentó a esperar a la muerte. Durante muchos días no se movió de sobre su lápida, sin alejarse siquiera para buscar comida. Sólo más tarde, el viejo sepulturero se apiadó de él y sustituyó, en parte, el cariño del muerto. Pero Canelo nunca renunció a su fidelidad. Y allí sigue, recordando a un muerto cuyos parientes ya le han olvidado. El amor del perrillo es la única flor que adorna esa tumba. Hasta el verdín ha borrado ya casi el nombre del muerto. En la memoria de Canelo no se ha borrado nada.


José L. Martín Descalzo


Dios es la roca de Israel (Dt 32,4). Sus palabras y promesas no pasan, se mantienen de generación en generación. A pesar de las infidelidades de la raza human, El permanece fiel (2 Tm 2.13).

Cristo es el siervo fiel, que cumple en todo la voluntad del Padre. La fidelidad de Dios se manifiesta en El, pues aún siendo nosotros infieles, El permanece fiel. Por eso Pablo invitará a los cristianos a imitar a Cristo manteniéndose firmes hasta la muerte (2 Tm 2, 11s).

¿Quién es, pues, el siervo, el cristiano fiel?

“El que es fiel en lo mínimo, también lo es en lo mucho” (Lc. 16.10). El que es infiel en lo poco, también lo será en lo mucho. La fidelidad radica en el corazón, porque éste no puede estar sin poseer. “Es imposible ser hombre y no inclinarse. Si a Dios rechaza, ante un ídolo se inclina” (Dostoievski). Cualquier cosa se puede convertir en ídolo absoluto, a cambio de una pequeña satisfacción esclavizante. Tres ídolos tienen especial arraigo en la mente humana: el dinero, el sexo y el poder. Los tres y muchos más, embriagan y esclavizan al ser humano prometiendo sabiduría, comodidad, felicidad, fama. Todos tienen el oficio de suplantar y alejar a Dios de la vida.

Canelo nunca renunció a la fidelidad. “Si los humanos amasen a Dios como los perros adoran a los hombres. Dios sería un amo bien servido” (Rilke).

sábado, 22 de agosto de 2015

Adán no tuvo madre.


La joven madre puso el pie en el sendero de la vida.

¿Es largo el camino? Preguntó. Y el guía le habló así: si y es un camino difícil, pero el final será mejor que el principio.

Sin embargo, la joven madre era feliz y no creía que pudiera haber nada mejor que esos años. De modo que jugó con sus hijitos, recogió flores para ellos por el camino, se bañó con los niños en las claras corrientes y gritó:

¡Nada será jamás mejor que esto!

Llegó la noche y la tormenta. Los niños se agitaban temerosos y helados. Su madre los recogió en sus brazos y los cubrió con su capa y los niños dijeron:

Mamá, no tenemos miedo porque tú estás con nosotros y nada malo puede ocurrirnos.

Llegó la mañana y vieron una colina ante ellos. Los niños subieron y se cansaron. Cuando llegaron a la cima dijeron:

Madre, no podríamos haberlo logrado sin ti.

Al día siguiente surgieron unas nubes extrañas que oscurecieron la tierra, nubes de guerra, odio y maldad, pero su madre dijo:

Alzad los ojos a la luz. Los niños miraron a lo alto y sobre las nubes vieron una gloria eterna que les guió y les llevó más allá de la oscuridad. Y esa noche la madre dijo:

Este es el día mejor de todos, ya que hoy les he mostrado a Dios a mis hijos.

Al final de sus días la madre dijo: He llegado al final de mi camino. Y ahora sé que el final es mejor que el principio, pues mis hijos ya saben caminar solos.

Y los hijos dijeron: Tú siempre caminarás con nosotros madre.


Temple Bailey



En el niño se van marcando todos los comportamientos, palabras y actitudes de la madre.

Gregorio Matéu afirma:

“Ser madre es responsabilizarse del crecimiento del niño;
dejarle seguir su camino cuando llegue la hora;
permitirle que tome sus propias decisiones;
hacerle ciudadano del mundo;
potenciar sus cualidades;
proporcionarle un ambiente de confianza;
encauzarle hacia la autoestima;
mostrarle los caminos de la trascendencia.”

La madre dedica todo el tiempo a su hijo y da por él la vida. Tanto se ha ensalzado la labor de la madre, que Unamuno llega a decir: “Adán pecó porque no tenía madre” y el “hijo pródigo abandonó la casa de su padre, porque faltaba el calor de la progenitora de sus días.”

Dios es padre y es madre. El se acomoda a cada persona, a su modo de ser, a su caminar. San Juan de la Cruz dice que Dios, ordinariamente va criando y regalando a la persona humana “al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos, le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce lo cría y en sus brazos lo trae y regala” (Noche Oscura, lib.1 cap. 1, nº 2). A medida que el niño va creciendo, le irá dando el alimento adecuado.

“No les dejaré huérfanos; vendré a ustedes…Porque yo vivo, ustedes vivirán” (Jn 14.19).

sábado, 15 de agosto de 2015

El amor es gratuito.

 
Había una monja muy santa que tenia una casa donde había recogido a varios niños huérfanos y los cuidaba. Era muy cariñosa con ellos, sin importarle los defectos o la ingratitud de los niños.

Los muchachos comenzaron a sentirse mal con este cariño tan gratuito al que ellos correspondían tan mal. No podían soportar que alguien los quisiera tal cual eran, sin esperar nada a cambio. Y buscaron la manera de hacerse méritos.

Uno trató de corregir sus defectos para hacerse más digno del amor que recibía, pero no lo podía conseguir.

Otro trató de ser tan bueno con la monja como ello lo era con él, pero era egoísta y no atinaba a ser lo cariñoso que quería.

Otros se sintieron tan indignos de la caridad de la monja, que se fueron de la casa para convivir con gente cuya amistad fuera como la de ellos.

Otros se resistieron y se pusieron agresivos con la religiosa, porque en el fondo deseaban que ésta fuera interesada y egoísta como ellos.

Pero otros, decidieron ser más humildes y aceptar ser queridos tal cual eran y sin condiciones. Esto los liberó de sus complejos y tensiones y les dio mucha paz y aceptación de sí mismos, y les ayudó a querer a sus otros compañeros tal como eran, y a aceptarse unos a otros sin condiciones y gratuitamente.


Segundo Galilea



“No hay más que una sola clase de buen amor, pero hay mil copias diferentes” (Le Rochefoucould)

El buen amor es el de Dios. El ama y perdona. Nosotros tenemos dificultades en admitir ese amor, porque El nos ama gratuitamente, sin fijarse en nuestros méritos. Nosotros no estamos de acuerdo con ese proceder. A pesar de ser imágenes de Dios, “copias” mal logradas, a nuestro comportamiento le falta acogida, comprensión, tolerancia, perdón…

El amor es vida para todos, pero principalmente para los niños. Dicen que la falta de amor acabó en el siglo XIX con más de la mitad de los niños nacidos. La falta de una mano cariñosa, de una mirada, de una palabra tierna, del abrazo materno, debilitaron y llevaron a la muerte a aquellos niños para los que la vida no tenía ningún sentido.

Siempre que se ama al otro, se logra de él que viva seguro, en paz, aceptado y feliz.

Quien ha conocido a Dios, su amor, no puede por menos de amar. A su vez, podemos llegar a conocer a Dios entrenándonos en el deporte del amor. “Yo siempre he creído que el mejor medio de conocer a Dios es amar mucho.” (Vicent Van Gogh).

Ámame más, Señor, para quererte.
Límpiame más y más y podré verte.
Mírame y despeja de mi frente
el calor que sufro que es de muerte

Hazme sentir tu amor y tus desvelos
para que así pueda no dormirme
en laureles y fracasos de otros tiempos.
Ámame más, Señor, para quererte.