sábado, 25 de julio de 2015

Decidirse a cambiar.





Cuentan que el viejo sufí Bayacid decía a sus discípulos: “Cuando yo era joven, era revolucionario, y mi oración consistía en decirle a Dios: “Dame fuerzas para cambiar el mundo.”

Pero más tarde, a medida que me fui haciendo adulto, me di cuenta de que no había cambiado ni una sola alma.

Entonces mi oración empezó a ser: “Señor, dame la gracia de transformar a los que estén en contacto conmigo, aunque sólo sea a mi familia”.

Y ahora, que soy viejo, empieza a entender lo estúpido que he sido. Y mi única oración es ésta: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”

Y pienso que si yo hubiera orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida”.


José L. Martín Descalzo



Cambiamos a los otros en la medida que vamos cambiando nosotros mismos. Cuando uno se decide a cambiar, se da cuenta de las resistencias que hay tanto interiores como exteriores.

¿Qué es lo que nos impide cambiar? Podemos enumerar tres causas: Nuestras creencias, nosotros mismos y los demás.

Nuestras creencias. Estamos todavía anclados en nuestro ayer. Ciertas frases nos indican que es imposible hacer lo que pretendemos porque:

En mi familia nunca se ha hecho así;
porque supone mucho trabajo;
llevará demasiado tiempo;
no está bien que se haga eso…


Las ideas que tenemos sobre nosotros mismos tampoco nos ayudan mucho porque:

Soy muy débil;
muy joven;
muy pobre;
no tengo los medios suficientes…

Los otros también son un impedimento para nuestra decisión, porque:

No me lo permitirán mis padres;
el médico me lo ha prohibido;
no quiero ofender a nadie;
ellos tienen que cambiar primero…

Cuando se ha decidido cambiar, ya se ha empezado un largo proceso que necesitará mucha paciencia, mucho amor y mucho tiempo. Quien ha tomado conciencia de este caminar, estará ayudando a los demás a cambiar, sin que se den cuenta.

Nada ayuda tanto a esta labor como no poner asunto a los profetas de desventuras. Algunas personas no ven más que ruinas y calamidades en la sociedad actual. “Nos parece necesario expresar nuestro completo desacuerdo con tales profetas de desgracias que anuncian incesantemente catástrofes, como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina” (Juan XXIII)

sábado, 18 de julio de 2015

Vivir siendo señor.



Un rajá de la India al morir apretaba tan fuertemente una preciosa perla entre su puño, que fue necesario violentar sus dedos para poder arrancársela.

Hemos de recordar también que durante el sitio de la Constantinopla por los otomanos el emperador se arrodilló ante los ricos de la ciudad implorando de ellos su ayuda para hacer resistencia al enemigo.

Los ricos se mofaron de él. Luego, al escuchar el rugir del cañón en las puertas de la ciudad sitiada, se apresuraron a ofrecerle todo cuanto él quisiera.

Pero el emperador rechazó la ayuda que ellos ofrecían y les dijo: “Morid con vuestros tesoros ya que no podéis vivir sin ellos”.


Miguel Limardo



Aprender a vivir es toda una ciencia. No todos logran escoger un tesoro verdadero que les permita satisfacer plenamente el corazón. Para que éste quede libre, tiene que ser señor de todos los bienes. Cuando los bienes son señores, entonces el corazón se convierte en esclavo de lo que posee. En vez de poseer, será poseído. Por eso hay personas que, viven con la única aspiración de amontonar y poseer bienes como si nunca fueran a morirse.


Dios nos ha creado para que seamos libres, si ponemos nuestro corazón en Él. Cualquier persona que le escoge como “tesoro” y le ama, “no puede querer satisfacerse ni contentarse hasta poseer de veras a Dios” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 6.4).

Nuestra humanidad sacrifica y canjea la libertad de tener a Dios por otros caprichos que impone la moda. En nuestro hoy, por desgracia, no se estila creer en el que tiene que ser el único Señor de nuestras vidas. El mundo quiere que pensemos y sintamos todos según sus principios, que llevemos la misma albarda: “si se estila llevar albarda, póntela y calla”.

Es curioso constatar cómo se cumple lo que afirma Von Baltasar; “A medida que progresa la organización técnica del mundo…el conformismo se convierte en regla universal, tanto para los cristianos como para los demás. Y, así, vemos como va desapareciendo, a un ritmo acelerado, la raza de los espíritus libres…”

jueves, 16 de julio de 2015

EN CADA RINCÓN ESTÁ MARÍA.


En cada rincón del mundo se encuentra algún santuario dedicado a María.  Unas veces, en lugares apartados, llenos de soledad y silencio; otras, en grandes centros donde acuden multitudes ingentes de peregrinos. En cualquier lugar y en cada corazón está María, la Madre; no hay comunidad cristiana en la que no esté arraigada una devoción mariana. Ella ha tenido un papel especial en la evangelización. Gran cantidad de obras de arte, a través de los tiempos, se han realizado con motivo mariano: piezas musicales, literarias, pinturas, esculturas, conjuntos arquitectónicos. Todos los siglos han reconocido y exaltado a la Madre de Dios.
María, como reconoce Augusto Compte, ha tenido una enorme influencia en el mundo occidental. La devoción mariana ha dulcificado extraordinariamente las costumbres bárbaras del mundo germánico y a contribuido no poco a compensar los excesos de masculinidad que han comprometido nuestra cultura europea y cristiana.
No son muchos los datos que nos ofrece la Escritura sobre María; pero sí tenemos los suficientes para darnos cuenta de que ha sido una mujer sencilla y excepcional, abierta a Dios y a los seres humanos, colgada del Señor y servidora de todos. María fue la elegida por Dios, el Todopoderoso hizo en ella maravillas.
La Virgen María representa el modelo  perfecto de la persona abierta siempre a Dios, dispuesta a que Él haga su voluntad. Ella es la oyente de la Palabra. Está siempre pronta a la escucha y atenta al mensaje que se le da . La grandeza de María está en su docilidad a la Palabra, en rumiarla y en vivir de ella. Y la Palabra se hizo carne en sus entrañas.
María es Madre, madre de Jesús y madre nuestra. María con sus manos alimentó, acarició y guió a Jesús. María está presente en la vida de su Hijo; María se encuentra de tal forma unida a Cristo. Dios se hace cercano al pueblo a través de María. Ella representa el “proyecto del hombre nuevo” y es modelo para el cristiano en la lucha contra el mal.María, la Dolorosa, también está cercana a nuestras penas y sufrimientos cotidianos. Los pobres, los enfermos, los que sufren, alcanzan de María la fuerza y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades. Ella comparte con sus hijos dolores, alientos y esperanzas. Se mantiene, junto a los que sufren y está  de pie, firme, llena de fortaleza y ternura.
María es el libro abierto en el que todos los cristianos pueden leer las profecías cumplidas en Jesús. María es la mujer “vestida de Sol” que ilumina nuestro caminar y madura nuestra fe en el seguimiento de Cristo. María siempre es la estrella para una humanidad que no acierta a encontrar a Dios y que anda, a tientas, buscando una palabra de esperanza para encontrar un sentido a la existencia.
María es honrada y amada en todos los pueblos y rincones del mundo. Son muchas las advocaciones marianas; cada país y cuidad tiene la suya y, todos, cantan, oran y festejan a la Madre. .
Unos años antes de morir Monseñor Romero presidió la fiesta del Carmen en una parroquia salvadoreña. Al día siguiente, declaraba:
- ¡Qué fiesta tan hermosa! Todos rodeando la imagen de la Virgen en la procesión, rezando y cantando. Era gente sencilla, muy alejada de esas preocupaciones políticas y revolucionarias que a tantos preocupan. Yo me decía: ¡Este es el verdadero Pueblo de Dios!
Y el Pueblo de Dios canta:
“Es la Virgen del Carmelo
la que más altares tiene;
su sagrado Escapulario
no hay pecho que no lo lleve”.
Es cierto lo que canta la canción. Es la advocación del Carmen una de las devociones más populares de la Virgen. En cada capilla, en cada hogar católico hay alguna imagen o estampa de la Virgen del Carmen.

sábado, 11 de julio de 2015

Cadenas de oro.




Un lobo flaco encontró a un perro gordo y bien cuidado.

Dime – le interrogó -, ¿en qué consiste que siendo yo más fuerte que tú, no encuentro qué comer y casi me muero de hambre?

Consiste – contestó el perro – en que sirvo a un amo que me cuida mucho, me da pan sin pedírselo, y no tengo más obligación que custodiar la casa.

Mucha felicidad es ésta.

Pues mira – replicó el perro -, si tú quieres puedes disfrutar del mismo destino, viniendo a servir a mi amo.

Convengo en ello – dijo el lobo -, porque más cuenta me tiene vivir bajo techado y hartarme de comida que no andar por las selvas. Pero oye, reparo en que llevas pelado el cuello, ¿a causa de qué?

No es nada – repuso el perro -, sólo para que no salga de casa en el día, me atan con una cadena; para que de noche esté velando.

Bien – dijo el lobo -; pero si quieres salir de casa ¿te dan licencia?

Eso no, respondió el perro.

Pues si no eres libre – replicó el lobo -, disfruta enhorabuena de esos bienes, que yo no los quiero, si para disfrutarlos he de sacrificar mi libertad.

El pobre feliz es más feliz que el rico esclavo, porque la libertad es tan estimable como la vida, y vale más que todas las riquezas del mundo.

Esopo



La libertad vale más que todas las riquezas del mundo. “No hay oro suficiente para comprar la libertad.” (Esopo). Dios quiere que seamos libres, como sus hijos, que salgamos de la esclavitud; pero al mismo tiempo sentimos la llamada de lo fácil, sentimos la tentación de buscar la comodidad y vivir en la seguridad para justificar las esclavitudes.

El ser humano no nace libre. Poco a poco va luchando para tratar de conquistar día a día el dominio sobre sí mismo y sobre las cosas exteriores a base de avances y estancamientos.

El camino de la libertad abarca ser “libre de” y “libre para”.

Ser “libre de” los condicionamientos internos: egocentrismo, agresividad, deseo incontrolado de posesión o dominio, etc…y de los condicionamientos externos: dependencia familiar, ambiente, sumisión a la norma, cultura…

Ser “libre para” poder realizar un proyecto concreto, poder transformar la realidad, poder servir y amar, renunciando a cualquier clase de ambiciones.

“Sin libertad, la vida no vale la pena de ser vivida” (Marañón) y mucho menos cuando te condenan a vivir encadenado, aunque sea con una cadena de oro.

Necesito, Señor el sol
Necesito el fuego
y el aire

Quiero vivir en la sierra.
Me asfixio y me ahogo en el valle.

Tengo necesidad de Ti.
Quiero ser libre y
no vivir en cárceles.

Pero si algún día, Señor,
me acostumbro a ser
un don nadie,
no permitas que hable
de vida.
Déjame morir
en la cárcel

sábado, 4 de julio de 2015

El oro le ahogó.


    Ruskin ilustra uno de sus ensayos refiriéndose a un hombre que hacía una travesía en un trasatlántico.

    De repente la nave se vio envuelta en llamas y al grito de “sálvese el que pueda” el hombre se preparó para lanzarse al agua.

    Pero antes de hacerlo fue a su camarote y se ciñó con un fuerte cinturón donde guardaba una gran cantidad de monedas de oro.

    Apenas cayó al agua se hundió bajo el enorme peso que llevaba consigo.

    Ruskin preguntaba: ¿quién poseía a quién mientras este hombre se hundía?


Miguel Lamardo




    Las cosas, el dinero, las riquezas aprisionan con facilidad los ojos y corazón. Si sólo miramos a través del oro, sólo veremos dinero y todos los demás valores quedarán muy empequeñecidos. Por eso, a la hora de la dificultad, salvaremos aquello que tiene “importancia”, aquello que vale”, y, sin darnos cuenta no habrá tabla de salvación, sino que nos hundiremos más con lo que nos hemos atado, amarrado, esclavizado.

    Somos esclavos del trabajo, del afán de lucro, del afán de competir, de nosotros mismos. Por el afán de poseer, la persona se convierte en esclava y éste mismo afán engendra en el ser humano inquietud, insatisfacción y la misma muerte.

    “In God we Trust”, en Dios confiamos, es el mensaje que se lee en el dólar. Sin embargo nuestra vida proclama lo contrario: confiamos en el oro, en el dólar. Así vivimos esclavos. “Las cadenas de oro son mucho peores que las de hierro.” (Gandhi).

    Muchas personas y países viven en la miseria, pues sólo tienen oro, dinero. Cuando el polvo amarillo o el codiciado dólar se adueña del corazón humano, éste se vuelve inhumano. Ya decía hace siglos Temístocles “Prefiero a un hombre sin dinero, que a dinero sin hombre”.