domingo, 2 de diciembre de 2018




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QUE CREZCA LA ESPERANZA!

Cada día nos llegan noticias de guerras, robos, violencia, muerte, paro, corrupciones constates por ansia de dinero o de poder, etc. Los ancianos son internados en geriátricos y los niños crecen huérfanos. Arden los bosques, se seca la tierra, no hay pan y agua para todos. Se orquesta la mentira, hay pérdida de valores, se brindan nuevas esclavitudes. Aumentan la increencia, el ateísmo, la indiferencia religiosa. El pansexualismo y el capitalismo se han adueñado de muchos corazones.
Los tiempos que vivimos son desconcertantes. Constatamos que, de una manera alarmante, crece la adicción, la violencia doméstica, la pobreza, la promiscuidad sexual, las explotaciones de todo tipo. La gente se siente desorientada, insegura y sin esperanza. Por una parte vemos los avances de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la imposibilidad de luchar contra un sistema que nos domina y que produce injusticias, guerras, desigualdades y pobreza. El egocentrismo encierra en sí mismas a las personas y los grupos, reaparecen conflictos étnicos y actitudes racistas y xenófobas, y se acrecienta la competitividad en el trabajo. Este desánimo genera miedo a afrontar el futuro e impide tomar decisiones definitivas de por vida.
Tenemos motivos para la queja, porque deseamos mucho y con impaciencia. Pero son precisamente los momentos difíciles los que nos puede ayudar a esperar y a confiar.
Tenemos que descubrir que la vida, tiene mucho de búsqueda e implica afrontar encrucijadas, saltar al vacío, pero también es una fiesta, es ver todo lo que hay de hermoso y bello en ella, y poder celebrarlo con ojos limpios y corazón sano.
Vivimos en un mundo cambiante. Constatamos que valores de otros tiempos, instituciones y pertenencias que se mostraban seguros, hoy ya no sirven. Todo cambian con rapidez. No podemos acercarnos a una época de cambios profundos con la mentalidad de otros tiempos. No nos sirven los esquemas de antaño. La realidad fluye bajo nuestros pies. Puede invadirnos una sensación de vértigo, confusión y miedo, como los discípulos en medio de la noche del lago de Galilea, vemos nuestra pequeña barca amenazada por las olas. No hay que temer. Cuando descubrimos a Jesús caminando sobre las aguas, y él sube a nuestra barca, entonces podemos navegar hacia la tierra firme, donde se construye el reino de Dios. Sólo tendremos que remar al unísono.
Puede ser que no estemos mejor o peor que en otros tiempos, sino que no somos capaces de distanciarnos de las cosas. El mal nos toca, nos llega de cerca. No podemos aislarnos, los medios de comunicación han invadido nuestra vida y nos obligan a respirar un aire viciado.
Hemos perdido el sentido de Dios y de lo sagrado. Nuestra sociedad ha vuelto la espalda a Dios, y, en consecuencia, vive sin sentido de lo sagrado. No vemos modelos de bien hacer en ninguna esfera de la vida social. La familia está recibiendo ataques en sus valores y se habla de que los jóvenes, en general, han perdido los valores.
Pero es precisamente aquí, en esta nuestra pobre y trágica realidad, donde tiene un gran papel la esperanza. Vivir sin ella es un gran peligro. Es el peligro mayor, el de sujetarnos sólo a la inmediatez de las cosas, tan caducas, tan leves, tan inconsistentes.

domingo, 25 de noviembre de 2018


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CRISTO REY

Cristo es Rey, Pastor, Maestro, Amigo...  El vive en cada ser humano.


Ese conmigo lo hicisteis es tan revolucionario, tan novedoso, tan inquietante, tan delicado, que puestos a decir, uno podría meter la pata al insinuar que Dios es  nosotros y nosotros somos Dios; pero ciertamente aquí late el entero misterio de la encarnación de Dios. No es una aproximación, no es una semejanza no es un como si se lo hiciéramos a él. Sí, a él se lo hacemos.  No hay diferencia, no hay semejanza, es una realidad, pero tan apabullante, tan maravillosa que apenas nos golpea el entendimiento. Porque acostumbrados a imaginar un Dios omnipotente, somos incapaces de descubrirle indigente. La mayoría rechazaría a un Dios necesitado, a un Dios encarnado en cada ser humano. Jesucristo es todo en todos y es bajo esa afirmación, que ya no hay ni hombre ni mujer, ni rico o pobre, ni extranjero o foráneo. 

Santa Teresa de Jesús siente a Cristo presente, con él padece, él es su norma de vida, a él le sigue. Ella aconseja nunca apartarse de la Humanidad de Cristo en la oración. Él es el Maestro, el que  escucha, a quien hay que mirar su vida para saberla imitar y traerle siempre consigo. Él es el maestro que dicta lo que escribe y muchas cosas no son de su cabeza, sino que se las dice su Maestro celestial.
Jesús es compañero, testigo de todo lo que vive. Y Teresa ve las manos y el rostro de Cristo,  la belleza de sus ojos,  escucha  sus palabras, y, finalmente,  ve a Cristo en su humanidad, con toda la belleza y gloria de su resurrección, captada por los ojos del alma. Cristo es el amigo y el amado que se hace presente,  se deja ver y oír, y lo siente muy claro, y que era testigo de todo lo que ella  hacía. Teresa ve, oye y goza de la presencia de Cristo, de un Cristo vivo y resucitado y como los apóstoles lo anuncian.

En cierta ocasión un hombre me confesó que su vida había cambiado radicalmente desde que había asumido con conciencia plena el hecho de la Encarnación. Sentía latir a Dios en los latidos de su corazón, respirar por sus pulmones, mirar por sus ojos y hablar por su boca. Sin saber cómo, sucedió lo impensable: los demás le miraban con admiración, con ojos sorprendidos. Su palabra llegaba directa al corazón de las personas e incluso en su misma profesión sucedían pequeños milagros cada día. Su vida cambió poniendo rumbo a la felicidad, porque ya ningún acontecimiento triste o desgraciado podía empañar la certeza de tener consigo a Dios y de encontrarle en cada rostro. Caminaba por las calles mirando a los ojos de los transeúntes y diciendo en su interior: eres importante para mí, yo te amo. CRISTO ES EL AMIGO QUE NUNCA FALLA.



domingo, 4 de noviembre de 2018


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Saber escuchar

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» (Mc 12, 28-34).

Cuenta un relato Zen que un discípulo se que­jaba continuamente a su Maestro de estar ocul­tándole el último secreto para alcanzar la ilu­minación. El Maestro, sin embargo, no tenía la más mínima intención de ocultarle nada. Un día, maestro y discípulo salieron a pasear juntos por el bosque. Mientras caminaban, oyeron cantar a un pájaro. “¿Has oído el canto de ese pájaro?”. “Sí”, respondió el discípulo, comprendiéndolo todo de repente. “Bien, ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada”, le dijo el Maestro.
 
En cualquier comunicación podemos ser emisor y oyente. Preferimos, normalmente, hablar a escu­char. Escuchar es distinto de oír. Oímos ruidos, palabras y lo hacemos sin que intervenga nuestra voluntad. Oímos sin querer. El escuchar es un acto consciente, voluntario y libre. Escuchar no quiere decir no hablar. Escuchar es algo más que estar callados. 

Con frecuencia escuchamos sin oír, del mismo modo que también oímos sin escuchar. Escucha­mos sin oír cuando queremos confirmar nuestras ideas en lo que dicen los demás. Por querer escu­char algo preciso, se obstaculiza el simple oír. A medida que amamos a una persona, le escucha­mos con benevolencia. La palabra y el silencio sir­ven al amor. El nivel más profundo de comunica­ción se realiza por medio del amor, pues el amor une. Cuando detestamos a alguien, lo herimos con nuestra palabra y silencio. 

Se escucha con los oídos, pero sobre todo con el corazón. El corazón es el lugar de la confian­za, una confianza que puede llamarse fe, esperan­za o amor. Para escuchar a Dios y a los otros es necesario el ayuno del corazón.
Vivimos con nuestra cabeza: pensamientos, ideas, preocupaciones. Una cabeza llena de trabajo acaba por rendirse. Hay que vivir desde el corazón, que es el centro de la persona, lugar del encuentro conmigo mismo, con los demás y Dios.

Saber escuchar. El saber escuchar es básico en cualquier relación humana, sobre todo cuando se trata de ayudar a otra persona. Muchas veces se resuelven los problemas simplemente escuchando a los otros, se les alivia la carga. El hecho de que alguien se sienta escuchado y pueda expresar sus sentimientos produce un efecto de catarsis.
Saber escuchar es la primera característica de todo buen dialogador. Escuchar significa acoger y
recordar lo que dice el otro

domingo, 28 de octubre de 2018

HAZ QUE VEA





    
   Jesús dijo al ciego Bartimeo:
- ¿Qué quieres que haga por ti?
   El ciego le contestó:
  - Maestro, que pueda ver.
            Cuando el astronauta Y. Gagarin dijo que, en su paseo por el espacio, no había tenido la fortuna de toparse con Dios, un sacerdote de Moscú replicó: “Es natural. Si no lo has encontrado en la tierra, no lo encontrarás jamás en el cielo”.
     Para ver a Dios en el cielo hay que descubrirlo en la tierra, pues sabemos que, desgraciadamente, hay muchas personas que teniendo ojos no ven a Jesús, aunque lo tengan delante.
El ciego de Jericó tiene una gran confianza en Jesús y grita suplicándole: “Ten compasión de mí, Hijo de David”. Aunque la multitud lo increpa para que se calle, el hombre grita mucho más su fe en el Hijo de David. En su grito: “Hijo de David, ten compasión de mí”.
     La gente le llama y le anima: “¡Vete! ¡Ten confianza! ¡Te está llamando!” Todo lo que llamamos apostolado está en ese impulso: “¡Acércate! ¡Te está llamando!”.
 Bartimeo arroja su manto que le molesta para ir corriendo hacia Jesús, se despoja de todo lo que le estorba
 En Bartimeo el poder de Jesús y la fe obran el milagro: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
     Bartimeo, que así se llamaba el ciego, es decir, ‘el hijo de Timeo’, es un hombre solo, que estaba sentado, postrado, envuelto en tinieblas, sin horizonte ni camino; es el símbolo de todos los seres humanos que desean ver, caminar y vivir, y buscan un sentido para sus vidas en medio de la noche. Pero, ¿qué es preciso hacer para ver?, ¿qué condiciones permiten descubrir en Jesús al Señor? El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Felices los de corazón limpio porque ellos verán a Dios. Es voluntad del Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna. Jesús se presenta como el rostro humano de Dios. Él es luz para el camino. Bartimeo, apenas recobrada la vista, se puso a caminar.
La curación de la enfermedad corporal de un ciego es en los evangelios una señal que nos habla de la curación de la ceguera del corazón. Y sabemos que en nuestra sociedad esta ceguera es muy frecuente.
            "¿Qué quieres que  te haga?". ¿Qué le responderíamos nosotros? (Un puesto a tu derecha y otro a tu izquierda). ¿“Auméntanos la fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro, que  recobre la vista” (Mc 10,51)?

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domingo, 7 de octubre de 2018










EL ROSARIO

El rosario es una de las oraciones más rezadas entre los católicos. El rosario es una oración apreciada por todos los fieles cristianos. Es un compendio del evangelio. Con él aprende de María el pueblo cristiano a experimentar la profundidad del amor de Cristo.
El rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo.  Así lo describía el Papa Pablo VI: “Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora,  el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica.  En efecto, su elemento más característico  la repetición litaníca del “Dios te salve, María”se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: Bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42).  
El rosario, decía Bartolomé Longo, es una “cadena” filial que nos une a Dios, pero que también sirve para unir a los seres humanos. El rosario ha sido propuesto como oración por la paz, oración para conseguir la unidad en las familias, oración para reconciliar a  los alejados. El Papa proclamó desde octubre del 2002 a octubre del 2003 el Año del Rosario. El rosario es una oración para acudir a María, Madre nuestra, para aprender de ella a caminar con Jesús, para construir un mundo de amor y de paz.
La costumbre de rezar con unas bolitas, tiene una raíz indiana shivaita, el mundo islámico habría traído la costumbre de recitar los 99 nombres de Aláh sirviéndose de apropiadas cadenitas de 99 bolitas. Después se trajo a Europa y los cruzados, según esta hipótesis historiográfica, habrían importando a Occidente y adaptado a la plegaria cristiana una práctica de origen Oriental. Hoy, sin embargo, sabemos de la existencia de cadenitas utilizadas para la plegaria en el mundo cristiano desde los tiempos de los Padres del desierto, en los Siglos III y IV después de Cristo, mucho antes de las cruzadas.
Hasta finales del Siglo XIX se  atribuía la práctica del rosario meditado a Santo Domingo de Guzmán. La atribución tradicional a Santo Domingo es el resultado de una confusión con Domingo de Prusia que sería el verdadero “inventor” del rosario. Sin embargo, en 1977 Andreas Heinz descubrió un manuscrito con un Rosario meditado cien años anterior al de Domingo de Prusia. 
He escogido algunas ideas muy válidas que  Juan Pablo II nos da en la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Marie”.
 Comienza diciendo el Papa que el rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio.
El rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.
El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana. Fulthon Sheen fue llamado el mago de la televisión. Miles de espectadores veían el programa: “La vida vale la pena vivirse”.
Un día se presentó un joven y le dijo:
-   Creo, Monseñor, que exagera su devoción a la Virgen y no comprendo cómo recomienda tanto el rezo del Rosario, esa monótona repetición de Avemarías.
-   Señor – le contestó Fulthon Sheen-, la repetición es el lenguaje del amor. Los novios, los hijos a sus padres y los padres a sus hijos, no se cansan de repetirse que se aman. Usted mismo, ¿qué le dice diariamente a su esposa?
-   -Que la quiero.
-   -¿Ve?
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sábado, 22 de septiembre de 2018

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CAMINAR COMO JESÚS


“…Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos. Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado» (Mc 9,30-37).
            La discusión que sostenían entre sí los discípulos sobre quién era el más importante supone, tácitamente el desprecio por el menos importante. Jesús reacciona con un gesto: Toma a un niño, y lo estrecha entre sus brazos y anima a recibir a los niños/niñas en su nombre. En efecto, lo poderoso en el mundo es débil en el Reino.
Jesús dice que quien acoge a los niños en su nombre en ellos le acoge a él, y, en él, a su Padre. Acoger a un niño —símbolo de lo pequeño y desvalido— en su nombre es acogerlo a él y al Padre. El niño carece de poder por sí solo, si se le deja solo, poco puede para hacerse valer o reconocer. El niño es una especie de pre-figura del necesitado: el hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado... Lo que hace importante y da relevancia no es el poder o la fuerza para dominar, sino servir a los más pequeños y despreciados. El niño solamente es importante porque otro le aúpa. Una persona mayor debe ser autónoma, responsable, capaz de arreglárselas por sí solo y más bien deben estar dispuestos a no depender para poder ayudar al necesitado o al vulnerable. Conviene recordar que, en tiempos de Jesús, los niños/niñas no gozaban de ninguna consideración; eran simples instrumentos de los mayores que lo utilizaban como pequeños esclavos, los últimos en la escala de los servidores.
            Jesús nos invita a caminar con él. Quien se decide a seguirle debe tener sus mismos sentimientos y su misma actitud de servicio, la cual conlleva la entrega y la cruz.

domingo, 9 de septiembre de 2018


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PODEMOS COMUNICARNOS CON DIOS Y LOS OTROS

Jesús es y será siempre el que permite la comunicación de Dios a nosotros y de nosotros a Dios. No es solo un interprete, es la Palabra misma de Dios y la nuestra hacia Él. Por eso todo lo que pedimos lo hacemos en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y por eso también, todo lo que el Padre tiene que decirnos, nos lo dijo completamente a través de Él. (San Juan de la Cruz).
            Sólo el hombre es capaz de hablar desde la palabra que crea memoria y experiencia. Es un don de Dios que es pura comunicación de Amor. De hecho el Señor es el "Sembrador" y lo que siembra es su palabra, que tiene el poder de germinar dentro de nosotros y transformarse en frutos de amor. De hecho hay quien afirma que la frase final de este Evangelio que dice que en el colmo del asombro, los que presenciaron este milagro comentaban: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos." Y es que a través de sus gestos y sus palabras, Jesús ha puesto en marcha un proceso definitivo de comunicación, sembrando “la palabra” (4, 14), esto es, haciendo que los hombres y mujeres pueden oír y hablar, pues en esto consiste el hacerlo todo bien.
            Es realmente una maravilla (si bien lo pensamos) que podamos hablarle a Dios, que El nos comprenda y viceversa!....¡qué maravilla!
El nos ha hablado en nuestro idioma, sus palabras y las nuestras son iguales....sólo difieren en el contenido y ese corre de nuestra cuenta. Si tenemos las mismas palabras, podemos tener los mismos sentimientos y acercarnos así a sus pensamientos insondables, que sólo quieren para nosotros el Bien.
El está cerca y nos oye cuando le pedimos que nos escuche (decía Teresa que por bajito que le hablemos, no deja de oírnos). No nos queda más que estar atentos a la voz de su Palabra que es Jesús.


jueves, 30 de agosto de 2018


DON ORIONE


Don Orione en esta oración:
 “ .... He visto moverse las piedras:
he oído arcanos cánticos celestiales
¡y hasta las piedras cantaban!
soñé con la Santísima Virgen:
¡he visto a la Virgen trabajar con nosotros!
Las piedras del Santuario
y las obras de fe y de caridad
cobraban vida y florecían,
y cantaban con nosotros a coro: ¡María!¡ María! ¡María!
Y se alzaban hacia Ella como Ángeles,
y con los Ángeles,
casi como almas en adoración.
¡Qué pura y qué bella es la Virgen Santa!
¡Tan soberana, tan hermosa que parecía Dios!
¡Revestida de luz,
rodeada de resplandor y coronada de gloria;
grande y gloriosa, con la gloria y grandeza de Dios!
Pero, ¿quién podrá hablar de Ti, oh Virgen Santa?
¿Qué será, entonces, el Cielo?
¡No fue más que un sueño,
que duró breves instantes,
y todavía me siento como renacer;
el recuerdo de pasadas amarguras ha desaparecido,
el alma estalla en alabanzas y la inteligencia se aclara,
el corazón se ilumina y se inflama de suavísima caridad,
siento una inmensa alegría
y no quiero ni deseo nada más!

domingo, 29 de julio de 2018

DALES DE COMER


«Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos le dicen: ¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» (Mc 6,37).
Jesús no lo consiente: «Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos le dicen: ¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» (Mc 6,37). Y él mismo se aplica a la tarea de alimentar a la muchedumbre: «Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Es cierto que, en esta narración de Marcos, Jesús se vale de los discípulos —y quizás también de las discípulas— para distribuir la comida. En general, la gente hizo caso y se acomodó sobre la hierba, hicieron como él mandaba porque le creían y por eso fueron saciados. Aunque el relato evangélico no lo dice debió haber algunos que mientras todo se organizaba decidieran irse a los poblados porque no confiaban y por no tener «fe», es decir «confianza» en Jesús se perdieron aquella «comida» que él preparó.
Jesús se sirvió de este «lugar» universal del alimento compartido para prometer y anunciar la inauguración del «Reino». La verdadera «materia» sacramental no es la «mesa». En este ambiente de comida compartida en múltiples ocasiones realizó actos significativos —quizás prefiguraciones de la Eucaristía que instituyó durante su última Cena Pascual, poco antes de su muerte—, y en esas ocasiones no había mesa presente: Por ejemplo, Mt 15,35; Mc 8,8; Lc 9,14-15 coinciden en que una multiplicación de panes y peces ocurrió de improviso y que todos comieron echados sobre la hierba. Invitando a compartir alimentos y aceptando compartir la que ofrecen otros se crean ocasiones extraordinarias para construir, afirmar y expandir comunidad y, por tanto, dar testimonio de Jesús y anunciar su Evangelio. Jesús sentó el precedente de ello y tan seguro estaba de que compartir la mesa era algo bueno que lo hizo desafiando convencionalismos y arriesgándose a reproches y condenaciones que últimamente contribuyeron a su condena a muerte por blasfemo. En efecto, fue causa de escándalo cuando compartió mesa con publicanos, prostitutas y cobradores de impuestos, es decir, aquellas personas que más frecuentemente eran consideradas marginales o inaceptables en el Israel de su época. A menudo, admitámoslo, igual que los discípulos preferimos el camino fácil, el de despedir a la gente y abandonarles cada uno a su propia suerte, aunque sea tarde y lo justificamos diciendo con cierto excesivo realismo que lo hacemos para aumentar las posibilidades de que nadie se quede sin. Siempre podemos encontrar razones, mejores o peores para explicar nuestra pereza e insensibilidad, nuestro desamor o nuestros miedos a las críticas y los reproches.
Vivimos divididos. Hemos levantado muros para alejar a los que nos molestan por su color, lengua o religión. No hay seguridad en nuestras calles, no hay libertad de expresión. Hemos sacado a Dios de las escuelas, de los hogares, de la vida pública. Vivimos en una sociedad que propicia el hedonismo. Hemos caído en lo que Benedicto XVI llamó la «facilonería» de la vida que nos embota la mente con egoísmo y apegos. Sufrimos de una gran pobreza, ya que «la primera pobreza de nuestros pueblos es no conocer a Cristo» (Teresa de Calcuta).
Uno de los grandes problemas de nuestra humanidad es la cantidad de personas que padecen hambre. Librar a la humanidad del hambre y la malnutrición requiere no sólo habilidades técnicas, «sino sobre todo un genuino espíritu de cooperación que una a todos los hombres y mujeres de buena voluntad», exhorta Benedicto XVI. El Papa constató los obstáculos para acabar con el flagelo del hambre: «conflictos armados, enfermedades, calamidades atmosféricas, condiciones ambientales y desplazamiento forzoso masivo de población».
No se terminará el hambre en el mundo ni habrá paz mientras no haya una mayor justicia social. Necesitamos la paz, cierto, pero ésta sólo arraiga en la justicia. Todos, de alguna forma, somos responsables del hambre de nuestros hermanos. ¿Cuándo lograremos que todos puedan comer y saciar su hambre?  

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lunes, 16 de julio de 2018

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Desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada.  Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.
        El Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. Nos lo dio La Santísima Virgen. Se lo entregó al General de la Orden del Carmen; San Simón Stock, según la tradición, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno».
También destaca entre las más antiguas formas de culto, especial y necesario a María Santísima, que cooperan a que «al ser honrada la Madre, sea mejor conocido, amado, glorificado el Hijo, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandarniento» (L.G. 66). La celebración de la Virgen del Carmen, 16 de julio, está entre las fiestas «que hoy, por la difusión alcanzada, pueden considerarse verdaderamente eclesiales» (Marialis Cultus 8).
 «Este culto se convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica» (M. C. 32).
Entraña, pues, la experiencia de unas vivencias marianas y espirituales. Ya que «ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles... porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios» (M. C. 35).
La Virgen nos enseña a:
Vivir abiertos a Dios y a su voluntad, manifestada en los acontecimientos de la vida.
Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida, a creer en ella y a poner en práctica sus exigencias
Orar en todo momento, descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias
Vivir cercanos a las necesidades de nuestros hermanos y a solidarizarnos con ellos.
Introduce en la fraternidad del Carmelo, comunidad de religiosos y religiosas, presentes en la Iglesia desde hace más de ocho siglos, y compromete a vivir el ideal de esta familia religiosa: la amistad íntima con Dios en la oración.
Juan Pablo II, con una cordialidad no menos entrañable que la de Pío XII, les ha escrito al Prior General de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María, Joseph Chalmers, y al Prepósito General de los Hermanos Descalzos de la misma Orden, Camilo Maccise: «También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fíeles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la Misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia». Estos nobles deseos del Santo Padre, estoy seguro que son los deseos mismos de los organizadores de este acto, los de todos los que habéis venido para participar en él, y los míos personales».


sábado, 23 de junio de 2018



UN BENEFACTOR PÚBLICO

           
 Lo oí hace mucho tiempo, no sé dónde. En un pueblo pequeño, de esos que abundan en Castilla, cuando fallecía una persona, era costumbre que alguien del pueblo, dijera unas palabras en el funeral, sobre las virtudes del difunto. Un día murió el hombre con fama de malo y en la misa nadie se atrevía a levantarse, hasta que por fin, uno del pueblo, se armó de valor, tomó la palabra y dijo: “Demos gracias a Dios porque este hombre, con fama de malo, pudo hacer más mal del que hizo”.
            “Dos Pistolas”, Crowley, fue apresado El 7 de mayo de 1937 la ciudad de Nueva York, por ciento cincuenta agentes de policía. Él era uno de los criminales más peligrosos de la historia de neoyorkina. Mientras la policía hacía fuego graneado contra su departamento, escribió una carta dirigida: "A quien corresponda". Y al escribir, la sangre que manaba de sus heridas dejó un rastro escarlata en el papel. En esa carta expresó Crowley: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".
            Crowley fue condenado a la silla eléctrica. Cuando llegó a la cámara fatal en Sing Sing no declaró, por cierto: "Esto es lo que me pasa por asesino". No. Dijo: "Esto es lo que me pasa por defenderme".
            Los criminales no se echan la culpa de nada. Tampoco se culpaba  Al Capone,  el mismo que fue Enemigo Público Número Uno, el más siniestro de los jefes de bandas criminales de Chicago, quien decía:  "He pasado los mejores años de la vida dando a los demás placeres ligeros, ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la existencia de un hombre perseguido." Se consideraba , en cambio, un benefactor público: un benefactor público incomprendido a quien nadie apreció.
            Dutch Schultz, uno de los más famosos criminales de Nueva York, aseguró en una entrevista para un diario que él era un benefactor público. Y lo creía.
He tenido interesante correspondencia con Lewis Lawes, que fue alcaide de la famosa cárcel de Sing Sing, en Nueva York, sobre este tema, y según él "pocos de los criminales que hay en Sing Sing se consideran hombres malos. Son tan humanos como usted o como yo. Así raciocinan, así lo explican todo. Pueden narrar las razones por las cuales tuvieron que forzar una caja de hierro o ser rápidos con el gatillo. Casi todos ellos intentan, con alguna serie de razonamientos, falaces o lógicos, justificar sus actos antisociales aún ante sí mismos, y por consiguiente mantienen con firmeza que jamás se les debió apresar".
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viernes, 1 de junio de 2018




“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo…
el que come este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51-58). La Eucaristía  hace referencia a la vida.
       Conviene recordar que Jesús es el Pan de Vida, que La Eucaristía nos une a Cristo y a la Iglesia. A los cristianos de Corinto san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo de unión: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Cor 10,17).
A la Samaritana, Jesús se revelaba como el agua viva. Ahora se  revela como el pan vivo que da la vida. Sólo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre.  Jesús revela que su Padre vive y él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de Cristo, por él y en él.  Como escribió Benedicto XVI,  “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí”
            “En la Eucaristía, la mirada del corazón reconoce a Jesús” (San Juan Pablo II). El pan partido y repartido de Jesús nos muestra su amor hasta el extremo, el pan vivo es un misterio de vida, de fe, de luz, de entrega para nuestro camino. Donde está Jesús siempre hay vida. La Eucaristía es el sacramento del encuentro con Jesús. “Estando tan dentro de mí, si tenemos fe, nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa. Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje” (santa Teresa de Jesús).  
         Al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, pero no podemos olvidar que la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo nos une a los hermanos, «porque comemos todos del mismo pan». Comer a Jesús, es entrar en comunión con él, pero al mismo tiempo, exige entrar en comunión con los demás y nos comprometemos a formar un solo cuerpo.  Comer a Jesús es tragarlo, eso exige el tragar a tal persona que no me cae simpática, entonces tendríamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Hacemos memoria de Jesús para seguir haciendo lo que él hizo: "partirse la vida", "vaciarse hasta la muerte", según la expresión del cuarto canto del Siervo (Is 53,12).
             "De la misa a la misión", decía un eslogan. Así tiene que ser. De la Eucaristía tenemos que ir los cristianos a proclamar la Buena Nueva, a sembrar alegría, amor,  optimismo, esperanza, a construir la paz, la justicia, la fraternidad.
            ¡El Señor está en la calle! Era la expresión de una mujer de fe al ver pasar al Santísimo en la procesión del Corpus. Siempre he creído que la fe de aquella mujer era robusta, y contagiaba la fe y alegría que sentía por la Eucaristía. El Señor está en la calle, pero lo está también en cada ser humano, especialmente en los más necesitados.
            Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructuras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía no es compatible con  nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con ocupar los primeros puestos… Los que  hemos comido a Cristo, no podemos comer el pan ajenos a los que no tienen pan. Los que hemos visto al Señor servir a sus discípulos, hasta lavarles los pies, no podemos permitir que los otros nos sirvan.
            La celebración de la Eucaristía tiene tres momentos importantes:
             El Cuerpo de Cristo es Eucaristía que significa acción de gracias; es
presencia de Dios y es invocación dirigida al Espíritu Santo.
            Eucaristía significa acción de gracias. Dios ha creado al ser humano gratis, gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya exigirnos por ella: Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos.  
            Quien participa de la Eucaristía se ha de reconocer débil y pecador, pero tendrá que acoger la gracia y la fuerza de Dios para ser testigo de su amor. Muchos se preguntan ¿cómo  puede ser que una persona se pase gran parte de su vida comulgando, y después de muchos años, resulta que tiene sigue siendo egoísta y no hace nada por cambiar e es indiferente ante la injusticia y la desigualdad social?
       Al celebrar la Eucaristía tenemos que tener muy presente la realidad de hambre, injusticias y muertes. Una gran parte de la humanidad está hoy hambrienta y desesperada y no tienen arroz ni pan para llevarse a la boca. Esto es una gran vergüenza para nuestra humanidad. Somos parte de una humanidad flagelada en la que hay ochocientos millones de personas que pasan hambre, casi dos mil millones de desnutridos, mil millones de personas sin agua potable suficiente, y dos mil millones sin aguas debidamente tratadas.
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