sábado, 26 de septiembre de 2015

Respetar y amar.


Un hombre tenía muchos deseos de hacer felices a los demás. Le pidió a Dios que le diera algo de su Poder. Dios le dio poder, y el hombre empezó a cambiar la vida de los demás. Pero ni el hombre ni los demás encontraron la felicidad.

Entonces le pidió a Dios que le diera algo de su amor. Dios le dio amor, y el hombre empezó a querer a los demás, y a respetarlos como eran. Y el hombre y los demás descubrieron la felicidad.


Segundo Galilea



Respetar y amar a los otros, aunque ellos no lo hagan. Esta parecía ser la máxima de Martin L. King. Por eso pudo decir: “Pueden hacer lo que quieran…meternos en las cárceles…lanzar bombas contra nuestras casas. Amenazar a nuestros hijos y, por difícil que sea, les amaremos también”.

Martin L. King, porque amaba a la raza humana de cualquier clase y color, soñaba con un mundo donde fuese posible el amor que él tenía. Un mundo donde reinase la fraternidad, donde cada persona respetase el valor y dignidad del otro, donde a base de fe se pudieran transformar los límites de la desesperación. Aquel día será un día glorioso, “los luceros del alba cantarán unidos y los hijos de Dios exultarán de alegría”.

King no dejó dinero, ni comodidades, ni lujos de vida, pero fue un heraldo de paz, de justicia, de amor. Trató siempre de amar a alguien de servirlo como el sabía. Su vida y su lucha no fueron inútiles, ya que se emplearon en querer a los demás “ y en respetarlos como ellos eran”.

“En esto hemos conocido lo que es el Amor: en que El dio su vida por nosotros (1 Jn.3.16).

sábado, 19 de septiembre de 2015

El amor es una sonrisa.

 

Raul Folleau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaba con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre tantos “cadáveres” ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía él también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era – le explicaría después el leproso – su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.”Al verla cada día- comentaba el leproso – sé que todavía vivo”.

No exageraba; vivir es saberse queridos, sentirse queridos. Por eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les querrá jamás. Porque ningún problema es verdadero y totalmente grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.


José L. Martín Descalzo



El amante sigue a su amado a todas partes. En este seguimiento da y recibe la vida un día tras otro y así todos los días. El que ama da todo lo que tiene: besos, dinero, cosas, regalos, tiempo; pero sobre todo, se da a sí mismo.

Cuando cesa la entrega generosa, muere el amor. Entonces surgen las sospechas, los cálculos fríos e interesados, el ver que el otro no tiene razón. Cuando vence el que más argumentos tiene o más voces da, el corazón se puede echar a dormir.

Es imposible dar sin amor. Más temprano o más tarde uno cansa y se cansa. Dar sin amor viene a ser una ofensa. Aún el más necesitado, cuando se le da, sólo exige amor. No mira la limosna, sino que tiene un sentido especial para ver lo que hay dentro de ella.

“Recuerda que te será necesario mucho amor para que los pobres te perdonen el pan que les llevas” (San Vicente de Paul), Será necesario mucho amor para mantenerse vivo y llenar de vida a los otros.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Los prismáticos de Juan XXIII.

 


El pastor anglicano Douglas Walstall visitó en cierta ocasión al papa Juan XXIII y esperaba mantener con él una “profunda” conversación ecuménica. Pero se encontró con que el pontífice de lo que tenía ganas era simplemente de “charlar” y a los pocos minutos, le confesó que allí, en el Vaticano, “se aburría un poco”, sobre todo por las tardes. Las mañanas se las llenaban las audiencias. Pero muchas tardes no sabía muy bien qué hacer. “Allá en Venecia – confesaba el papa – siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. O tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad. ¿Sabe entonces lo que hago? Tomo estos prismáticos – señaló a los que tenía sobre la mesa – y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor”

El pastor Walstall salió seguro de haber recibido la mejor lección ecuménica imaginable, porque acababa de descubrir lo que es una vida dedicada al amor.


José L. Martín Descalzo



Le resultaba fácil a Juan XXIII mirar con los prismáticos y acercarse a todos, porque poseía un gran amor.

El amor acerca a las personas y suprime todo tipo de barreras, lenguas, razas. La visión, para que sea verdadera, tiene que estar conectada con el corazón para poder enfocar bien. El desenfoque puede venir por la distancia. Dios está demasiado lejos y no le vemos, y el hermano está demasiado cerca y lo vemos demasiado. Como quiera, siempre habrá disculpas.

Nos acerca a los otros el corazón, el tener la misericordia del Padre muy dentro de nosotros, ya que todos somos hijos de Dios (Jn 4.7) y por lo tanto debemos ser hermanos. Juan XXIII era todo misericordia. Comprendía el noventa por ciento de las flaquezas de los humanos. Lo que no tenía disculpa a simple vista, se lo dejaba a Dios. Todo lo hacía desde el amor y con amor. Si hablaba, gritaba, miraba y abría la puerta de la Iglesia para los que se sentían extraños, era por su gran bondad y mansedumbre. Pasó haciendo el bien sobre la tierra, sin mirar a quién, sin tener en cuenta ideologías ni creencias. Para los de cerca y para los de lejos fue un padre: El Papa bueno. “El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente.” (Dichos de Luz y Amor, 33). Estas palabras de San Juan de la Cruz, se pueden aplicar muy bien al alma de nuestro Papa. Como era humilde, supo fijarse en los que sufrían de soledad. Como era paciente, sabía vivir el momento presente, dejando para su turno lo que tocase. Como era manso, a su lado brotaba la felicidad. Como era blando y dulce, como su enorme humanidad, en él chocaban todas las iras y los planes de los soberbios.

Al Papa Juan, le resolvían los problemas los cardenales y Dios. El sólo se preocupaba de ser cercano a todos para poder, simplemente, amar.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El amor no tiene precio.


Un turista en la India visitó un leprocomio. Allí vio a una enfermera curando las carnes podridas de un pobre leproso. Asqueado frente a lo que tenía delante le dijo a la enfermera: yo no haría eso que usted está haciendo ni por un millón de pesos. Ella le respondió: Vea usted, ni yo tampoco lo haría por un millón de pesos. Asombrado el turista le preguntó: ¿Cuánto le pagan por hacerlo? La enfermera dibujó una sonrisa de felicidad y como quien no le daba importancia a las palabras le respondió: No me pagan nada, lo hago por amor.


Miguel Limardo


“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15.13). Jesús fue el hombre para el Otro y para los otros. Vivió siempre abierto a los demás. Vino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mt 20.28). No vino a salvar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9.13). Tenía una predilección especial por los niños, los pobres, los despreciados, los enfermos y por la gente sencilla. A los enfermos los curaba, a los muertos los resucitaba. El es el camino, la verdad y la vida (Jn 44.6). Quien cree en El, tendrá vida (Jn 11.25).

Jesús amaba la naturaleza, el viento, el campo, el mar. Y porque amaba todo, era un gran soñador que hacía realidad sus sueños. Quería, y encomendó a sus seguidores creyentes, construir un mundo nuevo de amor, donde las personas se amasen de verdad, hasta dar la vida los unos por los otros (Jn 15.12); donde los más importantes fuesen los enfermos, los pequeños (Mt.20 25,28); donde se de sin esperar nada a cambio (Lc 10.35); donde no exista la venganza, sino el perdón (Mt. 18.21); donde reine Dios (1c 12.30); donde cada uno busque la felicidad de los otros (Mt 5.44).

Quien trabaja por Jesús y su causa, ama, y en su trabajo no busca paga ni salario, ni recompensa. El amor es capaz de todo, porque el verdadero amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, absolutamente todo (1 Cor. 13.7).