sábado, 10 de agosto de 2019


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VIVIR EN GRATUIDAD 


Había una vez un hermoso rosal que crecía en medio de una pradera, junto a una planta de cadillos, fea y sin gracia. A pesar de ser tan hermoso, el rosal no era feliz, y veía con envidia al cadillo, que siempre sonreía e irradiaba una alegría especial. Un día, el rosal no aguantó más y le preguntó al cadillo la razón de su permanente alegría, a lo que éste respondió:
-Soy feliz porque me siento profundamente amado. Se refería al sol y sabía que sin él no podría existir.
Dios es como el sol: da luz y  calor, vida en abundancia.  Dios es Amor; el ser mismo de Dios es Amor. Dios ama con una amor gratuito,  Israel lo experimentó a lo largo de su historia. El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo; su amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; este amor vencerá las peores infidelidades.  Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Único.  Dios nos ama con un amor eterno.
Dios es un padre amoroso que nos ama a cada uno tal como somos. El nos ha regalado el don de la vida. No nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque El es bueno. Su amor es gratuito: nosotros no hemos hecho nada para merecerlo. Nos ama sin esperar nada a cambio. Santa Teresa, llena de gratitud, exclamará: ¡Me amas más de lo que yo me puedo amar ni entiendo! ¿Sin tener que amar amáis, engrandecéis nuestra nada? En nuestra vida tenemos que ir aprendiendo a creer en el amor de Dios, a fiarse de su perdón, a dejarnos se transformar por él.
Jesús nos enseña cómo tenemos que proceder en nuestra vida. Si alguien te invita a una comida de bodas, nos recuerda,  no ocupes el primer lugar; nos pide que no sea motivo de nuestra vida el afán de figurar, de dominar y de hacerse famoso a costa de los demás. El cristiano, pues,  debe amar sin buscar recompensa, porque si ama a los que le aman ¿qué premio merece? ¿no obran así también los incrédulos?  Nuestro amor debe ser gratuito, parecido al de Dios que  hace brillar el sol sobre buenos y malos, y hace caer la lluvia sobre justos y pecadores".
«Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla...» (Mt 10,8-10). Toda la vida de san Francisco de Asís, juventud, la conversión, toda la vida evangélica y misionera, al igual que su vida de oración, están marcadas por la gratuidad. Todos sus actos son muestra de que no va tras la mera búsqueda inmediata de sus intereses.  El sabe que Dios es gratuidad, gracia, plenitud de Vida. Dios no se arrepiente de sus llamadas y sus dones. La encarnación, vida, gestos, enseñanza, muerte y resurrección de Cristo son multiformes e inauditas muestras de tal verdad. Para él todo es don. El Evangelio es la revelación última de la «gracia» de Dios, de la gratuidad de la creación y de la redención. Quien descubre y acoge esta gratuidad del Amor, que salva, se adentra, sin saber cómo, en la alegría.
Y de la gratuidad brota también la libertad. La vida de Francisco invita a toda la humanidad a vivir en gratuidad. Hoy día, en que nuestro mundo impera la eficacia y la rentabilidad necesita vitalmente de testigos de la gratuidad.  La gratuidad representa todo cuanto nunca será mensurable, contable, y rentable. La ternura de Dios, la música, la pintura, las flores, la poesía, el don de sí, la amistad, la benevolencia..., no sirven para nada, en un plano estrictamente «utilitario»; pero sin ellos la tierra se haría inhabitable.
El agradecimiento o la acción de gracias" tan enraizadas en la oración y liturgia de la iglesia, nace del mismo Jesús que andaba siempre diciendo te doy gracias Padre por esto y por lo otro y por lo de más allá", se consolidó con Pablo que empieza o termina muchas de sus cartas "dando Gracias a Dios Padre de nuestro señor Jesucristo" y se ha hecho praxis en la liturgia católica, casi como una obligación.
Cuando la persona vive en la "gratuidad” no hay necesidad de agradecer. Agradece el que reconoce que ha recibido algo que no tenía y esto, en muchas ocasiones,  vincula, ata, y religa a quien nos regala cosas o hechos.
La gratuidad es diferente, y también está presente en la Escritura cuando se nos pide que nos alegremos porque "se nos ha dado un niño, un Hijo", porque Dios está cerca, porque somos amados como carne suya y su heredad, porque Dios se ha hecho carne nuestra para regalarnos su vida que es espíritu, porque nos espera a la puerta de casa (de la muerte) con los brazos abiertos y la fiesta a punto, porque conoce nuestras debilidades, porque cura nuestras heridas…
La gratuidad, (y eso es la salvación), no implica necesariamente agradecimiento. Creo que la respuesta mas acertada es la Alegría. Sí, la alegría, porque uno se da cuenta no de lo que no tenía, sino de lo que tiene y ya es suyo. La alegría es la actitud del que "acoge" el regalo (en este caso el Amor de Dios) y lo integra en su existencia, dé o no de las gracias. Lo que da son frutos, los frutos del convencimiento de que siendo pobre ahora es rico, de que estando lejos ahora está cerca, de que siendo extraño ahora es hijo y heredero de las promesas y como tal, vive y no puede vivir de cualquier manera, sino alegre y felizmente. El agradecimiento se torna así vida y obras y sobre todo felicidad.
Dios quiere que seamos felices. Y tenemos que aprender a ser felices dando y recibiendo, a amar como Dios, gratuitamente, sin esperar ninguna recompensa.