sábado, 24 de diciembre de 2016

El precio de una sonrisa


“Mamá, ¿por qué pones una cara tan bonita en la tele y tan mala en casa?”, preguntó la niña pequeña a su madre, conocida presentadora de programas de televisión.

“Porque en la tele me pagan para sonreír”, contestó con sinceridad espontánea la estrella, cuyo rostro todos conocían.

“¿Y cuánto habría que pagarte para que sonrieras en casa?”, preguntó la niña inocente. Y a la popular estrella se le saltaron las lágrimas.

Carlos G. Vallés

“Quítame el pan, si quieres, quítame el aire, pero no me quites la risa” (Pablo Neruda).

La vida es triste en cualquier parte si la sonrisa no anda de por medio. Es fácil sonreír fuera, en la calle, en la tele. Ya es más difícil sonreír en el trabajo y en casa, porque la alegría brota de dentro. “¿Buscas la alegría en torno a ti mismo y no sabes que ella nace solamente en tu corazón?” (Tagore).

Para que en la familia reine la alegría, tiene que haber amor, entrega y comprensión por parte de todos. Todas las virtudes humanas ayudan, sin duda, a crear un clima de paz y alegría en casa; pero mucho más ayuda la gracia de Dios y el contar con Él en la vida.

La Biblia invita a vivir en la alegría, a alabar al Señor, a gozarse con la Buena Nueva. Quienes ponen su corazón en el Señor, en Él se regocijan. El Espíritu cambia las tristezas en alegrías; ésta es un fruto del Espíritu. A Todos los que se encontraron con Jesús, Juan bautista, Zaqueo…se les llenó el corazón de alegría. Por eso Pablo invita a los primeros cristianos a alegrarse siempre en el Señor, a estar siempre alegres. “La alegría de corazón es un componente necesario y permanente de la vocación y de la elección cristiana” (Pablo VI).

A los primeros cristianos se les inculcaba el ser “hijos de la alegría”. En momento de dificultad, Hermas invita a los fieles a la confianza y a la alegría:

“La persona tranquila hace el bien y lo ama, y evita, en lo posible la melancolía. La persona triste obra siempre el mal…al dejar de orar y alabar al Señor por motivo de melancolía que se aloja en su corazón, esa persona no puede elevarse hacia el trono del Altísimo”.

La alegría puede coexistir con los problemas y el sufrimiento. “He perdido el uso de las piernas, de los brazos, de las manos, he llegado a estar casi ciego y casi mudo: Pero no hay que tener en menos estima lo que aún me queda, que es mucho mejor: siempre tengo todavía la alegría de los otros dones que Dios me ha dado. Tengo, sobre todo la fe” (Giovanni Papini).

“Una sonrisa cuesta poco y produce mucho.
No empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe.
Dura sólo un instante y perdura en el recuerdo eternamente…
Una sonrisa alivia el cansancio, renueva las fuerzas y es consuelo en la tristeza.
Una sonrisa tiene valor desde el comienzo en que se da”
(E. Sáleman)

sábado, 17 de diciembre de 2016

Gracias a la vida.


Un viejo perro cazador famoso y espanto de liebres, se encontró cierto día con una presa tan grande y gorda que, por más esfuerzos que hizo por llevarla a los pies del amo, tuvo que abandonarla en un sendero. Cuando el cazador se enteró de lo ocurrido, maltrató al animal y hasta quiso quitarle la vida. Este exclamó dolorido y con el acento de la más triste amargura:

¿Qué castigas en mí, amo mío? Bien sabes que ni valor ni voluntad me faltan: me faltan fuerzas y dientes, que he perdido en tu servicio como buen perro.

Esopo



“Me faltan fuerzas y dientes, que he perdido en tu servicio como buen perro”. ¡Qué pena! El can era valorado y querido mientras era útil.

Podríamos decir que muchos seres humanos son tratados como animales. Mientras son jóvenes y útiles, todo son halagos y atenciones. Cuando ya no producen, ya son una carga entonces se les abandona.

Las estadísticas nos señalan el aumento de personas mayores en nuestra sociedad. Y lo cierto es que hay como un rechazo social para el anciano, pues nuestra cultura no valora la vida que no produce. Es normal, pues, que muchas personas mayores se sientas solas, postradas y llenas de miedos.

El anciano vive en la inseguridad de no saber que va a ser de él en el futuro. Se mueve entre la angustia y el miedo, sin fuerzas para valerse por sí mismo, al no ser reconocido como útil, se siente inseguro, molesto y quisiera volver al seno materno.

Se dice que Dios se hace niño, joven y anciano. Se acomoda a cada edad. Y es el anciano el que tiene una capacidad especial, desde su soledad, para relativizar todo y quedarse con Dios como el único absoluto, en momentos en que la morada terrena se desmorona y las esperanzas humanas flaquean. Es en esta época cuando muchos se acercan a la salvación de Dios y ofrendan la vida como un continuo agradecimiento al Creador.

Desde esta ofrenda debe vivir el anciano el momento presente, sin tratar de refugiarse en el pasado ni mirar con temor el futuro.” No se angustien por el futuro, cada día tiene su afán” (Mt 6,34). Con esta actitud vivirá el anciano la vida como don de Dios, saboreándola y disfrutándola con tranquilidad y serenidad.

Una vejez que se improvisa, no sirve. La vejez resulta como se prepare y el resultado de lo que hay en el corazón. Por eso conviene llegar con las manos llenas de madurez y buenos frutos, para que no se queden vacías. Hay que fortalecerse cada día, llenarse de equilibrio, progresar en madurez, generosidad y alegría para poder vivir y disfrutar los últimos días en la amistad del Señor y de los demás.

Al atardecer de cada día, de la vida, seremos juzgados en el amor, decía San Juan de la Cruz. Quien ama a un anciano y lo ayuda al flaquear la cabeza, no envejecerá, sino que recogerá los frutos que ha sembrado: disfrutará de la vida en su vejez.

sábado, 3 de diciembre de 2016

¡Amate a ti mismo!




   

Preguntaba un discípulo a su Maestro: “¿Qué he de hacer para amar a mi prójimo?”

“Deja de odiarte a ti mismo”.

El discípulo meditó larga y seriamente estas palabras y regresó a decirle al Maestro: “Pero si yo me amo demasiado a mí mismo…Si soy un egoísta y un egocéntrico… ¿Cómo puedo liberarme de ello?”.

“Se cordial contigo mismo y tu ego quedará satisfecho y te dejará en libertad para amar a tu prójimo”

Anthony de Mello

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19.18). Dios quiere que nos amemos, que nos aceptemos, que nos cuidemos, que tengamos confianza en nosotros mismos. Sólo cuando hay autoestima y amor verdadero a sí mismo, es posible amar al prójimo.

Los padres pueden ayudar mucho a sus hijos potenciando todo lo positivo que hay en ellos, para que así puedan crecer en esa autoestima. Al hablar se ha de cuidar el lenguaje, pues tenemos de nosotros mismos la imagen que los demás nos ofrecen. Si un padre la dice a su hijo: patoso, no sirves para nada, no vales, todo lo haces mal, el niño crecerá con una pobre imagen de sí mismo. Por eso Pablo aconsejará a los Efesios. “ Padres no exasperen a sus hijos, sino fórmenlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor” (Ef,6.4). El rechazo, la culpabilidad y el perfeccionismo, no dejan crecer la buena imagen de uno mismo.

Dios nunca ha rechazado al ser humano, ni lo culpa; al contrario lo perdona siempre: “De tus pecados e iniquidades no me acordaré ya” (Hb 10.17) y lo ama “con amor eterno” (Jr ,31.3). Tanto ha sido el amor de Dios para con los seres humanos que “no envió Dios a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo fuese salvo por Él” (Jn 3.17), Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús “ (Rm 8,1).

La Palabra de Dios puede ayudarnos a desarrollar una buena imagen y a sanar una pobre imagen de nosotros mismos.

“Eres precioso a mis ojos, eres estimado, y Yo te amo” (Is 43.3) “Con amor eterno te he amado” (Jr 31.3).

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos” (1 Jn 3,1.2).

“En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28.39),

“Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4.13).

“El amor todo lo puede. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor 13.7). Dios con su amor puede sanar y cambiar. Uno mismo todo lo puede en Aquel que lo conforta:

“Hay diez cosas fuertes en el mundo:

El hierro es fuerte, pero el fuego lo funde.

El fuego es fuerte, pero el agua lo apaga.

El agua es fuerte, pero las nubes lo evaporan.

Las nubes son fuertes, pero el viento las empuja lejos.

El viento es fuerte, pero las montañas lo frenan.

Las montañas son fuertes, pero el hombre las domina.

El hombre es fuerte, pero el sueño lo vence.

El sueño es fuerte, pero la muerte es más fuerte que el sueño.

El amor es el más fuerte, puesto que dura por siempre” (V.del Mazza).

sábado, 26 de noviembre de 2016

Amar a Dios amar al prójimo.



En el atrio de la basílica del Sagrado Corazón, en Lugano (Suiza) han sido escritas muy oportunamente, estas palabras: “Aquí se entra para amar a Dios y se sale para amar al prójimo”.

Siempre que nos encontramos con Dios, debemos encontrarnos con el prójimo. Son los dos amores de nuestra vida, las dos caras de la misma moneda.

Es imposible amar si no hemos descubierto el amor de Dios. “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1 Jn 4,8).

Con amor eterno y gratuito (Jer 31.3). “Los montes se correrán y las colinas se moverán…, pero mi amor de ti no se apartará” (Is 54,10).

Con un amor tan tierno como el de una madre (Sal 103.13). Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas. Dios no se olvida (Is 49.15).

El siempre toma la iniciativa. “El amor no consiste en que nosotros amamos a Dios sino en el Él nos amó primero” (Jn 15.16).

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5), para que podamos amar a los demás como Él nos ama.

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19.18). Dios quiere que nos amemos a nosotros mismos incondicionalmente, que nos aceptemos como somos y con lo que tenemos.

Incondicionalmente tengo que amar a los otros, sin fijarme para ello en lo que tienen o cómo se comportan, aceptándolos como son, sin pretender cambiarlos. Es el amor el que nos lleva a no desear para los otros lo que no queremos para nosotros y no hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan (Tb 4,5).

“Todo cuanto desean que les hagan los hombre, háganlo ustedes con ellos” (Mt 7.12). Hacer al otro lo que quiero que me hagan, comportarme con él, alegrarme con sus triunfos, al tomarlo en cuenta, lo aprecio y le estoy valorando.

Es cierto que cada persona puede enseñarnos cómo amar. Pero tenemos un maestro que nos amó hasta el final. “Les doy un mandato nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13.34). La novedad de este mandamiento está en cómo amarse. Así, pues, es importante saber como Jesús amó, para amar como Él.

Jesús siente compasión de la gente, se acerca a los pobres y enfermos, extiende su mano, los acompaña en su caminar, dio la vida por todos. “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5.6-8).

“Toma una sonrisa y regálasela a quien nunca la ha tenido.
Toma un rayo de sol, y hazlo volar allí donde reina la noche…
Descubre la vida, y cuéntasela a quien no sabe entenderla.
Toma la esperanza, y vive en su luz.
Toma la bondad, y dásela al que no sabe dar.
Descubre el amor, y hazlo conocer al mundo”
 


(M. Gandhi).

sábado, 19 de noviembre de 2016

La pipa del perdón.





Si te has peleado con tu hermano y te propones matarlo - dijo el jefe de la tribu fijando su mirada en uno del grupo - antes de hacerlo, siéntate, carga tu pipa y tu fuma.

Al final te darás cuenta que la muerte para ese enemigo tuyo es un castigo demasiado grave en relación a lo que te ha hecho, y te propondrás darle una buena paliza.

Luego, carga tu pipa por segunda vez y fuma hasta el fondo. Al final te convencerás que en lugar de tantos golpes podrían ser suficientes unos cuantos reproches. Después de haber cargado tu pipa por tercera vez y de haber acabado de fumar, entonces -concluyó el jefe de la tribu - te convencerás que es mejor que vayas donde tu hermano y le des un abrazo (Leyenda de Madagascar).


“Si te has peleado con tu hermano y te propones matarlo…antes de hacerlo, siéntate, carga tu pipa y fuma” Si nos dejamos llevar por los primeros impulsos, fácilmente cometeremos un error. “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo” (Lv 19,18). Quien no se venga no es un cobarde, al contrario, se necesita mucha valentía para no responder con la misma moneda y ser capaz de detener la espiral de la violencia. Tarde o temprano llega el castigo al que vive en la maldad. “Ya llegará el tiempo en que verás arruinados a los que arruinaron la tierra” (Ap 11.18), pues “el que hiera mortalmente a cualquier ser humano, morirá “ (Lv24,17)

En lugar de la venganza, es mejor acercarse al otro, ir donde el hermano y darle un abrazo. Esto es lo que manda Jesús. “Han oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo les digo: no resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarle la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla, vete con él dos. A quien te pida, dale, y al que desee que le prestes algo, no le vuelvas la espalda” (Mt 5,38-43).

Amar a los amigos es fácil, eso lo hacen también los paganos. Para ser hijos de Dios, hay que amar a los enemigos, orar por los que nos persiguen y ser perfectos como Él, que hace salir el sol sobre malos y buenos (MT. 5.44-48).

A la violencia se la vence con la no violencia, no con la fuerza bruta. San Pablo nos enseña cómo tratar al que nos ha ofendido. “Bendigan a los que les persiguen, no maldigan…Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos….antes al contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber…No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,14-21).

No es fácil vencer el mal con el bien; sólo los que se apoyan en Jesús y cuentan con la gracia de Dios, pueden hacerlo. Pero todos estamos convencidos de que es la única forma de acabar con la violencia. “Al enemigo se le puede destruir de dos maneras, una es matándolo y la otra es haciéndolo amigo” (Abraham Lincoln).

¿Quién iba a decir que un hombre tan pequeño como Ghandi no usando la violencia, sería capaz de doblegar al imperio Británico?

El tiempo de Adviento es un tiempo propicio para practicar el perdón y prepararse para la Navidad.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Necesito creer.




    Juan de Dios Peza narra el caso de un famoso cómico inglés. Hacía reír a todos los Lores de Inglaterra. Si alguien estaba triste, iba a ver a Garrik. Un médico famoso aconsejó a un desconsolado y angustiado paciente que visitase a Garrik. “Doctor, cámbieme la receta, objetó el enfermo: yo soy Garrik”.

    La gente sufre de tristeza, angustia, depresión. La receta de muchos es decir a las personas que se diviertan, que se olviden y se desentiendan del problema. Aunque no está mal el descanso y la sana diversión, desgraciadamente, éstos no sanan la raíz del mal, simplemente distraen momentáneamente. Es cierto que necesitamos los profesionales: médicos, psicólogos, todos aquellos que nos puedan consolar en momentos difíciles, pero necesitamos, sobre todo a Dios.

   Sólo el amor sana, solo el amor salva. Y “Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único: no para condenar al mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 3, 16-17).

   Hay, pues, solución para todos: Jesús. Él es el médico y la medicina al mismo tiempo, es “Dios con nosotros”, el Salvador. El mismo invita a todos los que están cansados y agobiados por la vida para que acudan a Él.

   Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo. El pecado engendra la muerte y es la raíz de muchos males, divisiones, enfermedades. Él ha cargado con nuestros pecados y quiere sanarnos totalmente, para que tengamos plenitud de vida.

   Cristo venció la muerte, el pecado. Él es la única solución y salvación para el mundo. “No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvados” (Hch 4,12). Pablo, que sabía del poder de la muerte, del imperio de Satanás, de la tendencia de la carne, se expresa así: “Nosotros estábamos muertos a causa de nuestros delitos y pecados…Pero, Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo…y con Él nos resucitó” (Ef 2, 1-6).

   Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Y el que dio la vista a los ciegos e hizo andar a los paralíticos, sigue llenando de consuelo, alegría, vida y esperanza a todos aquellos que creen y acuden a Él “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo” (Rm 10,9).

“Necesito creer que existe algo
que dé a mi vida razón para luchar,
que me inspire a sentir que yo sí valgo algo,
que mi esperanza no me puede fallar…
Y creo en Ti, Señor del universo,
Tú, que has sido tan bueno para mí
No me defraudes, no me seas adverso
Porque yo, sobre todo, creo en Ti…(Tagore).

sábado, 5 de noviembre de 2016

Mirar una flor.






   Principito es como la flor. Si amas a una flor es agradable mirar el cielo por las noches. Todas las estrellas estarán florecidas. Es como el agua. Por las noches tú mirarás las estrellas. Y yo estaré en una de ellas y tú no sabrás en cual, por eso te gustará mirar a todas. Y yo reiré para ti.
Serás como el agua;  ese será mi regalo, porque tú tendrás deseos de reír conmigo, siempre seremos amigos.
 Y cuando alguien te vea riéndote cara a las estrellas, creerán que estás loco. Pero los niños entenderán. Y yo también las miraré, serán como fuentes que nos den de beber, será muy agradable.
Pero ahora déjame ir…Mi rosa… ¿Sabes? Soy responsable de mi flor (El Principito).

“Si amas una flor es agradable mirar al cielo por las noches”. Si se ama la naturaleza, el agua, la arena, el mar, el sol, la luna, las estrellas, todo nos hablará de Dios y de las personas que amamos.
La naturaleza es bella en sí misma, el agua cristalina, el trino de cualquier ave, la flor del monte, el desierto, todo absolutamente todo es bello cuando hay unos ojos humanos capaces de descubrir la hermosura. La tierra es nuestra madre y debemos amarla y respetarla como a un ser querido, tratarla con la misma dulzura de alguien que estimamos.
 Hay que educar a los niños en este amor a todo lo creado. Esta era la obsesión de B. Powell. “Si fuera rey de Francia no permitiría a ningún niño de menos de doce años-cita a Alejandro Dumas- entrar en la ciudad. Comprenderían tanto los ruídos como los silencios de la noche, tendrían la mejor de las religiones, la que Dios mismo revela en el espectáculo mágico de sus milagros diarios”.
 Hay que enseñar al niño de la ciudad, que por encima del techo del cine, brillan las estrellas. ¿Cómo comprender las maravillas de la naturaleza y su mensaje?
 Muy sencillo. “Abandonando la ciudad y saliendo al campo, a los bosques, aspirando el perfume de las flores, escuchando la música de los arroyos y de los pájaros y la brisa, familiarizándose con los animales y sus costumbres, hasta sentirse un camarada de ellos” (B.Powell).
Necesitamos ojos puros, serenos, oídos limpios, atentos, para poder descubrir la belleza de la naturaleza y adorar a su Creador. Los santos descubrieron la huella de Dios en los “bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado”. Así cantó San Juan de la Cruz:

“Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura”

https://www.youtube.com/watch?v=4Ar5JQebtW4

sábado, 29 de octubre de 2016

Abrirse a Dios.




   Un sabio japonés, conocido por la sabiduría de sus doctrinas, recibió la visita de un profesor universitario que había ido a verlo para preguntarle sobre su pensamiento.
  El sabio sirvió el té, llenó la taza de su huésped y después continuó echando, con expresión serena y sonriente.
  El profesor miró desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción tan contraria a las normas de la buena crianza; pero, a un cierto punto, no pudo contenerse más.
 “¡Está llena! ¡Ya no cabe más!”
“Como esta taza, dijo el sabio imperturbable, tú estás lleno de tu cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y complejas. ¿Cómo puedo hablarte de mí doctrina, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?” (Cuento japonés).

   “¡Está llena! ¡Ya no cabe más!”
 Como la taza, así estaba lleno el sabio de cultura, opiniones…La doctrina sólo es comprensible a los que se vacían, a los abiertos de corazón.
Solamente los sencillos, los vacíos de todo y abiertos al Todo pueden comprender a Dios, y aceptarlo como su tesoro. Para que Dios pueda penetrar en la mente y el corazón del ser humano, necesita éste tres actitudes fundamentales: humildad de corazón, escucharlo y dejar que Él actúe.
La humildad de corazón es una actitud indispensable para que Dios pueda entrar en el corazón humano. “Dios resiste a los soberbios, y a los humildes, en cambio, les da su gracia” (St, 4,6). La persona que abre su ser al Señor, lo reconoce como único dueño y dador de vida, fuente de todo lo bueno, santo y perfecto. Es el Dios que obra conforme a su beneplácito (Fl 2,13).
Dios es el Dios de los humildes. Sólo los humildes pueden llegar hasta Él en actitud de escucha. “Escuche quien quiera escuchar” (Ex 3,27). “Quien tenga oídos entienda” (Mt 13,9).
Dios nos habla de mil modos y maneras, pero nos habla, sobre todo, y una vez por todas, en Cristo. “Este es mi Hijo predilecto, en el cual me complazco. Escúchenlo” (Mt 17,5). Escuchar es estar bien alerta, atentos y despiertos.
 Dejar ser a Dios, dejarle actuar. Cada cristiano debe dejar que Dios se manifieste libremente, que Él sea lo que es: Luz, Fuerza, Salvación…Dios es el primero que toma la iniciativa en la historia de la salvación y Él es el que la realiza. Él es el principal agente y el principal amante. Dios se entrega del todo y quisiera que el ser humano dejase paso a su obra, que colaborara con Él. El papel de la criatura es dejar paso al Creador.
 La Virgen María representa el modelo perfecto de la persona abierta siempre a Dios, dispuesta a que Él haga su voluntad. Ella es la oyente de la Palabra. Está siempre pronta a la escucha y atenta al mensaje que se le da. “Hágase en mí según su palabra” (Lc 1,38), es su respuesta. Y la Palabra se hizo carne en sus entrañas. María acogió a Dios y le dejó que Él actuara, que fuera Él mismo.
  Cristo está a la puerta de cada corazón humano y llama (Ap 3,20) para que se le abra y Él pueda actuar como salvador.