sábado, 24 de septiembre de 2016

Tuyo es el cielo


Un hombre mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en su corral. Allí aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como éstos. Un día, un naturalista le preguntó al propietario por qué un águila tenía que permanecer encerrada en el corral con los pollos.

Como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido a volar, respondió el propietario. Se conduce como los pollos.

Sin embargo, insistió el naturalista, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar.

Los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista la cogió en sus brazos suavemente y le dijo: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela”.

El águila sin embargo, estaba confusa; no sabía qué era y, al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.

Sin desanimarse, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le animó diciéndole: “Eres un águila. Abre las alas y vuela”. Pero el águila tenía miedo y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos.

El naturalista el tercer día, sacó el águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y le animó diciendo: “Eres un águila. Eres un águila. Abre las alas y vuela”.

El águila miró alrededor, pero siguió sin volar. Entonces, el naturalista la levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y, finalmente con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo.

Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.

James Aggrey




“Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela”. Era la primera vez que oía estas palabras aquel aguilucho que toda la vida había vivido como un pollo. El tenía corazón y alas de águila, pero no lo sabía, porque desde pequeño había vivido como pollo y nadie le había infundido corazón de águila. Hasta que un día llegó alguien que le animó a volar y …todo resultó fácil.

El cristiano es ciudadano del cielo. Tiene corazón de cielo, pero muchas veces se ha acostumbrado a las cosas de la tierra. Tanto se le ha pegado el polvo del camino, que se ha olvidado de que existe otra patria, la definitiva. Por eso necesita de alguien que le ayude a educar el corazón, para que éste pueda amar y dejarse guiar por la luz divina.

“Siempre ande deseando a Dios y aficionando a El su corazón”, decía San Juan de la Cruz. Del deseo brota el amor, y según sea el amor, así crecerá el cuidado y la dedicación por lo que se ama. Y si se busca y se ama a Dios, todas las otras necesidades pasarán a un segundo plano. Para amar a Dios se necesita dejar a un lado lo que va en contra de ese amor, pues “los bienes inmensos de Dios no caben ni caen sino en corazón vacío y solitario” (San Juan de la Cruz, Carta a Leonor de San Gabriel, de 8 de Julio de 1589).

“Tú perteneces al cielo, no a la tierra.” Abre tu corazón al señor y vuela. Todos hemos sido creados para volar, para dar un salto más alto, más bajo, con más o menos miedo, porque se nos ha dado un corazón para volar.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Doña Anita y su billete.



Un día al ir a pagar sus verduras, doña Anita notó que le faltaba el billete de 5.000 pesetas de su pensión. Por más que buscó no pudo encontrar su billete, por lo que en la cabina del ascensor puso una tarjetita en que anunciaba que si alguien había encontrado un billete de 5.000 pesetas que hiciera el favor de devolvérselo.

Fue a misa, pero no podía orar. Cuando el sacerdote comenzó el “Yo pecador” se acordó de la viuda alegre, su vecina, que acababa de estrenar un bolso de cuero. ¡Ahí estaban sus 5.000 pesetas! Mientras leía el Evangelio se acordó de las dos jóvenes del tercero, de vida muy licenciosa y recordó que aquella noche habían llegado más tarde que de costumbre. Al recitar el ofertorio vino a su mente el carnicero comunista su vecino del segundo. ¡En qué habría invertido el comunista ese dinero! En la consagración le tocó el turno a D. Fernando y hasta el final de la misa fueron desfilando todos sus vecinos como posibles apropiadores de su dinero.

Sólo cuando al regreso, al entrar en su piso tropezó doña Anita, y, al caérsele el misal, salieron de él doce estampas y un billete de 5.000 pesetas se dio cuenta de su necedad.

Y cuando se disponía a salir a hacer sus compras llamó a su puerta la viuda alegre que la víspera había encontrado un billete de 5.000 pesetas en el ascensor. Cuando ella se fue llamaron las dos chicas del tercero que también habían encontrado en la escalera 5.000 pesetas. Luego fue el carnicero con cinco billetes de mil que se había encontrado. Después D. Fernando y una docena más de vecinos más, porque - ¡hay que ver qué casualidades! – todas habían encontrado billetes de 5.000 pesetas en la escalera.

Y mientras doña Anita lloraba de alegría, se dio cuenta de que el mundo era hermoso y la gente era buena, y que era ella quien ensuciaba el mundo con sus sucios temores.


José Luis Martín Descalzo



Pocas cosas tenía doña Anita. Lo único que amaba y poseía de verdad era su adorado marido que a los cuatro días de casada le había dejado viuda. Toda la fortuna que heredó de su Paco fue: una fotografía, unas sábanas de seda y 5.105 pesetas.

Doña Anita era buena, a nadie hacía mal. Su camino era de la iglesia a casa y de casa al mercado. Poco podía ayudar a los otros, pero siempre se compadecía de los más pobres, de aquellos a quienes no les llovía ningún tipo de pensión. Cuando se juntaba con otras mujeres no criticaba más de lo corriente, incluso ella siempre sabía desviar la conversación con gran astucia y habilidad, para no herir, para no faltar, para no pensar mal de los demás. Pero un día le llegó la prueba.

Cuando llegó aquel día fatal en que perdió toda su fortuna del mes, se dio cuenta de que en aquel billete que había perdido estaba toda su vida. ¿Quién la iba a alimentar si ella no tenía a nadie y nunca había pedido una peseta? Y el cielo se le volvió tierra y todo su egoísmo salió fuera. Tan buenecita que parecía, se convirtió en auténtica leona cuando la arrancan los cachorros. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo malos que eran sus vecinos: comunistas, adúlteros…Y los pensamientos envenenaron su corazón. ¡Qué bien le hubiera venido a doña Anita poner en práctica este proverbio chino!

Tu no puedes impedir a los pájaros de la melancolía que vuelen sobre tu cabeza, pero sí que hagan sus nidos en tus cabellos”.

Las aves del dinero se adueñaron de la buena voluntad de doña Anita y minaron la bondad de su joven corazón. Solamente la bondad de quienes fueron juzgados malvados por ella en su momento de angustia la hicieron darse cuenta de que la gente era buena y que era ella quien la ensuciaba con sus sucios pensamientos.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Esperaba porque creía.


Sucedió en un pequeño y viejo pueblo presidido por un castillo. Nadie se acordaba de él.

Pero un día llegó un mensaje del rey informándoles que había recibido noticias de que Dios en persona iba a venir al país y que probablemente pasaría por ese pueblo.
Esto trastornó de entusiasmo a las autoridades que mandaron reparar las calles, limpiar las fachadas, construir arcos triunfales, llenar de colgaduras los balcones. Y, sobre todo, nombraron centinela al más noble habitante de la aldea con la misión de vigilar desde lo alto del castillo para avisar a los pobladores de la llegada de Dios.
El centinela se pasaba las horas vigilando. Pero fueron pasando los días y Dios no hacía acto de presencia. Los habitantes volvieron a la acostumbrada monotonía y muchos abandonaron el pueblo en busca de tierras más prósperas. Hasta el centinela dormía ya tranquilo, pero seguía firme en su puesto.
Un día se dio cuenta de que, con el paso de los años, se había vuelto viejo y que la muerte estaba acercándose. Y no pudo evitar que de su garganta; saliera una especie de grito “Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle”
Justamente en ese momento oyó una voz muy tierna a sus espaldas Una voz que decía ¿Pero es que no me conoces?-Entonces el centinela aunque no veía a nadie, estallo de alegría y dijo:” ¡Oh, ya estás aquí! ¿por qué me has hecho esperar tanto? Y ¿por dónde has vendido que no te he visto?” Y, aún con mayor dulzura, la voz respondió: “siempre he estado cerda de ti, a tu lado, más aún: dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo los que me esperan pueden verme”
El alma del centinela se llenó de alegría. Y viejo y casi muerto, volvió a abrir los ojos y se quedó mirando, amorosamente, al horizonte. (Resumen)
José Luis Martín Descalzo
Por la fe descubrimos a Dios en la hermosura del mundo, en la alegría de la creación y aún en el medio de la espera y el dolor. San Juan de la Cruz lo ha cantado poéticamente en las canciones cuarta y quinta de su Cántico Espiritual:
¡Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras
de flores esmaltado
decid si por vosotros ha pasado!

Mis gracias derramando
pasó por estos sotos con presura
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.

Giovanni Papini escribe en su libreo: La felicidad del infeliz:
 

 “He perdido el uso de las piernas, de los brazos, de las manos, he llegado a estar casi ciego y casi mudo. Pero no hay que tener en menos estima lo que aún me queda que es mucho y mejor: siempre tengo todavía la alegría de los otros dones que Dios me ha dado. Tengo, sobre todo, la fe”
Sólo los que esperan al Señor, como el centinela, pueden verlo. Sólo los que se mantienen vestidos de fe, podrán llenarse de alegría y abrir sus ojos al horizonte, donde todo sabrá a mensaje del amado.
“Pero cuando venga e Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc. 18.8).

sábado, 3 de septiembre de 2016

¡Dense la paz!.




Un escritor polaco ha escrito en un semanario católico de su país (enero 1984) una especia de parábola. La escena pasa en una carnicería, donde bastantes personas forman cola para su compra. Poco a poco, a medida que pasa el tiempo y las existencias de carne se van gastando y se ve que no van a alcanzar para todos, la relación entre las personas se hace agria, afloran los nervios y también la agresividad. En el momento de mayor tirantez y lucha por conseguir lo que queda, suena la voz de uno de ellos que dice con autoridad: “daos fraternalmente la paz”. Hay un momento de sorpresa e indecisión. Pero pronto produce efecto la sugerencia y vuelve la paz….

Miguel Limardo

A veces declaramos la guerra, peleamos, por conseguir la paz. Gritamos e insultamos, para que nos dejen en paz. Necesitamos la paz; no podemos vivir sin ella.

Dios es un Dios de paz. Quien confía en él, vivirá y descansará en su paz. Donde llega el “príncipe de la paz” habrá una paz sin fin (Is. 9.6). La paz la regala Dios a sus hijos a sus amigos; es fruto del Espíritu (Gál.5.22) Pero como todo don de Dios exige, la cooperación humana.

En medio de un mundo dividido, el cristiano tiene que ser fermento de unidad y de paz. El gesto que se da en la misa de alargar la mano al que está a nuestro lado, sea niño, anciano, joven, gente de cualquier clase y color, debe ser un compromiso que nazca de una fe viva.

Dios no reina sino en el alma pacífica y desinteresada, decía San Juan de la Cruz. Dios no vive sino en un mundo que ha conseguido la paz a base de la entrega y el amor; en un mundo desarmado no sólo de bombas, sino de odios.

“El corazón de la paz es la paz de los corazones” (Juan Pablo II) Si hay paz en los corazones, también la habrá en cada hogar y en cada pueblo. Se nos invita a “darnos la paz”, a ser constructores de una convivencia pacífica.

“Consigue la paz interior y una multitud de hombres encontrarán la salvación junto a ti” (Oscar Wilde)

Es la hora./la tuya,/la mía,/la del oro,/la del hierro./Es hora de la paz

Es la hora,/ y huele a pólvora,/ a envidias,/ a rencores/ a celos.

Ha estallado la guerra ya.

Es la hora./La tuya,/la mía,/La historia/nos juzgará.