miércoles, 29 de marzo de 2017

Eligió el amor


Jesús es vida y salva y libera de angustias y miedos, dando “vida y vida plena” (Jn 10,10). Jesús da fuerza, con Él todo es posible. Mientras va camino al Calvario, se compadece de las mujeres que le lloran y de sus hijos (Lc 23,28); en la cruz, se preocupa del malhechor crucificado junto a Él (Lc 23,43) y de su madre que va a quedar sola (Jn 19,26-27); clavado en la cruz, ora para que no se pierdan aquellos que lo están crucificando (Lc 23,34).

Cuando le llega la hora de la muerte, siente angustia, terror, ansiedad y espanto. Se muere de tristeza (Mc 14,34), “suda sangre” (Lc 22,44). Jesús quiere vivir, no morir y sufrir: “Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago” (Mt 26,39). La cruz y el sufrimiento de Jesús provienen de su opción por servir. Si Jesús acepta la cruz no es por gusto, sino porque no quiere negarse a sí mismo ni negar al Padre que ama. “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mt 26,39). D. Bonhöffer ha llamado la atención sobre el hecho de que Jesús, según los anuncios de la pasión, tiene que padecer y ser rechazado (Mc 8,31). Rechazo que añade algo nuevo al sufrimiento pues “el hecho de ser rechazado quita al sufrimiento toda dignidad y todo honor”.

Se siente abandonado del Padre. Entonces brota de su interior un grito desgarrador, de súplica ardiente de liberación, es el grito angustioso de quien se siente morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Está solo y sin ningún apoyo. Le queda sólo un madero, no como sostén, sino como instrumento de tortura. Pero hay otro grito final que expresa su fe inquebrantable y la confianza radical en su Padre: “Padre, en tus manos pongo mis espíritu” (Lc 23,46).

La cruz de Cristo indica el camino que debe seguir el cristiano en la lucha contra el pecado para instaurar el Reino de Dios. Están íntimamente relacionadas la gracia de la salvación de Cristo y la tarea humana. La lucha por un mundo mejor reviste forma de cruz animada por la esperanza cristiana de resucitar como Jesús. La cruz y el Crucificado son presentados por Pablo no como sufrimiento que hay que soportar con paciencia, sino como “fuerza y sabiduría de Dios” (1 Co 1,23-25). Muerte de cruz y resurrección forman una unidad inseparable: el Resucitado es el Crucificado. Es esencial al Resucitado el escándalo de la cruz (Gá 5,11).

La muerte de Cristo fue aparentemente un “fracaso”. Igualmente tenemos hoy muchas cruces y muertes que son “fracasos”... Sin embargo, sigue siendo necesario que el cristiano pase por el mismo trance que pasó Jesús, pues “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).

Dios no está al lado de Jesús para enviarle pruebas, sino sufriendo con él y preparando su resurrección definitiva. Esta visión de la cruz cristiana podría transformar la actitud de no pocos cristianos ante el sufrimiento. Amar a los hombres significa conocer sus necesidades y sufrir sus penas” (M. Buber).

Lo más grande del ser humano es su capacidad de elección. Dios lo ha hecho así: libre. Libre con todas sus limitaciones, pero libre, al fin, para poder elegir la felicidad o la desgracia, el cielo o el infierno, la vida o la muerte, el bien o el mal. Dice Dios en el Deuteronomio: Te pongo delante la vida y el bien (Dt 30,15). Elige.

Jesús eligió el amor, el dar la vida. Él, a pesar de su condición divina, no consideró una presa hacerse semejante a los hombres y, hecho hombre, se anonadó y se hizo esclavo, aceptando morir como esclavo en la cruz (Flp 2,6-8). Dios se ha hecho hombre y se ha revelado pobre, se deja derrotar y crucificar.

sábado, 25 de marzo de 2017

Confiar en Dios


Un hombre que caminaba por un campo se encontró casualmente con un tigre. Se puso a correr, y el animal estaba a su calcañal, sin darle oportunidad alguna de refugio.

Cuando llegó a un precipicio, no le quedó otra alternativa que aferrarse a las raíces de un arbolito y dejarse colgar de la parte del abismo. El tigre lo olfateaba desde lo alto. Temblando, el hombre miró hacia abajo, en busca de una extrema vía de escape: pero en el fondo del abismo, otro tigre lo esperaba para devorarlo. Solamente el arbolito lo sostenía separándolo de la muerte segura aún sin ofrecerle alternativa.

Pero he aquí que dos topos, uno blanco y otro negro, se acercaron y empezaron a roer poco a poco la raíz. El hombre miró alrededor, ya sin esperanza de encontrar salvación: y he aquí que, descubre cerca de él una hermosa fresa. Agarrándose al arbolito con una sola mano, con la otra arrancó la fresa: ¡Cómo estaba dulce! (Cuento japonés).


Cuando aparentemente no hay salvación de ninguna clase y se hunden todas las seguridades humanas, la fe es nuestra tabla de salvación. Por la fe confiamos y nos abandonamos totalmente en manos del Dios de Abraham y Moisés, quienes se fiaron de las promesas de Señor.

Sólo las personas de fe pueden realizar empresas grandes y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. “El que cree, dice Kierkegaard, es el único que conserva una eterna juventud”. Estas energías las necesita el creyente cuando debe caminar en oscuridad venciendo grandes pruebas y creyendo contra toda esperanza.

En la noche, se necesita una gran fe “pura y desnuda”, de la que habla San Juan de la Cruz, para seguir confiando en el Dios que queda mudo ante los males del mundo y ante la dramática situación que experimenta la persona. Solamente la memoria salvífica del pasado y la esperanza en el Dios fiel, clemente y misericordioso, mantienen al creyente vivo en este tiempo de silencio y soledad.

Una de las preocupaciones del ser humano que más le inquietan, es lo relacionado con el mañana. Después de la segunda guerra mundial, los aliados reunieron a muchos niños huérfanos y los colocaron en grandes campos. A pesar de que los cuidaban y alimentaban, los pequeños no dormían bien. Se sentían temerosos.

A un psicólogo se le ocurrió la idea de dar a cada uno una rebanada de pan, para que al dormirse, la tuvieran en la mano. Este pedazo de pan le producía al niño sentimientos de seguridad y tranquilidad, ya que tenía algo para comer al día siguiente.

En los momentos de dificultad, de persecución, enfermedad, muerte de un ser querido, no hay que perder la cabeza, sino confiar en el Señor que cuida de las aves y de las flores del campo. El Señor se preocupa de nosotros, es nuestro Pastor. El suplirá todo lo que nos falta. Dios provee constantemente todo lo que necesitamos, inclusive “la fresa” a su debido tiempo.

sábado, 18 de marzo de 2017

Cantar y alabar al Señor



Un día, un santo se detuvo en medio de nosotros. Mi madre lo vio en el patio, mientras hacía volteretas para divertir a los muchachos.

“Ah, éste es verdaderamente un santo, me dijo. Vete donde él”

Él me puso una mano sobre la espalda y me preguntó: “Mi estimado ¿qué quieres hacer?” “No lo sé”, le respondí. “¿Qué quieres que yo haga?” “No. Debes ser tú quien me diga qué cosa quisieras hacer”, “¡Oh! A mí me gusta jugar”. “Y entonces, ¿quieres jugar con el Señor?”

No supe que responder. Entonces el santo añadió: “Si tú logras jugar con el Señor, harás la cosa más bella que se pueda hacer. Todos toman a Dios totalmente en serio hasta el punto de hacerlo fastidioso… Juega con Dios, hijito, Es un compañero de juegos incomparable” (J. Rumi).

“Todos toman a Dios totalmente en serio hasta el punto de hacerlo fastidioso…”

Cuando leí esta frase me vino a la mente la celebración de algunas misas o eucaristías. Muchos se aburren o se duermen soberanamente, porque los organizadores o actores se han tomado a “Dios demasiado en serio”, o mejor, demasiado a la ligera. Así no hay vida en la palabra, en los silencios, en los símbolos y en los cantos.

La Misa es el Sacramento de la Pascua del Señor, es una confesión de la resurrección de Cristo. Toda misa, pues, debe ser una celebración gozosa. Donde hay gozo, hay canto, porque éste es la expresión natural del gozo. Los primeros cristianos “partían el pan con alegría” (Hch 2,46). Si alguno está alegre, entone un cántico” (St 5,13). Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida del Señor, que canten todos juntos con salmos, himnos y cantos espirituales (Col 3.16). el cantar es propio del enamorado; y viene de tiempos antiguos el famoso proverbio: “Quien bien canta, dos veces ora” (San Agustín).

San Ambrosio, al escuchar la voz canora del pueblo, la parangonaba a la voz del mar, cuyo basto murmullo es como un eco de los cantos de la asamblea cristiana, al mismo tiempo que los fieles, al repetir los cánticos sagrados, parecen recordar el armonioso fragor de las olas. El cántico sagrado “es una bendición de todo el pueblo, alabanza de Dios, honor de la plebe santa, universal consenso…Detiene la aspereza, hace olvidar los afanes, olvidar la tristeza…Canta la voz para alegrarse, en tanto que la mente se adiestra en la profundización de la fe” (San Ambrosio).

El canto nos ayuda a orar, enriquece de mayor solemnidad los ritos sagrados. El canto es, pues, parte integral de la liturgia y nos sirve para que algunos ritos alcancen todo su sentido y plenitud.

Los compositores cristianos deben sentirse llamados a cultivar la música sacra y a acrecentar su tesoro. Ellos tienen que componer para grandes coros, para coros modestos y fomentar la participación de los fieles. Se hace necesaria una gran motivación a las distintas comunidades para que los fieles lleguen a sentir la necesidad de cantar las partes que les corresponde.

Un día, se me acercó un cristiano después de misa y me dijo: “Para que una misa resulte viva y atrayente, se necesita cuidar dos cosas: la homilía y la música”. No le faltaba razón al buen hombre, yo añadiría la principal: para que una misa resulte viva y comprometida, solo se necesita fe, todo lo demás ayuda mucho. La misa, la eucaristía, es entre otras cosas una acción de gracias, y cuando damos gracias a Dios lo podemos hacer alabándolo y con cantos.

sábado, 11 de marzo de 2017

Nueva tierra.


Una mujer se acercó a la fuente, un pequeño espejo trémulo, limpiadísimo, entre los árboles del bosque. Mientras sumergía el ánfora para tomar, descubrió en el agua un grueso fruto rosado, tan hermoso que parecía decir: “¡Tómame!”.

Alargó el brazo para cogerlo, pero aquel desapareció, y apareció sólo cuando la mujer retiró la mano del agua. Así por dos o tres veces.

Entonces la mujer se puso a sacar agua para agotar la fuente. Trabajó mucho, sin quitar la vista al fruto misterioso; pero cuando sacó toda el agua, se dio cuenta que el fruto ya no estaba.

Desilusionada por aquel encantamiento, estaba por marcharse, cuando oyó una voz entre los árboles (era el Pajarito Belvedere, aquel que ve siempre todo): “¿Por qué buscas abajo? El fruto está allá arriba…”

La mujer levantó los ojos y, colgado a una rama sobre la fuente, descubrió el bellísimo fruto, del cual había visto en el agua sólo el reflejo (Cuento de la isla de Zanzibar).


¿No nos sucede un poco así a todos nosotros, cuando buscamos en la tierra, o incluso en el pozo aquel bien que está en lo alto?

Muchos de los seres humanos buscan solo tierra, bienes caducos. Ven el fruto del cielo reflejado en otras aguas, quieren alargar la mano, pero no pueden conseguir nada. Buscan en lugares donde no pueden encontrar el anhelo profundo de su alma. Les resulta muy difícil buscar los bienes de arriba, encontrarse con Jesucristo, su reino y promesas, si no hay personas que les orienten hacia dónde deben mirar y les ayuden a descubrir la Buena Nueva. Necesitamos muchos evangelizadores que vivan lo que proclaman y cumplan el mandato de Jesús, siguiendo los mismos pasos trazados por el Maestro.

El Papa Juan Pablo II decía a los Obispos del Celam reunidos en Santo Domingo el 12 de octubre de 1984: “El próximo centenario del descubrimiento y la primera evangelización de América nos convoca, pues, a una Nueva Evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor -como la de los orígenes- un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación profunda de la colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre para generar desde el seno de América Latina un gran futuro de esperanza”.

La Nueva Evangelización necesita nuevos santos, nuevo ardor, nuevos métodos, pero que han de beber en la única fuente: la del Maestro, vivir en actitud de conversión y seguir el ejemplo de la Iglesia primitiva.

Jesús, cuando habla del Reino, invita a los oyentes a encontrarse con Dios para así poder convertirse en instrumentos y testigos del amor de Dios para otros.

sábado, 4 de marzo de 2017

SI CREES, LO LOGRARÁS.


Hay una leyenda de Benevento que nos habla de dos jóvenes atrevidos y crueles que se encontraron casualmente con un individuo de aspecto miserable, y, creyéndolo idiota, quisieron burlarse de él.

Después de haberlo molestado en varias formas, sin que el otro se mostrase de ningún modo ofendido, lo condujeron a la cima de una torre y le dijeron: “Tírate, no te harás ningún daño”.

Este, creyendo con simplicidad a sus palabras se lanzó abajo y voló como un pájaro, y tocó el suelo ileso.

Sus torturadores pensaron que se trataba de un golpe de suerte, y quisieron probar de nuevo. Lo llevaron a la orilla de un lago, “Allá abajo en el fondo del lago, hay una perla preciosa” le dijeron. “Tú puedes sumergirte y cogerla para ti”.

El simplón se tiró enseguida, y no tardó en salir con una perla en la mano. Entonces aquéllos dos empezaron a sospechar que aquel pobre diablo fuese un hombre de Dios.

“Perdónanos”, le dijeron, “nos hemos burlado de ti. Pero por favor, revélanos el secreto de tu doctrina”.

“Yo no tengo doctrinas secretas” respondió el otro. “si no que creía tan firmemente en aquello que me decían, que no tenía duda de poder hacerlo. Pero ahora, sabiendo que querían engañarme, me siento todo confundido. Jamás tendré otra vez el atrevimiento de hacer aquello que he hecho”.


El hombre que ignora la duda y la desconfianza, puede mover las montañas y atravesar el universo sin encontrar obstáculo.

Es una leyenda tonta, pero la enseñanza es clara. La fe mueve montañas y conduce a encontrar el tesoro escondido. Por la fe conocemos a Dios y que el mundo ha sido creado por Él, de quien “proceden todas las cosas”.

La fe es condición indispensable para entrar en el reino. “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, no es un programa para cuaresma, sino para toda la vida.

Sólo la fe realiza milagros. Jesús no hizo muchos milagros precisamente, por falta de fe. El mismo Jesús les pregunta a los ciegos: “¿Creen que puedo hacer esto?” Le dijeron: “Sí Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Hágase en vosotros según su fe”. Es la fe en Jesús la que sana, salva, levanta y perdona. Nada imposible resulta para el que cree e invoca el poder de Jesús. A los discípulos les asegura que si tuvieran fe como un grano de mostaza, moverían montañas y nada les resultaría imposible.

La fe es un acto de toda la persona que se abandona a su creador. La voluntad de Dios es que crean en el que El ha enviado.

La fe se contagia. Es una gracia encontrarse en la vida con gente de fe, que confían en Dios, en los demás y en ellos mismos. Para el que cree todo es posible.