sábado, 30 de agosto de 2014

El Dios ignorado


   Hay una vieja leyenda eslava que cuenta la historia de un monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol.

   El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente.

   Pero a mitad de camino, se encontró a un herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin detenerse, le explicó que no podía parase, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que atardeciese. Le prometió que volvería en cuanto atendiese a Dios. Y continuó su precipitada marcha.

   Horas más arde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña y desde allí sus ojos se pusieron a buscar a Dios.

   Pero Dios no estaba. Dios se había ido a ayudar al herido que horas antes él se cruzó por la carretera.

   Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda


  

   Siempre hay alguna montaña que nos separa del Dios que queremos encontrar, pero lo más raro es que, cuando llegamos donde creemos que nos esperaba Dios, resulta que El aguarda a la vera del camino, en la persona herida, enferma, necesitada. No le reconocimos, porque estaba escondido, disfrazado. Y este Dios necesitaba el calor humano, un pedazo de cielo, un poco de ternura y de luz. Ante los gritos de angustia del que se encuentra destrozado, Dios encuentra rechazo y desprecios. ¡Es muy difícil reconocerle!

   En cada persona que nos rodea hay un Dios escondido e ignorado, que espera a que le descubramos para revelarse tal como es El. Sólo le podremos encontrar a través de los ojos de la fe y es entonces cuando se caminará en la verdad, en el amor, en el “reino de la luz” (Jn.2.10) y de la vida.” (Jn 3,14).


“¡Ay de aquellos
que sólo ven en el pobre una mano mendiga,
y no una dignidad indestructible que busca justicia:
que sólo ven en los numerosos niños marginados una plaga,
y no una esperanza para todos que hay que cultivar;
que sólo escuchan en los gritos de los pobres caos y peligros,
y no oyen la protesta de Dios contra los fuertes;
que sólo contemplan lo bello, sano y poderoso,
y no esperan salvación de lo más bajo y humillado…
porque no podrán contemplar la salvación
que brota en el Jesús encarnado desde abajo!”


(B.Gz.Buelta).

sábado, 16 de agosto de 2014

Flotar es no tener miedo.



   ¿Cuál es el mayor enemigo de la Iluminación?

   El miedo.

   ¿Y de dónde proviene el miedo?

   Del engaño.

   ¿Y en qué consiste el engaño?

   En pensar que las flores que hay a tu alrededor son serpientes venenosas.

   ¿Cómo puedo yo alcanzar la Iluminación?

   Abre los ojos y ve.

   ¿Qué es lo que debo ver?

   Que no hay una sola serpiente a tu alrededor.


   Anthony de Mello



   “Si yo tuviera que predicar sólo un sermón, sería un sermón contra el temor” (G.Chesterton). Las sombras del miedo nos cercan y nos impiden abrir los ojos, poder ver, confiar en Dios y conocernos.

   ¿Cómo superar el temor y el miedo?

   Nadar es muy sencillo, sin embargo hay mucha gente que no aprende, porque el miedo no les deja flotar, y se hunden. Y para flotar no hay que hacer nada, simplemente permitir que el agua te sostenga, porque ésta tiene fuerza poderosa para aligerar cualquier peso, como si fuera una pluma de ave.

   El Señor, también nos puede sostener en sus manos. El es pastor, báculo, roca. Camina con nosotros y no hay ninguna razón para temer, pues con su compañía podemos coger serpientes en las manos y beber el veneno, sin que nos haga daño. El miedo, casi siempre, es falta de confianza, y producto de una herida del pecado.


   “No estén agitados; fíense de Dios y fíense de mí” (Jn. 14.1). Los discípulos también tenían miedo, pues habían oído a Jesús decir que el valiente Pedro le negaría. “Fíense de Dios y fíense de mí”. Juan usa las palabras de confiar, tener fe, fiarse, palabras que reflejan una actitud y que abarcan a toda la persona. La fe nos dice: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal.22.4).

viernes, 1 de agosto de 2014

¿Por qué no probar con Dios?




   Días tras día, el discípulo hacía la misma pregunta: ¿Cómo puedo encontrar a Dios?

   Y día tras día recibía la misma y misteriosa respuesta: A través del deseo.

   Pero ¿acaso no deseo yo a Dios con todo mi corazón? Entonces, ¿por qué no lo he encontrado?

   Un día, mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole por la cabeza y así le mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse.

   Al día siguiente fue el Maestro quien inició la conversación: ¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenía yo sujeto bajo el agua?

   Porque quería respirar.

   El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día le habrás encontrado.


Anthony de Mello



   Día tras día mucha gente se hace la misma pregunta: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? La respuesta es clara: buscándolo. Pero, ¿cómo y por qué buscar? Preguntamos, y a medida que nos van respondiendo, hacemos nuevas preguntas. Surgen por curiosidad y por deseo de encontrar la verdad; pero también se hacen por falta “de deseo”, o por motivación. Cuando estamos bien motivados, no preguntamos, sino que actuamos. El que se está ahogando no filosofa a ver de qué está compuesto el agua, por dónde le entra, y qué cantidad. No. La necesidad le lleva a ponerse en movimiento, a actuar.

   San Juan de la Cruz fue un buscador infatigable de Dios, porque antes había sentido la necesidad, había sido “llagado” profundamente con este deseo. El nos habla de cómo ha de ser la búsqueda: apasionada y de total entrega.

   El amor que siente la persona es tan grande, con tanta vehemencia, ansias y fuerza que, como “la leona y osa (que) va a buscar a sus cachorros cuando se los han quitado y no los halla (2 Re.17.8; Os 13.8), así anda esta herida alma a buscar a su Dios” (Noche Oscura, Lib. 2. Cáp.13 nº 8). Tras de Dios va el alma, sin descansar, sin cesar, en todas las cosas busca al Amado, en todo cuanto piensa y habla, todo su cuidado es el Amado (Noche Oscura, Lib.1, Cáp. 19. nº 2). En esta búsqueda va el alma adquiriendo: humildad, ánimo, fuerzas, constancia, capacidad de sufrimiento; sin desfallecer corre y “vuela ligero”, como un ciervo sediento y alado.

   Ha de buscar el alma a Dios con toda la fuerza, con todo el deseo, con todo el tesón de que es capaz, porque “si le buscare el alma (a Dios) como el dinero, le hallará (Cántico Espiritual, 11.1).


   Mary Pickfor  escribió un libro titulado: ¿Por qué no probar con Dios? La prueba no resultará. Será una experiencia más cuando le falte un verdadero deseo de búsqueda que ha de ir acompañado de una fe viva, de una esperanza firme y de un “inflamado” amor.

domingo, 15 de junio de 2014

EL ESPÍRITU ES VIDA


En estos días celebrábamos Pentecostés. Y entre otras funciones que tiene el Espíritu es la de dar vida, animar. El ser humano padece de desánimo. Y lo más grave no es estar sin fuerzas; lo peor es quedarse ahí sin mover un dedo para levantarse. Es entonces cuando, más que nunca, se necesita la ayuda del Espíritu para iluminar, alentar, dar vida.

La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo que es “Señor y dador de vida”, Aquél en el que Dios se comunica a los hombres. El Espíritu Santo nos es dado con la nueva vida que reciben los que creen en él, según nos lo explica el evangelista Juan en el relato de la Samaritana. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14) por quien el Padre vivifica a los seres humanos, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8,10-11).

Con el Espíritu Santo nos viene la plenitud de los dones, destinados a los pobres y a todos aquellos que abren su corazón al Señor. Nos da sus dones y se da Él mismo como don, ya que es una Persona-don.

Al dejar este mundo Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados.

Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.

Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra.

“Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida” (H. De Lubac).

sábado, 26 de abril de 2014

UN HOMBRE DE GRAN BONDAD


Cuenta Martín Descalzo que el pastor anglicano Douglas Walstall visitó en cierta ocasión al papa Juan XXIII y esperaba mantener con él una “profunda” conversación ecuménica. Pero se encontró con que el pontífice de lo que tenía ganas era simplemente de “charlar” y a los pocos minutos, le confesó que allí, en el Vaticano, “se aburría un poco”, sobre todo por las tardes. Las mañanas se las llenaban las audiencias. Pero muchas tardes no sabía muy bien qué hacer. “Allá en Venecia – confesaba el papa – siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. O tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad. ¿Sabe entonces lo que hago? Tomo estos prismáticos – señaló a los que tenía sobre la mesa – y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor”

El pastor Walstall salió seguro de haber recibido la mejor lección ecuménica imaginable, porque acababa de descubrir lo que es una vida dedicada al amor.

José L. Martín Descalzo

Le resultaba fácil a Juan XXIII mirar con los prismáticos y acercarse a todos, porque poseía un gran amor.

El amor acerca a las personas y suprime todo tipo de barreras, lenguas, razas. La visión, para que sea verdadera, tiene que estar conectada con el corazón para poder enfocar bien. El desenfoque puede venir por la distancia. Dios está demasiado lejos y no le vemos, y el hermano está demasiado cerca y lo vemos demasiado. Como quiera, siempre habrá disculpas.

Nos acerca a los otros el corazón, el tener la misericordia del Padre muy dentro de nosotros, ya que todos somos hijos de Dios (Jn 4.7) y por lo tanto debemos ser hermanos. Juan XXIII era todo misericordia. Comprendía el noventa por ciento de las flaquezas de los humanos. Lo que no tenía disculpa a simple vista, se lo dejaba a Dios. Todo lo hacía desde el amor y con amor. Si hablaba, gritaba, miraba y abría la puerta de la Iglesia para los que se sentían extraños, era por su gran bondad y mansedumbre. Pasó haciendo el bien sobre la tierra, sin mirar a quién, sin tener en cuenta ideologías ni creencias. Para los de cerca y para los de lejos fue un padre: El Papa bueno. “El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente.” (Dichos de Luz y Amor, 33). Estas palabras de San Juan de la Cruz, se pueden aplicar muy bien al alma de nuestro Papa. Como era humilde, supo fijarse en los que sufrían de soledad. Como era paciente, sabía vivir el momento presente, dejando para su turno lo que tocase. Como era manso, a su lado brotaba la felicidad. Como era blando y dulce, como su enorme humanidad, en él chocaban todas las iras y los planes de los soberbios.

Al Papa Juan, le resolvían los problemas los cardenales y Dios. El sólo se preocupaba de ser cercano a todos para poder, simplemente, amar. Y, precisamente, porque amaba de verdad, con todo el corazón y el alma, porque pasó haciendo el bien y sembrando bondad, el papa Bueno es un santo más de la Iglesia Católica.

sábado, 19 de abril de 2014

Cristo ha resucitado



Cuenta Martín Descalzo que una de sus hermanas trataba de explicar a uno de sus sobrinos –que tenía entonces seis años– lo que Jesús nos había querido en su pasión, y le explicaba que había muerto por salvarnos. Y queriendo que el pequeño sacara una lección de esta generosidad de Cristo, le preguntó: «Y tú ¿qué serías capaz de hacer por Jesús, serías capaz de morir por él?». El sobrino se quedó pensativo y, al cabo de unos segundos, respondió: «Hombre, si sé que voy a resucitar al tercer día, sí

Los discípulos estaban reunidos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. No acababan de creer, ni siquiera después de ciertas señales y testimonios; todos sus sueños se habían venido abajo y de ellos se había apoderado la desesperanza y el desencanto. Y en esa situación entró Jesús irradiando alegría, seguridad y paz; pero Tomás no estaba con ellos y para creer exigía pruebas irrefutables, exactas y verificables. Sin embargo, al poder ver y tocar las llagas del Resucitado, se vuelve dócil, creyente, orante y confiesa: «¡Señor mío y Dios mío!».

Pablo nos transmite lo que él mismo recibió: «En primer lugar os transmití lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Co 15,3-5). Este es el credo fundamental del cristiano. Este texto no es paulino, se lo da a los corintios habiéndolo recibido él de la Iglesia-Madre.

La sepultura es la confirmación de la muerte real de Jesús. La tumba vacía es un lugar de encuentro con Jesús, sin Jesús presente.

El verbo es «ver»: se dejó ver, se apareció; la visión es recibida. En la fe cristiana se tiene conciencia de que Jesús resucitado tiene un movimiento de darse a reconocer. Las experiencias de ver a Jesús son un hecho temporal y que fundan la fe.


Con el Domingo de Resurrección comienza el tiempo de Pascua, en el que la Iglesia nos invita a la alegría y a la esperanza, pues, repetiremos mil veces: El Dios que resucitó a Jesús nos resucitará a nosotros. 

sábado, 12 de abril de 2014

DANOS TU LUZ, SEÑOR.


“El Santo Cristo del Veneno” se refiere al caso de un pastelero en Michoacán que, según decían sus paisanos, había tomado veneno. Un día, el buen hombre fue a hacer su visita diaria al Santo Cristo, y mientras oraba, la imagen se volvió negra, porque absorbió el veneno que había comido el pastelero.

Esta leyenda nos habla del sentimiento popular, de la ternura religiosa de los pueblos de América. Dentro del seguimiento de Jesús hay que acentuar la presencia de un Cristo humanado, que viene en ayuda de los necesitados y absorbe toda clase de veneno, carga con los dolores y pecados de esos pueblos sufridos, buscadores del verdadero rostro de Cristo.

Entre las devociones cristológicas más populares está la Pasión de Cristo, representada en una enorme producción de imágenes talladas por indios y blancos. En la iglesia de San Andrés Ocotlán (estado de México), se encuentran hasta 17 esculturas relacionadas con la Pasión y Muerte del Señor.

Los fieles veneran con gran devoción las imágenes del Santo Cristo de Esquipulas en Guatemala, el Señor de los milagros de Lima, El santo Cristo de Burgos en Quito y en Lima.

La devoción a la pasión, al vía crucis, al Cristo crucificado fue traída en la primera evangelización del siglo XVI. Una de las santas más entusiastas con esta devoción fue Santa Teresa. “Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre”. Ella misma confiesa que hay grandes peligros en apartarse del misterio de Cristo y grandes frutos en seguirla.

Peligros. Vaciedad y poco provecho en la oración, falta de humildad, no apreciar el valor de la Eucaristía.

Frutos: Aceptación de nuestra condición humana y seguir el camino de los santos.

La humanidad del Señor es puerta, camino, luz, nuestro bien y remedio. Y no sólo es bueno meditar en la humanidad de Jesús para los principiantes, sino para los que están en las séptimas moradas. “Cuando nuestro Señor es servido, regala más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima Humanidad”, nos dice la Santa de Avila.

El amor a la humanidad de Cristo encuentra su realización en el amor a la eucaristía. “Harta misericordia nos hace a todos que quiere su Majestad entendamos que es Él el que está en el Santísimo Sacramento” (Santa Teresa). Así lo entendió la devoción popular del pueblo hispano, ya que la fiesta del Corpus Christi es llamada “La Reina de las Fiestas”.

“Danos tu luz, Señor, para esta pena,
corta de tu jardín tanta agonía,
tanto obscuro dolor, la sombra fría
que al corazón del hombre ciega y llena…
Pero danos también como sustento
Tu corazón, tu vida, tu latido,
Tu divino calor por alimento”

(Rafael Morales).

sábado, 5 de abril de 2014

ES DE CRISTIANOS PERDONAR.


En la película de Orson Welles, “Impulso criminal”, unos niños ricos matan a un niño, después de secuestrarlo, para demostrarse a sí mismos y a los demás que es posible el crimen perfecto. No lo consiguen porque la policía los detiene. El fiscal del estado solicita para ellos la pena de muerte. El crimen, frío y premeditado, es injustificable. El abogado defensor, contratado por los padres y el mejor de su época, consigue librarlos de la horca y que el juez los condene a cadena perpetua. Su alegato en contra de la pena de muerte y, sobre todo, del sentimiento de venganza que esa pena lleva consigo, era de una gran categoría. En un momento determinado, y como razón mayúscula, el abogado expuso que estaban en una nación cristiana (América y concretamente Chicago) y que aquellos dos muchachos inmaduros y crueles, en manos del fundador del Cristianismo, estarían salvados.

Jesús dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, en especial los más despreciados. El no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9,13). Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: pasar haciendo el bien y perdonar. Lo suyo era amar y perdonar. Jesús prescribe a Pedro que perdone sempre (Mt 18,21). El perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus elementos esenciales para el cristiano. El cristiano, para vencer el mal con el bien (Rm 12,21), debe perdonar siempre, y perdonar por amor, como Cristo (Col 3,13), como su Padre (Ef 4,32).

El perdón de Dios está condicionado al que nosotros ejercemos. En cierta ocasión Abraham Lincoln estaba hablando bien de sus adversarios y críticos. Una anciana le preguntó:

–¿Cómo puede usted expresarse amablemente de sus enemigos en lugar de destruirlos?

–Señora, respondió él. ¿Acaso no los destruyo al convertirlos en amigos?

“La vida –decía Goethe– nos enseña a ser menos rigurosos con los demás que con nosotros mismos”. Y en este aprendizaje debemos aprender de nuestros errores, pero es bueno olvidar las heridas, como lo hace nuestro Padre.

Marcos 11,25 presenta la misericordia fraterna como una buena disposición previa al perdón de Dios. Es necesario perdonar para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11,25). El perdón fraterno aparece aquí como condición esencial previa para obtener el perdón de Dios. Lucas va mucho más lejos, parece dar por supuesto que cuando pedimos perdón al Señor hemos perdonado previamente a todos. Así decimos al Padre que perdone nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende (Lc 11,4). Realmente somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la misma medida que midamos, se nos medirá (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo.

San Pablo presenta el perdón como una consecuencia del perdón divino e invita a perdonar, (Col 3,13), a ser benignos y misericordiosos (Ef 4,32) y a que la puesta del sol no sorprenda en el enojo (Ef 4,26).

Pedro pone como norma de conducta el no devolver mal por mal ni insulto por insulto; antes, al contrario, manda bendecir y amar siempre.

sábado, 29 de marzo de 2014

DAR LA VIDA SIEMPRE.



En cierta ocasión Abraham Lincoln estaba hablando bien de sus adversarios y críticos.

Una anciana le preguntó:

¿Cómo puede usted expresarse amablemente de sus enemigos en lugar de destruirlos?”

“Señora, respondió él. ¿Acaso no los destruyo al convertirlos en amigos?”

Sólo un corazón grande puede perdonar, tener misericordia, dar la vida por los otros. Así era el corazón de Jesús. No sólo hablaba bien de sus adversarios y críticos, sino que dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En Él tenían cabida todos, en especial los publicanos. El no vino a “llamar a los justos, sino a los pecadores” y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9.13).

Jesús manifiesta con su vida la predilección de Dios por los desheredados. El se identifica con el último, el oprimido. “cuanto hicieron a uno de estos más pequeños a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

Su vida hay que leerla en clave de servicio. “El Hijo del Hombre ha venido no para ser servido, sino para servir y dar su vida para rescate de muchos” (Mt 20.28). El supo tener palabras alentadoras para el cansado (Is 50,4); la caña quebrada no la partió, y la mecha mortecina no la apagó (Is 42,3). Jesús es señalado por el Padre como el que cumple la misión de Siervo (Mt 3,16-17), sin poder, obediente a la voluntad del Padre. Por amor se despojó de su condición divina para asumir nuestra condición humana hasta llegar a una muerte de cruz (Flp 2, 6-11, Rm 8,3).

“El discípulo no es más que el maestro, todo buen discípulo será como su maestro” (Lc 6.40). Quien quiera seguir a Jesús ha de comportarse como hizo El, negarse a sí mismo, abrir su corazón al hermano, tomar la cruz y dar la vida siempre (Mt 16,24).

Quien trabaja en el Reino de Jesús tendrá que:

aceptar el amor y perdón incondicional de Dios,
vivir en la filiación divina y en la hermandad humana,
transformar el mundo personal y social;
luchar contra toda clase de pecado y sus consecuencias: injusticias, guerras, hambre…

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
Que a mi puerta cubierto de rocío,
Pasas las noches del invierno oscuras?
Oye, Pastor que por amor mueres,
No te espante el rigor de mis pecados,
Pues tan amigo de rendidos eres,
Espera pues, y escucha mis cuidados.
Pero ¿cómo te digo que esperes?
Si estás para esperar los pies clavados?” (Lope de Vega)

viernes, 21 de marzo de 2014

LA CRUZ CRISTIANA.

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En el Japón hay piedras cerca de un templo en la ciudad de Kyoto. Según la tradición, allí hay quince piedras de distintos tamaños, que simbolizan los problemas básicos de la humanidad. Cada visitante elige cuales son. Lo curioso es que las piedras están ordenadas de tal modo que no se pueden ver todas al mismo tiempo.

“Es imposible ver todas las piedras al mismo tiempo”, es imposible abarcar todas las dificultades que surgen a lo largo de la vida. Todos los problemas básicos de la humanidad los podemos englobar bajo la palabra cruz.

La cruz no ha sido un invento del cristianismo; es un hecho de nuestra condición humana. Por el simple hecho de ser vivientes, nos acompaña a cualquier edad, en los trabajos, en la convivencia. Otras, son producto del pecado: droga, dinero, juego, placer, envidia, poder, fama…

La cruz en sí misma no tiene ningún valor, inclusive es negativa y destructora. Ella nos habla del poder del mal. Este es fuerte y aparece persistente en forma de violencia, injusticia, materialismo y miseria. Muchos sufren todo este tipo de cruces y quisieran acabar con el mal para transformar la historia y lo único que pueden percibir, es una total impotencia ante los tentáculos del mal organizado.

Además de las cruces que nos vienen por nuestra condición humana y por el pecado, hay otras que son consecuencia del ser cristiano. La cruz cristiana es el precio que hay que pagar por la conversión de renuncia a vivir “según la carne” (Mt 18,8). La fidelidad al reino de Dios conlleva la cruz de Cristo.

La Iglesia y el cristiano deben caminar por el mismo camino que Cristo, es decir, por el camino del servicio y del amor. “Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino; …así también, la Iglesia, aunque necesita de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y abnegación, también con su ejemplo” (Vaticano II).

La cruz cristiana encierra una fuerza redentora. Para Juan de la Cruz no es sencillamente sufrimiento, sino gloria de Dios anticipada. En ella triunfa Jesús y desde entonces se ha convertido en signo de salvación Todo aquel que la mira con ojos de fe y ve en ella a Jesús, podrá tener la misma actitud de los apóstoles en las horas de prueba: “Ellos se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús” (Hch 5.41).

La cruz que debemos cargar, es la que brota del amor. Tenemos que ser, pues, cirineos para poder aliviar los sufrimientos y cargas de los otros.

lunes, 17 de marzo de 2014

DIOS ES UN DIOS DE PERDÓN.



Todos conocemos esta parábola, la del padre que tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna… No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente… Pero un día el hijo se arrepintió y volvió a casa. El padre, que era bueno, le recibió con los brazos abiertos y le organizó una fiesta.

El hijo pequeño, ciego y atolondrado, huye de casa, sin conocer el corazón del padre. En realidad no se sabe el por qué este alejarse de la casa del Padre. ¿Estaba cansado de estar en el hogar? ¿Había seguido el ejemplo de algún otro joven? ¿Se dejó llevar de la fantasía? No sabemos, el caso es que se fue y trató de olvidarse del Padre.

El protagonista de esta parábola no es el hijo, es el corazón del Padre, con un amor incondicional, incluso, parece demasiado bueno, que respeta la decisión alocada del hijo, que huye en busca de placeres sin saber qué rumbo tomar. Calla y les deja hacer. “Y el Padre les repartió la hacienda” (Lc 15,12). Podemos olvidarnos de Dios, pero Él jamás se olvida de nosotros. Dios nunca nos abandona, por mucho que corramos. Él va siguiendo nuestros pasos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero la madre no se olvidará nunca de su hijo; pues aunque ésta se olvidará, Dios no se olvidará (Is 49,15-16).

El padre sufría y amaba en silencio. Ante esta parábola surgen muchas preguntas: ¿por qué le dejó marcharse?, ¿por qué le dio el dinero para malgastarlo? Quizá la respuesta la podemos encontrar en Paoli: “En el contexto del evangelio, Dios no se presenta como el padre que cierra la puerta para que los hijos no salgan de noche, sino como la luz que ilumina, la brújula misteriosa que orienta al ser humano en sus elecciones, que no lo abandona en el peligroso ejercicio de la libertad, que crea nuevas perspectivas de liberación, y se resarce finalmente en una conclusión que parecía desastrosa. El padre sólo puede ayudar siendo un modelo…”.

El padre no abandonó a su hijo, aunque se quedó en casa, su corazón seguía palpitando con él, pues el amor no se puede encerrar en unas paredes y no sabe de distancias. El padre ve al hijo desde lejos y siempre está dispuesto al encuentro. El padre esperaba con amor la vuelta del hijo. El padre de la parábola es Dios. En ella se presenta el amor misericordioso de Dios. Y Dios es un padre que: respeta, sufre, acoge, perdona, que tiene entrañas de misericordia y toda su riqueza está en sus hijos y es para ellos. ¡Grande es el amor del padre! El padre cubre al hijo con su amor como si fuera un vestido de fiesta. En el vocabulario del padre figuran palabras como “alegría”, “fiesta” e “hijo”, y también “nuevamente vivo”, mientras que en el vocabulario del hijo destacan palabras como “hambre” y “miseria”, “algarrobas”, “cerdos” y “jornaleros”. El hijo es acogido ahora en el mundo del padre.

Los pasos del hijo menor fueron los siguientes: se marchó de casa, despilfarró la fortuna, empezó a sentir hambre, recapacitó, decidió volver a casa. El hijo menor vuelve a casa, más que por el arrepentimiento, por interés, por el hambre que pasaba: “se moría de hambre”. Cuando ya estaba cerca de su casa, el padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. El padre, que es todo amor y ternura, lo acoge con gran alegría y le devuelve: anillo, sandalias y prepara una fiesta... El gozo paterno es enorme, pues ha recuperado al hijo que estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo ha encontrado.

Esta parábola ha tocado y seguirá tocando el corazón de muchos padres e hijos, pues es una realidad de muchos hogares. “De todas las palabras de Dios ésta ha despertado el eco más profundo… Desde hace miles de años viene haciendo llorar a innumerables personas… Y el que lo oye por centésima vez es como si lo oyera por primera vez” (Péguy). Y en esta parábola, al final, triunfa el amor.

sábado, 15 de marzo de 2014

UN AÑO DE MISERICORDIA.


El 13 de marzo hizo un año de la elección del Papa Francisco. Ha sido un año de sorpresas evangélicas. Su ejemplo, su estilo cercano, su gran humanidad, ha cautivado el corazón de los de dentro y de los de fuera del catolicismo: protestantes, judíos, musulmanes. Su alegría, “La Alegría del Evangelio”,  llega a todos los rincones del mundo. Muchos auguraban que la “Franciscomanía” no duraría mucho tiempo, sin embargo se han equivocado.
 Por supuesto que encuentra gran oposición entre los conservadores, que creen que va muy rápido, y aquellos que les gustaría  que fuera más apresurado; pero lo cierto es que el entusiasmo mediático le sigue acompañando. 
P.M. Lamet, traía un artículo en el Mundo, el día 12 de marzo en el que hablaba de los tres amores del Papa.
El primero y más determinante, decía,  es su amor al Jesús del Evangelio, que se ha traducido en no abandonar el tiempo dedicado a la unión con él. De ahí emana la importancia concedida a la alegría y la misericordia, especialmente hacia los pobres, los enfermos, los marginados, los niños, los emigrantes…
Su segundo gran amor es la Iglesia, que concibe de forma más colegial que sus predecesores, con sabor a Vaticano II. Quiere descentralizar el "ministerio petrino" y ha reforzado la universalidad con el nombramiento de su G-8 cardenalicio.
Su tercer amor es a la gente, primero la de la calle, a la que se dirige con un lenguaje accesible de signos y palabras, y a la que muestra un camino de esperanza y optimismo. De ello se deduce que el diálogo con todos, los teólogos, las otras confesiones, la cultura y el mundo secular se haya revitalizado después de años de involución y de actitud de condena.
 EL 6 de marzo del 2014 Religión Digital  contaba una anécdota simpática sobre el papa Francisco. En una audiencia a los párrocos de Roma Francisco destacó la importancia de la "misericordia" entre los sacerdotes.
 
Para ello contó la historia del padre Aristide, argentino, a quien visitó en a la capilla ardiente y se sorprendió de que no hubiera nadie, sólo un par de ancianas velándole.
Entonces, explicó, fue a comprar unas flores y las colocó al lado del féretro y no pudo resistirse al ver la cruz del rosario que el sacerdote estrechaba entre sus manos y "poco a poco" y sin ser visto la arrancó y se la metió en el bolsillo y siempre la lleva consigo.
"Cuando me viene un mal pensamiento sobre alguien me llevo siempre la mano al pecho para tocar esa cruz", afirmó.
Preguntado en una entrevista si “La ternura y la misericordia son la esencia de su mensaje pastoral?
 

Respondió: “Y del Evangelio. Son el corazón del Evangelio. De lo contrario, no se entiende a Jesucristo, ni la ternura del Padre, que lo envía a escucharnos, a curarnos, a salvarnos”.
¡Ojalá este Papa siga contagiando sus amores: al Evangelio, a la Iglesia y a los pobres!

jueves, 13 de marzo de 2014

DIOS ES MISERICORDIOSO.

DIOS ES MISERICORDIOSO

 El día 5 de marzo iniciábamos el tiempo de Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. Cuaresma es el tiempo en el que celebramos la misericordia de Dios. 

Dios es un Dios misericordioso. Su misericordia de Dios es desbordante, no la podemos medir ni comprender porque es infinita. La misericordia de Dios es universal, abarca a todo viviente, hasta los más rebeldes (Rm 11,30-32); su misericordia dura por siempre, aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará el Señor (Is 54,10); siempre perdona, destruye nuestras culpas, arroja al fondo del mar todos nuestros pecados (Mq 7,8). Él es clemente y misericordioso, tardo a la ira, grande en clemencia, y se arrepiente de castigar. Su misericordia es y llega a sus fieles generación tras generación (Lc 1,49) y nos dio vida con el Mesías (Ef 2,4).

El Salmista exalta las grandes misericordias del Señor, pues ama y consuela como una madre ama y consuela a sus hijos; protege a sus hijos como el águila a sus polluelos; perdona, cura, libera, colma de gracia y de ternura a sus hijos. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas (Sal 145,8-9), está pendiente de todos y los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).

Dios es misericordioso. “Es propio de Dios usar misericordia; y en esto, especialmente, se manifiesta su omnipotencia” (santo Tomás). Y el mismo santo añade: “Se debe atribuir a Dios la misericordia en grado máximo, no por lo que tiene de pasión, sino por su eficiencia”. A Dios no le cuesta perdonar, es su oficio. “No es nada delicado mi Dios, no se fija en menudencias. No es nada minucioso para tomarnos cuentas, sino generoso; por grande que sea la deuda, no le cuesta perdonarla. Para pagarnos es tan mirado, que no tengáis miedo de que un alzar de ojos acordándonos de Él, deje sin premio” (Santa Teresa).

Si la bondad de Dios comunica los bienes a sus criaturas; la justicia de Dios concede los bienes en proporción a lo que corresponde a cada ser. Conceder los bienes y perfecciones para remediar las miserias y defectos de las criaturas, sobre todo en el hombre, es obra de su misericordia.

Juan Pablo II, que ya había escrito una Encíclica sobre la Misericordia de Dios, la “Dives in misericordia”, pronunció en Polonia una homilía en la consagración del santuario de la Divina Misericordia en la que decía:

“…Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagjewniki, para redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es ‘Padre misericordioso y Dios de toda consolación’ (2 Co 1,3). Con los ojos del alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para descubrir en la profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así como la luz de la gracia que hemos recibido ya tantas veces, y que Dios nos reserva para todos los días y para el último día”.

Dios es misericordioso. “Sea su nombre bendito que en todo tiempo usa de misericordia con todas sus criaturas” (santa Teresa). Quien se parece a él, quien se precia de ser su hijo, tendrá que aprender a vivir en la misericordia, ser misericordioso como es él.

jueves, 23 de enero de 2014

CAMINO HACIA LA UNIDAD.


El 10 de noviembre de 1989 se celebraba la caída del muro de Berlín. Fue la reconciliación de las dos Alemanias, un ejemplo a seguir, porque fue como una bocanada de aire puro, de confianza que corría por nuestras venas.


Sin embargo, hay que reconocer que los seres humanos estamos acostumbrados a levantar muros y los muros siempre dividen y matan. Cuando no hay entendimiento, cuando ya sobran las palabras, usamos murallas para separar propiedades, naciones, ideologías. Unos muros son de cemento y los otros, los más peligrosos, los psicológicos. Separamos a los seres humanos por su color, por su ideología, por la economía y por la religión. Y si toda división es un escándalo, lo es mucho más que los cristianos estén divididos.

La división y la lucha entre cristianos estaba profundamente arraigada en las personas. Torrente Ballester menciona que los niños de su pueblo apedreaban la iglesia protestante mientras decían: “¡Fuera, fuera, protestantes, fuera, fuera de nuestra Nación, que queremos ser amantes del Sagrado Corazón!”.

Jesús, sin embargo, pidió al Padre por la unidad de todos y nos recalcó la necesidad del buen entendimiento. Antes de ir a la cruz el Maestro oró así: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,2).

San Pablo exhorta a la Iglesia en general a enriquecer su vocación de unidad. Un cuerpo, un espíritu, un señor, una fe, un bautismo, un Dios y padre de todos (Ef 4,1-16).

La apertura de la Iglesia Católica al Movimiento Ecuménico para con la iglesia Evangélica es muy reciente. Hasta el Pontificado de Juan XXIII, la posición prevaleciente era de desconfianza, y hasta la hostilidad para con los esfuerzos por la unidad.

En 1952 se fundó la Conferencia Católica para las Cuestiones Ecuménicas. Su primer secretario fue el holandés Juan Willerbrans. Juan XXIII, el Papa bueno, el 25 de enero de 1959, hablando del Concilio que iba a comenzar, dijo: “No haremos ningún proceso histórico; no buscaremos quién se equivocó o quién tuvo razón. Diremos solamente ¡Reconciliémonos!” En el año 1963 muere Juan XXIII, fue un duelo universal; su figura es sinónimo de entendimiento, paz, diálogo, amistad entre los seres humanos. En el año 1965 Pablo VI se encarga de concluir el Concilio Vaticano II, iniciado por el Papa Juan XXIII.

El Vaticano II dio un gran cambio en este campo al afirmar que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica y que Dios ha sacado el bien de todas las debilidades humanas y divisiones. Gracias a Dios existe hoy un respeto por las otras iglesias y se tiende a la unión de todos los cristianos ya que la división en la Iglesia es un terrible enigma y un gran escándalo para la humanidad.

El movimiento ecuménico busca raíces en el sentir de Jesucristo, “para que todos crean” (Jn 17,21). La palabra Ecumenismo viene del adjetivo griego “Oíkoumene” que significa “el orbe habitado”, esta palabra inspiró el movimiento que desde finales del siglo XIX intenta promover la unidad de los cristianos divididos. Cada año se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que tradicionalmente se celebra del 18 al 25 de enero. En la celebrada en el 2007 el Papa Benedicto XVI afirmaba:

“La unidad es un don de Dios y fruto de la acción de su Espíritu. Por eso, es importante rezar. Cuanto más nos acercamos a Cristo, convirtiéndonos a su amor, más nos acercamos también los unos a los otros”. Por la historia y por la experiencia tenida en los últimos años podemos afirmar que el camino de la unidad no es fácil. Ya lo decía Benedicto XVI: “El camino de la unidad de los cristianos es ciertamente largo y no fácil, pero no hay que desanimarse sino seguir recorriéndolo, contando con la ayuda de Cristo”.

jueves, 16 de enero de 2014

Abrir los ojos.

«Un viejo rabino preguntaba en cierta ocasión a sus alumnos cuándo se sabe el momento en que se acaba la noche y comienza el día... Después de varias respuestas de los alumnos, dijo el maestro: Cuando al mirar el rostro de cualquier hombre, tú reconozcas a tu hermano o a tu hermana. Hasta que no llegue ese momento, seguirá siendo noche en tu corazón».
Es difícil reconocer al hermano, especialmente al hermano pobre, solo y abandonado. Es necesario abrir los ojos para darse cuenta de que tenemos pies y manos para poder auxiliar a los otros. Todo ha sido creado por Dios. El mundo es la obra de sus manos (Sal 18, 2). Su mano ha estado siempre cercana al elegido, al necesitado, para ejercer siempre la acción salvadora de su poder.
Dios no solamente escudriña los corazones, sino que parece que también sabe leer las manos, lo que hay reflejado en ellas. Algunas son merecedoras de queja. No le agradan las vanas ofrendas. Aparta los ojos cuado alzan las manos, porque están llenas de sangre (Is 1, 15). Hay que purificar y limpiar el corazón para que así lo estén las manos y se pueda orar elevando al cielo unas manos piadosas (1Tim 2, 8). La mano que recibe el cuerpo de Cristo se necesita para socorrer al hermano necesitado de su calor y del fruto de sus trabajos. Cuando alargamos nuestras manos para ofrendar, es porque nuestro corazón no está atrofiado. Para que éste no muera, es preciso renovarlo cada día con firmeza e interés, pues «el amor que no está brotando continuamente, está muriendo continuamente» (Jalil Gibran).
El Padre quiere que nos tratemos como hermanos, que sepamos convivir, que sigamos sus caminos y seamos capaces de hacer arados forjados de las espadas, podaderas de las lanzas, sembrar campos de trigo y arroz para saciar el hambre de los campos de minas. Esto es trabajar en el reino de Dios, que es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo (Lc 13, 18. Jesús nos necesita, cuenta con nuestras manos, pies, labios... Somos el único Evangelio que la gente puede leer, si nuestras vidas son obras y palabras eficaces.
Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (Tm 2, 34). Y María exclamó: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).
Lo mismo dijeron muchos creyentes que se abandonaron en las manos del Señor. «Padre: me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal que tu plan vaya adelante en toda la humanidad y en mí. Ilumina mi vida con la luz de Jesús. No vino a ser servido, vino a servir. Que mi vida sea como la de él: servir. Grano de trigo que muere en el surco del mundo. Que sea así de verdad, Padre. Te confío mi vida. Te la doy con todo el amor de que soy capaz. Me pongo en tus manos, sin reservas, con una confianza absoluta porque tú eres... mi Padre» (Foucauld).
La palabra amén significa la seguridad y confianza de un niño en brazos de su madre. Cuando decimos amén, entramos en esa riada de alabanza que recorre la creación y que está tan presente en el padrenuestro. El Señor nos invita a caminar sin instalarnos, a ser peregrinos, ser sólo romeros. «Ser en la vida romero, romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos; ser en la vida romero, sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo... Ser en la vida romero...romero... sólo romero. Sensibles a todo el viento y bajo todos los cielos, poetas, nunca cantemos a la vida de un mismo pueblo, ni la flor de un solo huerto... Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros». (León Felipe).
Como caminantes no sólo tropezamos con las piedras del camino, sino con los hermanos. En cada anochecer y amanecer será necesario dar gracias a Dios y al otro, pero también reconocer que se ha herido y ofendido al otro. Si, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda (Mt 5, 23-24). Jesús nos enseñó que Dios es Padre de ternura perdonándonos. 
Hay que cultivar actitudes donde florezca el perdón: no lleves cuenta del mal, no te irrites, disculpa, fíjate en lo bueno, cree y espera en los otros. Y «donde no hay amor, pon amor y sacarás amor» (San Juan de la Cruz). 
«Señor haz de mi un instrumento de tu paz. Donde haya odio, que yo ponga amor. Donde haya ofensas, que yo ponga perdón. Donde haya discordia, que yo ponga unión. Donde haya error, que yo ponga verdad Donde haya duda, que yo ponga fe. Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza. Donde haya tinieblas, que yo ponga luz. Donde haya tristeza, que yo ponga alegría. Haz que no busque tanto el ser consolado como el consolar, el ser comprendido como el comprender, el ser amado como el amar. Porque dando es como se recibe. Olvidándose de sí mismo es como se encuentra a sí mismo. Perdonando es como se obtiene perdón. Muriendo es como se resucita para la vida eterna» (San Francisco de Asís)

sábado, 4 de enero de 2014

CONCLUSIÓN.

CONCLUSIÓN




Hemos recibido de Jesús el mandato de orar, en todo momento y en todo lugar, en las buenas y en las malas, cuando la persona se encuentra en el Tabor y en el Monte de los Olivos.

La oración es un don, un regalo de Dios, que desde la fe se convierte en tarea. En algunos momentos de nuestra vida necesitamos de métodos, de técnicas, de motivaciones que nos den alas y pies para poder volar y caminar. A pesar de todos los intentos por mejorar, por buscar razones y nuevas ilusiones, si falta fe, esperanza y amor, es fácil sucumbir al desaliento y a la pelea. Es entonces, más que nunca, cuando necesitamos poner los ojos en Dios y creer de verdad que él camina con nosotros, que renueva nuestros pies y da aliento para llegar a la meta.



Sin Jesús no podemos hacer nada (Jn 15, 5). Sin oración, sin un encuentro vivo con él, es posible que no nos abramos a la vida verdadera, a la conversión para amar a Dios con todo el corazón y a los otros como a nosotros mismos.