sábado, 24 de enero de 2015

LA ENFERMEDAD NOS HERMANA.



El dolor nos hermana a todos. La capacidad humana ante el sufrimiento es ilimitada. Todo lo que nos cae encima, lo aguantamos; pero el miedo a sufrir nos paraliza y nos roba las fuerzas para poder sobrellevarlo. Cuando no tenemos miedo al dolor, sufrimos mucho menos. El dolor nos desarraiga de todo, menos de nosotros mismos. “Allí donde hay dolor hay terreno sagrado; algún día te darás cuenta de lo que esto significa” (R. Hart Davis). La enfermedad es a veces como un parásito que roba, “chupa”, energías, ilusiones, amigos y vida. La verdad es que la enfermedad nos quita todas las caretas, acaba con las vanidades y nos produce clarividencia. Ante la enfermedad sólo hay una solución: ser realista y aceptarla. Si uno se ama, se ama también enfermo.

La enfermedad aparece pronto en la vida de Teresa e irrumpe con ímpetu. Ella recordará más tarde con todo lujo de detalles aquellos días aciagos y extremos en que casi rozó la sepultura. Y aunque se recupere, nunca más volverá a ser una persona sana ni a disfrutar de buena salud. Sus quejas, aunque hechas con gracia y buen humor, salpican todos y cada uno de sus escritos mostrando que son “el pan de cada día” de Teresa de Jesús. En medio del huracán de sus enfermedades, Teresa acierta a encontrar el modo de convivir con ellas sin hacer concesiones y sin negarse nada de lo que quiere hacer en la vida. Actúa siempre “como si” estuviera bien, “como si” pudiera. Ella aprende pronto que hace más el que quiere que el que puede, y que no hay nada más fuerte que la propia voluntad de vivir.

De sus experiencias como enferma, Teresa saca la sabiduría necesaria para tratar a las hermanas enfermas y su pluma adquiere tintes enérgicos cuando manda a sus hijas quitarse el bocado de la boca para darlo a quien más lo necesite. Sus recomendaciones para el trato de las enfermas no tienen desperdicio. Pide que se las rodee de cuidados, que se les proporcione una buena higiene y que no les falte nada en medio de la pobreza que reinaba en sus monasterios. El amor, así lo entiende ella, suple de manera ingeniosa los desafíos de la pobreza y envuelve en ternura y mimo a las hermanas que sufren enfermedad. Aquí brilla de modo especial ese humanismo teresiano del que ya hemos hablado, y que hace de la espiritualidad teresiana un calco del espíritu evangélico imitando al Maestro que pasaba haciendo el bien y curando las enfermedades. Y es así, en el aguante diario de las impertinencias de los ‘males femeninos’ y en la búsqueda imaginativa del ‘como si’ uno estuviera bien, como Teresa consigue aprender todo lo que a primera vista no vemos de ese estado de penuria humana que es la enfermedad y el dolor. Descubrir esta sabiduría entre sus escritos, es una tarea apasionante.

Santa Teresa tuvo muchas enfermedades. Hay un libro titulado: Las Enfermedades de Santa Teresa de A. Senra. El libro busca reconstruir la historia clínica de Santa Teresa a partir de los datos que ella misma suministra de sus síntomas y signos clínicos en su autobiografía y en sus cartas, complementadas por las aportaciones de autores contemporáneos. El libro tiene en cuenta las circunstancias geográficas, históricas o familiares de la Santa enferma, y analiza exhaustivamente las fuentes de información de los datos clínicos para convertirlos en síntomas y signos. Experimentó la enfermedad del cuerpo y del alma.

En el libro de la Vida 4, 5 nos narra algunos de sus males: desmayos, males de corazón. A mal tan grande, su padre quería buscar remedio, y como no lo encontró en los médicos de Ávila, la llevó a la famosa curandera de Becedas. Las curas añadieron más tormento a su enfermedad. Ella misma dice que “me tenía casi acabada la vida”. No podía comer nada, si no era bebida. Estaba desahuciada; los dolores eran desde los pies a la cabeza.

La joven Teresa sólo anhelaba recuperar la salud para poder servir a Dios. Por ello, al verse tan tullida y no acertada por los médicos de la tierra, determinó acudir a los del cielo para que la sanasen, aunque con mucha alegría lo llevaba todo. Y fue entonces cuando encontró su abogado, san José. Nunca lograron la enfermedad ni los contratiempos acobardar a la Santa.

sábado, 17 de enero de 2015

Juntarse con los buenos


Se cuenta que un día una madre atribulada se acercó a Gandhi con su hija y le explicó que ésta tenía el habito de comer más dulce de lo conveniente.

-“¿Querría el señor Gandhi, le preguntó, hablar a la chica y persuadirla a que deje esta nociva costumbre?”

Gandhi se sentó un momento en silencio, y dijo después:

- “Tráeme a tu hija dentro de tres semanas y entonces le hablaré”.

La madre se fue según se lo había mandado y volvió después de tres semanas. En esta ocasión Gandhi tomó aparte a la muchacha y en unas pocas y sencillas palabras le demostró los efectos perjudiciales del exceso de dulce; le urgió a abandonar la costumbre. Agradeciendo a Gandhi el haber dado a su hija tan buen consejo, la madre con voz temblorosa dijo:

-“Me gustaría saber ahora, Gandhi, por qué no dijiste estas palabras a mi hija hace tres semanas, cuando te la traje”.

-“Hace tres semanas, le explicó Gandhi, yo mismo era muy aficionado a comer cosas dulces”.

Gandhi estaba convencido de que hay que ser consecuentes con las creencias. “Cuando leo el evangelio, me siento cristiano, pero cuando os veo a los cristianos hacer la guerra, oprimir a los pueblos colonizados, emborracharse, fumar opio…, me doy cuenta de que no vivís el evangelio” (Gandhi).

Las palabras mueven, los ejemplos arrastran. Es verdad. No hace falta que traten de convencernos de que el mejor remedio para acabar con toda clase de dependencias, es que quien da el consejo sea libre. Pero por desgracia vemos que la práctica es muy distinta, pues “es más fácil predicar que dar trigo”. Sin embargo, hacen muy bien los doctores en aconsejar a los enfermos sobre los perjuicios que acarrean el tabaco y el alcohol, aunque ellos fumen y beban.

Santa Teresa de Jesús también supo de buenas y malas compañías. En el despuntar de su adolescencia. Teresa intimó con una parienta “de livianos tratos” que a su madre no le gustaba ni un pelo, pero que a ella le encantaba, porque como dice en su libro de la Vida 2,4: “me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo que yo quería”.

En aquel momento, cuando está en Santa maría de Gracia, Teresa se da cuenta y “escoge” ya para siempre, buscar y rodearse de buenas compañías, cosa que hará siempre, porque entre otras cosas entiende que así estará protegida. Y ante aquellos recuerdos, brota de su pluma el primer consejo a los padres de todos los tiempos: “Querría escarmentasen en mi los padres, y ayudasen a sus hijos a tener buenas compañías”. Vano intento, porque ella misma eludió a sus padres durante toda su juventud.

Teresa toma nota y se da cuenta del bien que hace rodearse de buenos amigos, algo que no puede ser impuesto, aunque muchas veces las circunstancias ayudan. Su espíritu sensible encuentra cauce en la buena conversación de sus educadoras, y con suavidad vuelve al gusto de su primera infancia, cuando se quedaba absorta con el pensamiento de que infierno y cielo eran “para siempre, siempre, siempre” . Es aquí, en plena adolescencia cuando Teresa descubre el poder del pensamiento, proceso fundamental de la psicología humana.

Se da cuenta que entre el cambio de costumbres (comportamiento) y los buenos deseos que María de Briceño le contagia, empieza a surgir en ella la inquietad por ser mejor y a plantearse su futuro de cara a como mejor servir a Dios. Es tiempo de discernimiento y de enfermedades, elementos en su vida que siempre le acompañarán.

Años más tarde, cuando Teresa elige vivir en la familia carmelitana, comprobará cómo las buenas compañías son luz y fuerza para el caminar, por las que el Señor despierta los buenos deseos. Y así comenzó a gustar de la buena y santa conversación de una monja, discreta y santa, cuando le hablaba de Dios y le decía del premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por él.

Estaba el Señor grande para disponer a Teresa para sí y le dio una gran enfermedad. Cuando iba para casa de su hermana, descubrió en casa de un tío suyo, la buena compañía de los libros. Aunque estuvo pocos días, la fuerza que hacían en su corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vino a ir entendiendo la verdad de cuando niña.

Los niños son fruto del ambiente que respiran. Hacen lo que ven. La educación comienza antes de nacer y dura toda la vida, pero es en los primeros seis años cuando asimilan casi la mayoría de las cosas. La educación es arte y es tarea difícil, pero se facilita enormemente cuando hay amor, cuando el que crece lo hace en un ambiente de amor y ternura, de acogida, de aliento, de aceptación y amistad.

sábado, 10 de enero de 2015

LO QUE SE VE, SE PRACTICA


Decía un cangrejo a su hijo que observaba que andaba con las piernas torcidas, que se corrigiera. Madre mía, respondía el hijo cangrejo, yo no hago sino lo que veo que hacéis vos. Si andáis de la misma manera ¿cómo queréis que yo me corrija? Vos debíais haberos corregido primero. Antes de reprender a otros, debemos procurar corregirnos nosotros mismos.
 “Lo mejor que un padre puede dejar a sus hijos es el ejemplo de sus virtudes y la herencia de sus bellas acciones (Cicerón). El amor es vida, salud y fuerza. “Bastaría que nos sintiéramos amados incondicionalmente de una sola persona para estar sanos y bien desarrollados” (Leo Buscaglia).
¿Cómo era la familia de santa Teresa? Teresa tuvo la suerte y el regalo de tener una familia cristiana. Sus padres y hermanos le ayudaron a tener una fe fuerte, comprometida con la vida, pendiente de Dios y con afán de buscar y vivir “la verdad de cuando niña” .
A Don Alonso se le murió su primera mujer. Se quedó viudo muy joven, con dos hijos, y volvió a casarse. Teresa, nacida el 28 de marzo de1515, es hija del segundo matrimonio, de D. Alonso Sánchez de Cepeda con Dª Beatriz de Ahumada. Dos hijos del primer matrimonio más diez del segundo, hacen que en la familia de Teresa haya 12 hermanos. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: “por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo”.
Sus padres eran virtuosos. Hoy, a muchos no les gusta oír hablar de virtudes. Quizás podríamos decir mejor “cualidades”. Sea como fuere,  son especialmente necesarias  para la vida, especialmente: la fortaleza, la templanza, la prudencia, la justicia, la fe, la esperanza y la  caridad. Cuando Teresa habla de su infancia alaba a sus padres y dice: “No cabe duda que el tener unos buenos padres, es uno de los grandes dones que se pueden recibir en la vida”. Y cuando enumera las virtudes de sus progenitores, en unas pinceladas los retrata perfectamente. En este ambiente impregnado de virtudes y cualidades humanas, de fe y religiosidad, Teresa ‘despierta a la vida’. Se siente atraída poderosamente por la verdad y por las cosas eternas, tiene prisa por ganar bienes eternos. Teresa reconoce la influencia de sus padres, el cómo vivían su relación con Dios y con los demás.
Teresa era la más querida de su padre. Su padre era temeroso de Dios,  hombre de verdad, honesto y leal, sensible al dolor de los otros, de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, no consintió en tener ningún esclavo, aficionado a leer libros espirituales. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.
Su madre era la encargada propiamente de educar a sus hijos en el rezo y en las buenas costumbres. Y también tenía muchas virtudes. Pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad (...) muy apacible y de harto entendimiento. Le gustaba leer, a escondidas,  libros de caballerías, aunque lo hacía para distraerse de los grandes trabajos que tenía y de las enfermedades que pasó. Tenía un cuidado especial para que rezaran sus hijos y fueran devotos de la Virgen y de algunos santos.
A Teresa le tocó conocer desde niña el sacrificio, el sufrimiento,  la renuncia y la muerte de lo más querido: su madre.  Todo esto le hizo fuerte ante las dificultades de la vida. “Acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido” . Y la Virgen, como madre,  estuvo presente en el largo caminar de Teresa.
Teresa era el amor de su padre. Ella tuvo la suerte de estar muy cerca de él en los últimos años de su vida. Su muerte fue la de un gran creyente, dando consejos  a los presentes, encargándoles que le encomendasen a Dios.
Teresa fue educada como se hacía entonces en los hogares cristianos.  Francisco de Osuna describe magistralmente en su Norte de los estados lo que se hacía: “Si fuese cosa posible con la leche avían de recibir los niños la doctrina cristiana... Y cuando el pobre viniere a tu puerta, llévele el niño la limosna porque aprenda a hacer el bien…”  Como se ve no sólo le enseñaban a rezar, sino a practicar la caridad.

Desde niña, aprendió Teresa a orar  a practicar la caridad, a dar limosna como podía. Toda esta manera de ser y relacionarse con los cercanos, la volcará Teresa tiempo después, en su familia religiosa, haciendo y consiguiendo que cada convento sea una familia, un palomarcito, donde todas han de ser amigas, todas se han de amar y querer.

viernes, 2 de enero de 2015

“LA DE LA GRAN CABEZA”


Santa Teresa de Jesús estuvo dotada de muchas cualidades, pero para decirlo en dos palabras diremos que fue profundamente humana y divina. Azorín dejó escrito que: “Teresa era humana, profundamente humana, directa, elemental, tal como el agua pura y prístina… La vida de Teresa, escrita por ella misma, es el libro más hondo, más denso, más penetrante que existe en ninguna literatura europea”. Esta humanidad teresiana que destacamos como una de sus mejores cualidades, salta constantemente como chispa de la hoguera de sus libros. Teresa no era una “superwoman”, por el contrario, su sencillez y transparencia eran tales, que todos podían entenderla e identificarse con ella. Era amena, ingeniosa, graciosa, sensible…sabía lo que era estar cansada, enferma, con dolores. Conocía desde dentro la complejidad de los problemas cotidianos y la dificultad del trato social con gentes de todo tipo y condición.
¿Cómo era? Para presentarla, recojo algunos testimonios de personas que la conocieron, la trataron, la amaron o la obedecieron, y de otros que la descubrieron al leer sus escritos. Entre todos nos dan un perfil bastante aceptable, aunque para conocer a alguien haya que verle y escucharle en primera persona.
María de San José, tal vez la mejor discípula de Santa Teresa, la culta priora del Carmelo de Sevilla, predilecta de la santa por tantos motivos, refiere en su Libro de Recreaciones, cómo era santa Teresa. "Era esta santa de mediana estatura, antes grande que pequeña. Tuvo en su mocedad fama de muy hermosa, y hasta en su última edad mostraba serlo… con ser ya de edad y muchas enfermedades, daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones…Era en todo perfecta..."
Es esta realmente, una estupenda descripción del físico de Teresa de Jesús que podemos completar con el retrato hecho por fray Juan de la Miseria, aunque ella coqueta como fue siempre, dijera al ver el resultado: “Dios te perdone fray Juan, pues ya que me has pintado, me has pintado fea y legañosa”.
Buena discernidora de tiempos y lugares, tenía un ‘saber estar’ envidiable. “Santa Teresa vivió siempre con los ojos puestos en el cielo pero con los pies bien asentados en la tierra. Sus raptos místicos, sublimes, no le impidieron vivir en la realidad del presente y realizar la reforma del Carmelo, obra admirable de la Santa” (Joaquín Rodrigo).
Alguien dijo de ella que era “Teresa la de la gran cabeza”,  queriendo destacar sin duda la gran capacidad para organizar que poseía, su enorme sentido común, su tacto, su inteligencia…; pero sobre todo Teresa tenía en gran medida las dotes de una madre. “Teresa de Jesús será, para todos, sencillamente la Madre (Alberto Campos). Y es propio de cada madre el amar, pues “Si el amor –como dijo la santa- consiste en perseverar con gozo y con paz en medio de las adversidades” y en dar la vida, así lo hizo la Santa de Ávila.
Teresa tenía, como ya hemos apuntado, un gran encanto personal, una gran simpatía, una alegría contagiosa,  una gracia especial para hablar  y la gente que la trataba, gozaba con ella. Así el Licenciado Aguiar, medico que la atendió en Burgos decía: “Tenía la santa madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir; y menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su conversación suavísima y muy grave, cuerda y llana.
Entre las gracias que tuvo, una de ellas fue que  arrastraba tras de sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud”.
Alguna monja de la Encarnación decía sutilmente  que Teresa tenía la propiedad de la seda dorada, porque venía bien con todos los matices, se hacía a las condiciones de todos para ganarlos a todos. Y Fray Luis de León, la define como "la piedra imán que a todos atrae". 
Respecto a ser una mujer divina, coincidimos en elogiar su sentido de Dios, su magisterio al enseñar a orar a todos los que la rodeaban, su inspiración para hablar y escribir de los más intrincados misterios del alma humana, y entendemos, en fin, su santidad como hecha de fortaleza, de humildad y amor.

Otro personaje ilustre (Enrique de Ossó) tuvo gran devoción y amor a Teresa de Jesús y la llamaba "robadora de corazones", y dirigiéndose a la Santa la define como: "la amada de mi corazón”. "Santa Teresa de Jesús, decía Ossó,  hace amable la virtud y enciende en las almas el espíritu de fe y de amor de Dios".