sábado, 31 de octubre de 2015

Los otros la sanaron.


Y es que, en la historia de Delizia en Lourdes, lo más importante ocurrió en su corazón. Era en 1975 una niña de once años que acudió, desde su Sicilia natal, a Lourdes, más por la voluntad de sus padres que por la propia, ya que la pequeña desconocía completamente qué enfermedad era aquella que encadenaba su pierna y le impedía jugar. Nunca había oído la palabra “osteosarcoma”, y sólo mucho más tarde sabría que es un cáncer. Por eso fue a Lourdes como a una excursión más. Y allí ni siquiera se acordó de pedirle a la Virgen su curación.

Yo veía, ha dicho a un periodista francés, a tanta gente enferma allí, que me hubiera perecido ridículo rezar por mí misma.

¿Y no rezaste pidiendo tu curación? Ha insistido el entrevistador.

No, responde con candidez la ahora adolescente; yo pedí por otros.

Y la “curación científicamente inexplicable” llegó a quien no la pedía, a esta muchacha que ahora viene durante todas sus vacaciones a trabajar de enfermera en Lourdes para ayudar a todos esos enfermos que lo necesitan más que ella. Porque el milagro, mucho antes que en su pierna, había ocurrido ya en su corazón.


José Luis Martín Descalzo


Los grandes milagros suceden en el corazón. Cuando éste cambia, todas las otras enfermedades se curan. Delizia en Lourdes aprendió a orar desde el corazón de los otros. Sus ojos veían lo que leía su corazón: había muchos enfermos que necesitaban del milagro más que ella. Le parecía ridículo orar por sí misma. Y desde aquel día no sólo va a Lourdes a orar, sino a ayudar a otros enfermos a abrir sus ojos al mundo de los demás.

Delicia recibió una gran luz. Fue como una Noche de Pascua. A la luz de Pascua “todo se hace posible” (Garaudy). Tantas luces vio Delizia en la gruta de Lourdes, que su vida se llenó de más bondad, más calor, más gracia.

Nuestro encuentro con el Resucitado, con el Salvador, tiene que ser de salvación y de vida para los otros. La luz de Pascua tiene que ayudar a entender y comprender mejor la Palabra, la mano de Dios en nuestra vida, nuestras enfermedades y fracasos: toda nuestra existencia. La luz de Pascua calentará y cambiará nuestro corazón para poder borrar todos los prejuicios y barreras que nos apartan de los otros. Cuando este milagro ocurra en nuestros corazones, las desigualdades, marginaciones, y todo tipo de enfermedad, habrán desaparecido completamente de nuestra vida.

Hace años, San Cipriano de Cartago recibió la luz de su segundo nacimiento, y en él se operó también un extraño cambio: las dudas se le aclararon, las barreras se cayeron, las tinieblas se iluminaron. El renacer de nuevo, el abandonar las obras de la carne, es obra de Dios, pues todo “lo que podemos, viene de Dios”.

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