sábado, 2 de enero de 2016

Arroz con sabor a cielo.


En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china, un discípulo preguntó al vidente: Maestro, ¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno? Y el vidente respondió:

Vi un gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. En su derredor había muchos hombres hambrientos casi a punto de morir. No podían aproximarse al monte de arroz pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Juntos pero solitarios, permanecían padeciendo un hambre eterna delante de una abundancia inagotable. Y eso era el infierno.

Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de él había muchos hombres llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz pero con sus largos palillos, en vez de llevarlos a la propia boca, se servían unos a otros el arroz. Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna. Y eso era el cielo.

Leonardo Boff.

Se necesita mucho amor para poder alimentar a otra persona cuando se está hambriento. Hambriento de vida estaba Franciszek cuando le llamaron para ser ajusticiado.

“ A la mañana siguiente, Franciszek fue uno de los diez elegidos por el coronel de la SS para ser ajusticiados en represalia por el escapado. Cuando Franciszek salió de su fila después de haber sido señalado por el dedo del coronel Fritsch, musitó estas palabras: “Pobre esposa mía; pobres hijos míos”. El padre Maximiliano estaba próximo y oyó estas palabras. Enseguida el religioso actuó: dio un paso adelante y se dirigió al coronel, a quien dijo estas palabras: “Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo, Querría ocupar el puesto de este hombre, señaló a Franciszek, que tiene esposa e hijos.

El P. Kolbe cedió su palillo, su vida. Murió porque otro hermano al que nunca había visto, necesitaba de la vida más que él. Con su palillo, con su muerte, ganó la vida eterna para él y para Franciszek.

“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3.16)

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