sábado, 16 de julio de 2016

Testigos de su resurrección.


Cuentan de un famoso sabio alemán que, al tener que ampliar su gabinete de investigaciones, fue a alquilar una casa que colindaba con un convento de carmelitas. Y pensó: ¡Qué maravilla, aquí tendré un permanente silencio! Y con el paso de los días comprobó que, efectivamente, el silencio rodeaba su casa…salvo en las horas de recreo. Entonces en el patio vecino estallaban surtidores de risa. ¿De qué se reían si eran pobres? ¿Por qué eran felices si nada de lo que alegra a este mundo era suyo? ¿Cómo podía llenarles la oración, el silencio? ¿Tanto valía la sola amistad? ¿Qué había en el fondo de sus ojos que les hacía brillar de tal manera?

Aquel sabio alemán no tenía fe. No podía entender que aquello, que para él eran puras ficciones, llenara un alma. Menos aún que pudiera alegrarla hasta tal extremo.

Y comenzó a obsesionarse. Tenía que haber “algo” que él no entendía, un misterio que le desbordaba. Aquellas mujeres, pensaba, no conocían el amor, ni el lujo, ni el placer, ni la diversión ¿Qué tenían?

Un día se decidió a hablar con la priora y ésta le dio una sola razón:

Es que somos esposas de Cristo.

Pero, arguyó el científico, Cristo murió hace dos mil años.

Ahora creció la sonrisa de la religiosa y el sabio volvió a ver en sus ojos aquel brillo que tanto le intrigaba.

Se equivoca, dijo la religiosa; lo que pasó hace tantos años fue que, venciendo a la muerte, resucitó.

¿Y por eso son felices?

Sí. Nosotras somos los testigos de su resurrección.


José L. Martín Descalzo.



La alegría es una de las virtudes más características de los hijos e hijas de Santa Teresa. Quienes se dedican a tratar con Dios, están contentos, pues saben que “sólo Dios basta” para llenar el corazón humano.

Dios es alegre y joven, canta una canción. Dios es alegría y siempre que El se revela lo hace así. Al encontrarse con los pecadores, invita a alegrarse, porque ha encontrado lo que estaba perdido: “la oveja, la dracma, el hijo” (Lc.15).

El anuncio del nacimiento del Salvador es un pregón de alegría. Jesús predica esta alegría:

“Les doy mi gozo. Quiero que tengan en ustedes mi propio gozo y que su gozo sea completo” (Jn 15.11).

“Su tristeza se convertirá en gozo” (Jn. 16.20).

“Si me aman tendrán que alegrarse” (Jn 14.27).

La alegría es un fruto del espíritu y nace de creer en el Resucitado, en la fuerza de Dios, que salvó a su Hijo de quedarse en el sepulcro para siempre.

Si Cristo ha resucitado, si es algo vivo, podrá llenar de alegría la existencia de todo ser humano. El es el tesoro por el que se vende todo lo que se tiene; la causa de la alegría de todos aquellos que creen en el Amor y en la Vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario