sábado, 13 de agosto de 2016

Suprimid los sabuesos.


En la ribera del Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no era fértil, pero labrada con tesón, producía lo necesario para vivir con holgura y aún para guardar algo de reserva.

Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de la Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos al poco tiempo se hicieron conocidos en todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías en los que ocasionaban destrozos en los sembrados, y las ovejas. Nicolaí, vecino de Iván, fastidiado por las continuas molestias de los sabuesos, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que le defendieran su casa.

Al cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó 15 perros. Se decían: “Dios mío, que sería de nosotros sin estos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas”

Entretanto, la miseria se había asentado en la aldea. Un día se quejaban de su suerte delante del hombre más viejo y sabio del lugar, y como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:

La culpa la tenéis vosotros; os lamentáis de que en vuestras casas falta el pan para vuestros hijos, que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos.

Son los defensores de nuestros hogares.

¿Los defensores?

¡Ciegos, ciegos! ¿No comprendéis que los perros os defienden, a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros, no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debería alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares.

Y siguiendo el consejo del anciano, se deshicieron de sus defensores y un año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones y en el rostro de sus hijos sonreía la salud y la prosperidad.


Leon Tolstoi



En la rivera de Oka vivían felices numerosos campesinos, aunque tenían que labrar la tierra con tesón. Estaban tranquilos porque nadie robaba, nadie mataba, ni necesitaban personas ni animales que les defendieran. Cada persona tenía la mejor protección. Su propia conciencia.

Pero un campesino ambicioso, que soñaba ser el más importante con la compra de dos sabuesos alteró la paz de la comunidad y de los sembrados. Sus perros se comían el pan que pertenecía a los demás.

En nuestra sociedad también hay muchos sabuesos que se han introducido para defendernos de los otros. Ya no es suficiente la policía. Hay que contratar guardianes, guardaespaldas, etc. Una guerra sorda se ha apoderado de los parques, hogares y calles. En esta guerra se mata por necesidad, para poder comer, por vicio, para mantener la droga; o por pasatiempo y deporte.

Armando Sangil Rodríguez estaba hablando por teléfono cuando Nelson Clemente, un joven de 17 años, se le acercó por detrás y le dio varias cuchilladas que le llegaron hasta el corazón. Nelson no necesitaba dinero, ni mataba por venganza; solo pretendía demostrar a sus amigos que podía tomar parte de la pandilla. Un menor de 16 años, Henry Emilio Avendano, fue asesinado de 20 tiros el fin de semana en Carapita, barrio al oeste de Caracas, para robarle los zapatos deportivos que calzaba, decía la prensa de Caracas del 14 de Octubre de 1991. Y proseguía: Cada fin de semana mueren en Caracas de 15 a 20 personas, muchas de ellas niños, víctimas de acciones violentas protagonizadas muchas de ellas por menores de edad.

Tenemos que deshacernos de nuestros sabuesos de hoy: armas, droga, pandillas etc., para que la abundancia, la paz, el buen entendimiento y la fraternidad vuelvan a nuestros hogares.

“No matarás” (Ex. 20.13). “Quien hiera a otro y le causa la muerte, será muerto” (Ex. 21.12). Dios quiere y desea que tengamos vida en abundancia. “Yo vine para que tengan vida y encuentren plenitud” (Jn. 10.10).

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