sábado, 15 de octubre de 2016

Murió por sus enemigos




   En cierta ocasión Abraham Lincoln estaba hablando bien de sus adversarios y críticos.    

  Una anciana le preguntó:

¿Cómo puede usted expresarse amablemente de sus enemigos en lugar de destruirlos?”

“Señora, respondió él. ¿Acaso no los destruyo al convertirlos en amigos?”

    Sólo un corazón grande puede perdonar, tener misericordia, dar la vida por los otros. Así era el corazón de Jesús. No sólo hablaba bien de sus adversarios y críticos, sino que dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En Él tenían cabida todos, en especial los publicanos.  El no vino a “llamar a los justos, sino a los pecadores” y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9.13).

   Jesús manifiesta con su vida la predilección de Dios por los desheredados. El se identifica con el último, el oprimido. “cuanto hicieron a uno de estos más pequeños a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

   Su vida hay que leerla en clave de servicio. “El Hijo del Hombre ha venido no para ser servido, sino para servir y dar su vida para rescate de muchos” (Mt 20.28). El supo tener palabras alentadoras para el cansado (Is 50,4); la caña quebrada no la partió, y la mecha mortecina no la apagó (Is 42,3). Jesús es señalado por el Padre como el que cumple la misión de Siervo (Mt 3,16-17), sin poder, obediente a la voluntad del Padre. Por amor se despojó de su condición divina para asumir nuestra condición humana hasta llegar a una muerte de cruz (Flp 2, 6-11, Rm 8,3).

   “El discípulo no es más que el maestro, todo buen discípulo será como su maestro” (Lc 6.40). Quien quiera seguir a Jesús ha de comportarse como hizo El, negarse a sí mismo, abrir su corazón al hermano, tomar la cruz y dar la vida siempre (Mt 16,24).

   Quien trabaja en el Reino de Jesús tendrá que:

-       aceptar el amor y perdón incondicional de Dios,
-       vivir en la filiación divina y en la hermandad humana,
-       transformar el mundo personal y social;
-       luchar contra toda clase de pecado y sus consecuencias: injusticias, guerras, hambre…

   ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
   ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
     Que a mi puerta cubierto de rocío,
     Pasas las noches del invierno oscuras?
     Oye, Pastor que por amor mueres,
     No te espante el rigor de mis pecados,
    Pues tan amigo de rendidos eres,
    Espera pues, y escucha mis cuidados.
    Pero ¿cómo te digo que esperes?
    Si estás para esperar los pies clavados?”  (Lope de Vega).

1 comentario: