sábado, 4 de enero de 2014

CONCLUSIÓN.

CONCLUSIÓN




Hemos recibido de Jesús el mandato de orar, en todo momento y en todo lugar, en las buenas y en las malas, cuando la persona se encuentra en el Tabor y en el Monte de los Olivos.

La oración es un don, un regalo de Dios, que desde la fe se convierte en tarea. En algunos momentos de nuestra vida necesitamos de métodos, de técnicas, de motivaciones que nos den alas y pies para poder volar y caminar. A pesar de todos los intentos por mejorar, por buscar razones y nuevas ilusiones, si falta fe, esperanza y amor, es fácil sucumbir al desaliento y a la pelea. Es entonces, más que nunca, cuando necesitamos poner los ojos en Dios y creer de verdad que él camina con nosotros, que renueva nuestros pies y da aliento para llegar a la meta.



Sin Jesús no podemos hacer nada (Jn 15, 5). Sin oración, sin un encuentro vivo con él, es posible que no nos abramos a la vida verdadera, a la conversión para amar a Dios con todo el corazón y a los otros como a nosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario