sábado, 5 de abril de 2014

ES DE CRISTIANOS PERDONAR.


En la película de Orson Welles, “Impulso criminal”, unos niños ricos matan a un niño, después de secuestrarlo, para demostrarse a sí mismos y a los demás que es posible el crimen perfecto. No lo consiguen porque la policía los detiene. El fiscal del estado solicita para ellos la pena de muerte. El crimen, frío y premeditado, es injustificable. El abogado defensor, contratado por los padres y el mejor de su época, consigue librarlos de la horca y que el juez los condene a cadena perpetua. Su alegato en contra de la pena de muerte y, sobre todo, del sentimiento de venganza que esa pena lleva consigo, era de una gran categoría. En un momento determinado, y como razón mayúscula, el abogado expuso que estaban en una nación cristiana (América y concretamente Chicago) y que aquellos dos muchachos inmaduros y crueles, en manos del fundador del Cristianismo, estarían salvados.

Jesús dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, en especial los más despreciados. El no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9,13). Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: pasar haciendo el bien y perdonar. Lo suyo era amar y perdonar. Jesús prescribe a Pedro que perdone sempre (Mt 18,21). El perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus elementos esenciales para el cristiano. El cristiano, para vencer el mal con el bien (Rm 12,21), debe perdonar siempre, y perdonar por amor, como Cristo (Col 3,13), como su Padre (Ef 4,32).

El perdón de Dios está condicionado al que nosotros ejercemos. En cierta ocasión Abraham Lincoln estaba hablando bien de sus adversarios y críticos. Una anciana le preguntó:

–¿Cómo puede usted expresarse amablemente de sus enemigos en lugar de destruirlos?

–Señora, respondió él. ¿Acaso no los destruyo al convertirlos en amigos?

“La vida –decía Goethe– nos enseña a ser menos rigurosos con los demás que con nosotros mismos”. Y en este aprendizaje debemos aprender de nuestros errores, pero es bueno olvidar las heridas, como lo hace nuestro Padre.

Marcos 11,25 presenta la misericordia fraterna como una buena disposición previa al perdón de Dios. Es necesario perdonar para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11,25). El perdón fraterno aparece aquí como condición esencial previa para obtener el perdón de Dios. Lucas va mucho más lejos, parece dar por supuesto que cuando pedimos perdón al Señor hemos perdonado previamente a todos. Así decimos al Padre que perdone nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende (Lc 11,4). Realmente somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la misma medida que midamos, se nos medirá (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo.

San Pablo presenta el perdón como una consecuencia del perdón divino e invita a perdonar, (Col 3,13), a ser benignos y misericordiosos (Ef 4,32) y a que la puesta del sol no sorprenda en el enojo (Ef 4,26).

Pedro pone como norma de conducta el no devolver mal por mal ni insulto por insulto; antes, al contrario, manda bendecir y amar siempre.

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