sábado, 17 de enero de 2015

Juntarse con los buenos


Se cuenta que un día una madre atribulada se acercó a Gandhi con su hija y le explicó que ésta tenía el habito de comer más dulce de lo conveniente.

-“¿Querría el señor Gandhi, le preguntó, hablar a la chica y persuadirla a que deje esta nociva costumbre?”

Gandhi se sentó un momento en silencio, y dijo después:

- “Tráeme a tu hija dentro de tres semanas y entonces le hablaré”.

La madre se fue según se lo había mandado y volvió después de tres semanas. En esta ocasión Gandhi tomó aparte a la muchacha y en unas pocas y sencillas palabras le demostró los efectos perjudiciales del exceso de dulce; le urgió a abandonar la costumbre. Agradeciendo a Gandhi el haber dado a su hija tan buen consejo, la madre con voz temblorosa dijo:

-“Me gustaría saber ahora, Gandhi, por qué no dijiste estas palabras a mi hija hace tres semanas, cuando te la traje”.

-“Hace tres semanas, le explicó Gandhi, yo mismo era muy aficionado a comer cosas dulces”.

Gandhi estaba convencido de que hay que ser consecuentes con las creencias. “Cuando leo el evangelio, me siento cristiano, pero cuando os veo a los cristianos hacer la guerra, oprimir a los pueblos colonizados, emborracharse, fumar opio…, me doy cuenta de que no vivís el evangelio” (Gandhi).

Las palabras mueven, los ejemplos arrastran. Es verdad. No hace falta que traten de convencernos de que el mejor remedio para acabar con toda clase de dependencias, es que quien da el consejo sea libre. Pero por desgracia vemos que la práctica es muy distinta, pues “es más fácil predicar que dar trigo”. Sin embargo, hacen muy bien los doctores en aconsejar a los enfermos sobre los perjuicios que acarrean el tabaco y el alcohol, aunque ellos fumen y beban.

Santa Teresa de Jesús también supo de buenas y malas compañías. En el despuntar de su adolescencia. Teresa intimó con una parienta “de livianos tratos” que a su madre no le gustaba ni un pelo, pero que a ella le encantaba, porque como dice en su libro de la Vida 2,4: “me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo que yo quería”.

En aquel momento, cuando está en Santa maría de Gracia, Teresa se da cuenta y “escoge” ya para siempre, buscar y rodearse de buenas compañías, cosa que hará siempre, porque entre otras cosas entiende que así estará protegida. Y ante aquellos recuerdos, brota de su pluma el primer consejo a los padres de todos los tiempos: “Querría escarmentasen en mi los padres, y ayudasen a sus hijos a tener buenas compañías”. Vano intento, porque ella misma eludió a sus padres durante toda su juventud.

Teresa toma nota y se da cuenta del bien que hace rodearse de buenos amigos, algo que no puede ser impuesto, aunque muchas veces las circunstancias ayudan. Su espíritu sensible encuentra cauce en la buena conversación de sus educadoras, y con suavidad vuelve al gusto de su primera infancia, cuando se quedaba absorta con el pensamiento de que infierno y cielo eran “para siempre, siempre, siempre” . Es aquí, en plena adolescencia cuando Teresa descubre el poder del pensamiento, proceso fundamental de la psicología humana.

Se da cuenta que entre el cambio de costumbres (comportamiento) y los buenos deseos que María de Briceño le contagia, empieza a surgir en ella la inquietad por ser mejor y a plantearse su futuro de cara a como mejor servir a Dios. Es tiempo de discernimiento y de enfermedades, elementos en su vida que siempre le acompañarán.

Años más tarde, cuando Teresa elige vivir en la familia carmelitana, comprobará cómo las buenas compañías son luz y fuerza para el caminar, por las que el Señor despierta los buenos deseos. Y así comenzó a gustar de la buena y santa conversación de una monja, discreta y santa, cuando le hablaba de Dios y le decía del premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por él.

Estaba el Señor grande para disponer a Teresa para sí y le dio una gran enfermedad. Cuando iba para casa de su hermana, descubrió en casa de un tío suyo, la buena compañía de los libros. Aunque estuvo pocos días, la fuerza que hacían en su corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vino a ir entendiendo la verdad de cuando niña.

Los niños son fruto del ambiente que respiran. Hacen lo que ven. La educación comienza antes de nacer y dura toda la vida, pero es en los primeros seis años cuando asimilan casi la mayoría de las cosas. La educación es arte y es tarea difícil, pero se facilita enormemente cuando hay amor, cuando el que crece lo hace en un ambiente de amor y ternura, de acogida, de aliento, de aceptación y amistad.

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