sábado, 17 de septiembre de 2016

Doña Anita y su billete.



Un día al ir a pagar sus verduras, doña Anita notó que le faltaba el billete de 5.000 pesetas de su pensión. Por más que buscó no pudo encontrar su billete, por lo que en la cabina del ascensor puso una tarjetita en que anunciaba que si alguien había encontrado un billete de 5.000 pesetas que hiciera el favor de devolvérselo.

Fue a misa, pero no podía orar. Cuando el sacerdote comenzó el “Yo pecador” se acordó de la viuda alegre, su vecina, que acababa de estrenar un bolso de cuero. ¡Ahí estaban sus 5.000 pesetas! Mientras leía el Evangelio se acordó de las dos jóvenes del tercero, de vida muy licenciosa y recordó que aquella noche habían llegado más tarde que de costumbre. Al recitar el ofertorio vino a su mente el carnicero comunista su vecino del segundo. ¡En qué habría invertido el comunista ese dinero! En la consagración le tocó el turno a D. Fernando y hasta el final de la misa fueron desfilando todos sus vecinos como posibles apropiadores de su dinero.

Sólo cuando al regreso, al entrar en su piso tropezó doña Anita, y, al caérsele el misal, salieron de él doce estampas y un billete de 5.000 pesetas se dio cuenta de su necedad.

Y cuando se disponía a salir a hacer sus compras llamó a su puerta la viuda alegre que la víspera había encontrado un billete de 5.000 pesetas en el ascensor. Cuando ella se fue llamaron las dos chicas del tercero que también habían encontrado en la escalera 5.000 pesetas. Luego fue el carnicero con cinco billetes de mil que se había encontrado. Después D. Fernando y una docena más de vecinos más, porque - ¡hay que ver qué casualidades! – todas habían encontrado billetes de 5.000 pesetas en la escalera.

Y mientras doña Anita lloraba de alegría, se dio cuenta de que el mundo era hermoso y la gente era buena, y que era ella quien ensuciaba el mundo con sus sucios temores.


José Luis Martín Descalzo



Pocas cosas tenía doña Anita. Lo único que amaba y poseía de verdad era su adorado marido que a los cuatro días de casada le había dejado viuda. Toda la fortuna que heredó de su Paco fue: una fotografía, unas sábanas de seda y 5.105 pesetas.

Doña Anita era buena, a nadie hacía mal. Su camino era de la iglesia a casa y de casa al mercado. Poco podía ayudar a los otros, pero siempre se compadecía de los más pobres, de aquellos a quienes no les llovía ningún tipo de pensión. Cuando se juntaba con otras mujeres no criticaba más de lo corriente, incluso ella siempre sabía desviar la conversación con gran astucia y habilidad, para no herir, para no faltar, para no pensar mal de los demás. Pero un día le llegó la prueba.

Cuando llegó aquel día fatal en que perdió toda su fortuna del mes, se dio cuenta de que en aquel billete que había perdido estaba toda su vida. ¿Quién la iba a alimentar si ella no tenía a nadie y nunca había pedido una peseta? Y el cielo se le volvió tierra y todo su egoísmo salió fuera. Tan buenecita que parecía, se convirtió en auténtica leona cuando la arrancan los cachorros. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo malos que eran sus vecinos: comunistas, adúlteros…Y los pensamientos envenenaron su corazón. ¡Qué bien le hubiera venido a doña Anita poner en práctica este proverbio chino!

Tu no puedes impedir a los pájaros de la melancolía que vuelen sobre tu cabeza, pero sí que hagan sus nidos en tus cabellos”.

Las aves del dinero se adueñaron de la buena voluntad de doña Anita y minaron la bondad de su joven corazón. Solamente la bondad de quienes fueron juzgados malvados por ella en su momento de angustia la hicieron darse cuenta de que la gente era buena y que era ella quien la ensuciaba con sus sucios pensamientos.

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