sábado, 10 de septiembre de 2016

Esperaba porque creía.


Sucedió en un pequeño y viejo pueblo presidido por un castillo. Nadie se acordaba de él.

Pero un día llegó un mensaje del rey informándoles que había recibido noticias de que Dios en persona iba a venir al país y que probablemente pasaría por ese pueblo.
Esto trastornó de entusiasmo a las autoridades que mandaron reparar las calles, limpiar las fachadas, construir arcos triunfales, llenar de colgaduras los balcones. Y, sobre todo, nombraron centinela al más noble habitante de la aldea con la misión de vigilar desde lo alto del castillo para avisar a los pobladores de la llegada de Dios.
El centinela se pasaba las horas vigilando. Pero fueron pasando los días y Dios no hacía acto de presencia. Los habitantes volvieron a la acostumbrada monotonía y muchos abandonaron el pueblo en busca de tierras más prósperas. Hasta el centinela dormía ya tranquilo, pero seguía firme en su puesto.
Un día se dio cuenta de que, con el paso de los años, se había vuelto viejo y que la muerte estaba acercándose. Y no pudo evitar que de su garganta; saliera una especie de grito “Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle”
Justamente en ese momento oyó una voz muy tierna a sus espaldas Una voz que decía ¿Pero es que no me conoces?-Entonces el centinela aunque no veía a nadie, estallo de alegría y dijo:” ¡Oh, ya estás aquí! ¿por qué me has hecho esperar tanto? Y ¿por dónde has vendido que no te he visto?” Y, aún con mayor dulzura, la voz respondió: “siempre he estado cerda de ti, a tu lado, más aún: dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo los que me esperan pueden verme”
El alma del centinela se llenó de alegría. Y viejo y casi muerto, volvió a abrir los ojos y se quedó mirando, amorosamente, al horizonte. (Resumen)
José Luis Martín Descalzo
Por la fe descubrimos a Dios en la hermosura del mundo, en la alegría de la creación y aún en el medio de la espera y el dolor. San Juan de la Cruz lo ha cantado poéticamente en las canciones cuarta y quinta de su Cántico Espiritual:
¡Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras
de flores esmaltado
decid si por vosotros ha pasado!

Mis gracias derramando
pasó por estos sotos con presura
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.

Giovanni Papini escribe en su libreo: La felicidad del infeliz:
 

 “He perdido el uso de las piernas, de los brazos, de las manos, he llegado a estar casi ciego y casi mudo. Pero no hay que tener en menos estima lo que aún me queda que es mucho y mejor: siempre tengo todavía la alegría de los otros dones que Dios me ha dado. Tengo, sobre todo, la fe”
Sólo los que esperan al Señor, como el centinela, pueden verlo. Sólo los que se mantienen vestidos de fe, podrán llenarse de alegría y abrir sus ojos al horizonte, donde todo sabrá a mensaje del amado.
“Pero cuando venga e Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc. 18.8).

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