sábado, 12 de noviembre de 2016

Necesito creer.




    Juan de Dios Peza narra el caso de un famoso cómico inglés. Hacía reír a todos los Lores de Inglaterra. Si alguien estaba triste, iba a ver a Garrik. Un médico famoso aconsejó a un desconsolado y angustiado paciente que visitase a Garrik. “Doctor, cámbieme la receta, objetó el enfermo: yo soy Garrik”.

    La gente sufre de tristeza, angustia, depresión. La receta de muchos es decir a las personas que se diviertan, que se olviden y se desentiendan del problema. Aunque no está mal el descanso y la sana diversión, desgraciadamente, éstos no sanan la raíz del mal, simplemente distraen momentáneamente. Es cierto que necesitamos los profesionales: médicos, psicólogos, todos aquellos que nos puedan consolar en momentos difíciles, pero necesitamos, sobre todo a Dios.

   Sólo el amor sana, solo el amor salva. Y “Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único: no para condenar al mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 3, 16-17).

   Hay, pues, solución para todos: Jesús. Él es el médico y la medicina al mismo tiempo, es “Dios con nosotros”, el Salvador. El mismo invita a todos los que están cansados y agobiados por la vida para que acudan a Él.

   Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo. El pecado engendra la muerte y es la raíz de muchos males, divisiones, enfermedades. Él ha cargado con nuestros pecados y quiere sanarnos totalmente, para que tengamos plenitud de vida.

   Cristo venció la muerte, el pecado. Él es la única solución y salvación para el mundo. “No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvados” (Hch 4,12). Pablo, que sabía del poder de la muerte, del imperio de Satanás, de la tendencia de la carne, se expresa así: “Nosotros estábamos muertos a causa de nuestros delitos y pecados…Pero, Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo…y con Él nos resucitó” (Ef 2, 1-6).

   Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Y el que dio la vista a los ciegos e hizo andar a los paralíticos, sigue llenando de consuelo, alegría, vida y esperanza a todos aquellos que creen y acuden a Él “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo” (Rm 10,9).

“Necesito creer que existe algo
que dé a mi vida razón para luchar,
que me inspire a sentir que yo sí valgo algo,
que mi esperanza no me puede fallar…
Y creo en Ti, Señor del universo,
Tú, que has sido tan bueno para mí
No me defraudes, no me seas adverso
Porque yo, sobre todo, creo en Ti…(Tagore).

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