viernes, 1 de junio de 2018




“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo…
el que come este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51-58). La Eucaristía  hace referencia a la vida.
       Conviene recordar que Jesús es el Pan de Vida, que La Eucaristía nos une a Cristo y a la Iglesia. A los cristianos de Corinto san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo de unión: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Cor 10,17).
A la Samaritana, Jesús se revelaba como el agua viva. Ahora se  revela como el pan vivo que da la vida. Sólo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre.  Jesús revela que su Padre vive y él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de Cristo, por él y en él.  Como escribió Benedicto XVI,  “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí”
            “En la Eucaristía, la mirada del corazón reconoce a Jesús” (San Juan Pablo II). El pan partido y repartido de Jesús nos muestra su amor hasta el extremo, el pan vivo es un misterio de vida, de fe, de luz, de entrega para nuestro camino. Donde está Jesús siempre hay vida. La Eucaristía es el sacramento del encuentro con Jesús. “Estando tan dentro de mí, si tenemos fe, nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa. Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje” (santa Teresa de Jesús).  
         Al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, pero no podemos olvidar que la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo nos une a los hermanos, «porque comemos todos del mismo pan». Comer a Jesús, es entrar en comunión con él, pero al mismo tiempo, exige entrar en comunión con los demás y nos comprometemos a formar un solo cuerpo.  Comer a Jesús es tragarlo, eso exige el tragar a tal persona que no me cae simpática, entonces tendríamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Hacemos memoria de Jesús para seguir haciendo lo que él hizo: "partirse la vida", "vaciarse hasta la muerte", según la expresión del cuarto canto del Siervo (Is 53,12).
             "De la misa a la misión", decía un eslogan. Así tiene que ser. De la Eucaristía tenemos que ir los cristianos a proclamar la Buena Nueva, a sembrar alegría, amor,  optimismo, esperanza, a construir la paz, la justicia, la fraternidad.
            ¡El Señor está en la calle! Era la expresión de una mujer de fe al ver pasar al Santísimo en la procesión del Corpus. Siempre he creído que la fe de aquella mujer era robusta, y contagiaba la fe y alegría que sentía por la Eucaristía. El Señor está en la calle, pero lo está también en cada ser humano, especialmente en los más necesitados.
            Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructuras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía no es compatible con  nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con ocupar los primeros puestos… Los que  hemos comido a Cristo, no podemos comer el pan ajenos a los que no tienen pan. Los que hemos visto al Señor servir a sus discípulos, hasta lavarles los pies, no podemos permitir que los otros nos sirvan.
            La celebración de la Eucaristía tiene tres momentos importantes:
             El Cuerpo de Cristo es Eucaristía que significa acción de gracias; es
presencia de Dios y es invocación dirigida al Espíritu Santo.
            Eucaristía significa acción de gracias. Dios ha creado al ser humano gratis, gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya exigirnos por ella: Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos.  
            Quien participa de la Eucaristía se ha de reconocer débil y pecador, pero tendrá que acoger la gracia y la fuerza de Dios para ser testigo de su amor. Muchos se preguntan ¿cómo  puede ser que una persona se pase gran parte de su vida comulgando, y después de muchos años, resulta que tiene sigue siendo egoísta y no hace nada por cambiar e es indiferente ante la injusticia y la desigualdad social?
       Al celebrar la Eucaristía tenemos que tener muy presente la realidad de hambre, injusticias y muertes. Una gran parte de la humanidad está hoy hambrienta y desesperada y no tienen arroz ni pan para llevarse a la boca. Esto es una gran vergüenza para nuestra humanidad. Somos parte de una humanidad flagelada en la que hay ochocientos millones de personas que pasan hambre, casi dos mil millones de desnutridos, mil millones de personas sin agua potable suficiente, y dos mil millones sin aguas debidamente tratadas.
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