“Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo…
el que come este pan vivirá para
siempre” (Jn 6, 51-58). La Eucaristía
hace referencia a la vida.
Conviene recordar que Jesús es el Pan de Vida, que La
Eucaristía nos une a Cristo y a la Iglesia. A los cristianos de Corinto san Pablo
les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo de
unión: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Cor 10,17).
A la Samaritana, Jesús
se revelaba como el agua viva. Ahora se
revela como el pan vivo que da la vida. Sólo él puede calmar nuestra sed
y saciar nuestra hambre. Jesús revela
que su Padre vive y él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de
Cristo, vive de Cristo, por él y en él.
Como escribió Benedicto XVI, “no
es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos
nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente.
Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí”
“En
la Eucaristía, la mirada del corazón reconoce a Jesús” (San Juan Pablo II). El
pan partido y repartido de Jesús nos muestra su amor hasta el extremo, el pan
vivo es un misterio de vida, de fe, de luz, de entrega para nuestro camino.
Donde está Jesús siempre hay vida. La Eucaristía es el sacramento del encuentro
con Jesús. “Estando tan dentro de mí, si tenemos fe, nos dará lo que le
pidiéremos, pues está en nuestra casa. Y no suele Su Majestad pagar mal la
posada, si le hacen buen hospedaje” (santa Teresa de Jesús).
Al comulgar, Jesús habita en nosotros
y nosotros en él, pero no podemos olvidar que la comunión con el cuerpo y la
sangre de Cristo nos une a los hermanos, «porque comemos todos del mismo pan».
Comer a Jesús, es entrar en comunión con él, pero al mismo tiempo, exige entrar
en comunión con los demás y nos comprometemos a formar un solo cuerpo. Comer a Jesús es tragarlo, eso exige el
tragar a tal persona que no me cae simpática, entonces tendríamos los mismos
sentimientos de Cristo Jesús.
Hacemos memoria de Jesús para seguir
haciendo lo que él hizo: "partirse la vida", "vaciarse hasta la
muerte", según la expresión del cuarto canto del Siervo (Is 53,12).
"De la misa a la misión", decía un
eslogan. Así tiene que ser. De la Eucaristía tenemos que ir los cristianos a
proclamar la Buena Nueva, a sembrar alegría, amor, optimismo, esperanza, a construir la paz, la
justicia, la fraternidad.
¡El
Señor está en la calle! Era la expresión de una mujer de fe al ver pasar al
Santísimo en la procesión del Corpus. Siempre he creído que la fe de aquella
mujer era robusta, y contagiaba la fe y alegría que sentía por la Eucaristía.
El Señor está en la calle, pero lo está también en cada ser humano,
especialmente en los más necesitados.
Celebrar
la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructuras que
están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una
celebración de la Eucaristía no es compatible con nuestro desprecio por los demás, con nuestros
odios y rivalidades, con ocupar los primeros puestos… Los que hemos comido a Cristo, no podemos comer el
pan ajenos a los que no tienen pan. Los que hemos visto al Señor servir a sus
discípulos, hasta lavarles los pies, no podemos permitir que los otros nos
sirvan.
La
celebración de la Eucaristía tiene tres momentos importantes:
El Cuerpo de Cristo es Eucaristía que
significa acción de gracias; es
presencia de Dios y es invocación
dirigida al Espíritu Santo.
Eucaristía
significa acción de gracias. Dios ha
creado al ser humano gratis, gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya
exigirnos por ella: Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos.
Quien
participa de la Eucaristía se ha de reconocer débil y pecador, pero tendrá que
acoger la gracia y la fuerza de Dios para ser testigo de su amor. Muchos se
preguntan ¿cómo puede ser que una
persona se pase gran parte de su vida comulgando, y después de muchos años,
resulta que tiene sigue siendo egoísta y no hace nada por cambiar e es
indiferente ante la injusticia y la desigualdad social?
Al celebrar la Eucaristía tenemos que tener muy presente la
realidad de hambre, injusticias y muertes. Una gran parte de la humanidad está
hoy hambrienta y desesperada y no tienen arroz ni pan para llevarse a la boca.
Esto es una gran vergüenza para nuestra humanidad. Somos parte de una humanidad
flagelada en la que hay ochocientos millones de personas que pasan hambre, casi
dos mil millones de desnutridos, mil millones de personas sin agua potable
suficiente, y dos mil millones sin aguas debidamente tratadas.
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